Bilbao

MÓNICA Lignelli se declara una "obrera del arte". No tiene que demostrarlo. Trabaja 15 horas al día de lunes a domingo y, encima, de cara al público. Desde hace dos años y medio crea su obra y la expone en un local ubicado en el interior de la estación de Abando. Concretamente, junto al andén de donde parten y llegan los trenes de largo recorrido. Allí pasa interminables jornadas plasmando sobre el lienzo su visión del "paraíso y el universo". "Es una pintura feliz porque en ella expreso lo que está ocurriendo junto con esta moñiga que nos quieren vender los medios de comunicación". Así define sus creaciones esta mujer nacida hace 45 años en Buenos Aires que un buen día se enamoró de Bilbao y sus gentes. Lástima que ahora se tenga que ir. La crisis también le ha golpeado. "La situación económica me obliga a abandonar esta ciudad que adoro", dice. Vuelve al campo para "crear con más intimidad". En principio se retira a un pequeño pueblo a tres kilómetros de Burgos, de nombre Quintadueñas, y con el tiempo espera regresar a su verdadero refugio, "una destartalada casa en Quintanas de Valdelucio, muy cerca de Aguilar de Campoo". En cualquiera de las dos moradas, Mónica seguirá recibiendo a quien quiera para ver y comprar sus obras de arte.

Mónica tiene su historia. Salió con 20 años de Argentina rumbo a lo desconocido. Llegó a España "sin ningún contacto". Por eso dice que lo suyo "fue una gran aventura". Confiesa que se casó "muy jovencita" y se vio obligada a "emigrar" porque en su país "no se podía vivir, no había futuro". Cruzó el atlántico con su marido para recalar en Cataluña. Recuerda que su primer trabajo fue "ordeñando vacas en una masía, limpiando la casa y haciendo comidas". Cuando le comentamos que fue muy valiente, dice que no, que "cuando la necesidad aprieta, o te dejas morir o sobrevives". Y ella sobrevivió. De Cataluña se fue a la ciudad salmantina de Ciudad Rodrigo. "Allí fue donde empecé a hacer mis cositas y a venderlas", señala. Pero la vida le llevó a otro punto de la península alejado de la civilización. "Me trasladé a Quintanas de Valdelucio, un pueblo que pertenece a la provincia de Burgos, pero que está muy cerca de Aguilar de Campoo, que es Palencia", cuenta. Y sigue su relato: "Al poco tiempo de llegar me divorcié, crié sola a mi hijo y pinté bien porque tuve una vida muy retirada; fue una gran experiencia porque gracias al retiro soy artista".

Bilbao

Durante todos esos años de "retiro" fue dando forma y color a esa vocación de artista y pintora que tuvo desde que era pequeña. "Siempre me gustó pintar", dice. También descubrió que la vida del artista es muy dura. "Hay que ser muy cuidadoso, muy austero y muy disciplinado para ser artista, y no hay nada más lejos de la realidad que el concepto que se tiene del artista de que es un bohemio loco que se emborracha o se droga para poder crear. No es mi caso", subraya.

Mónica inició su relación amorosa con Bilbao gracias a unas exposiciones temporales que se organizaban en Navidad en la estación de Abando. "Me gustó tanto esta ciudad que decidí dejar el retiro de Quintanas para establecerme aquí". De la capital vizcaina le gusta todo, incluso el clima, pero sobre todo las personas. "Estoy muy cómoda aquí", dice, "todo es amigable, montas un negocio como este, que es una locura, y la gente te apoya, te integra". Durante estos años ha cosechado muy buenas amistades, sobre todo de mujeres. "Son extraordinarias, y los hombres también, aunque a veces me cuesta un poco comprender su rudeza", aclara. Y le gusta hasta el clima de la capital vizcaina. "Adoro el romanticismo de la lluvia de aquí", dice. Algo que le viene muy bien para su proceso creativo porque con calor "me siento mal". Por todo ello, le va a dar mucha pena irse el próximo 3 de febrero, cuando bajé la persiana del local y se lleve los cuadros a Burgos. "Han sido dos años y medio tan duros como hermosos", reflexiona "porque vivir del arte es un gran reto para toda la vida". Por eso quiere dejar claro que "si me voy no es por su gente, sino por la situación económica". Es más, confiesa que si tuviera la "oportunidad económica de quedarse, seguiría y me haría ciudadana bilbaina". Se va porque la crisis también ha azotado al negocio del arte. Aunque no quiere hablar de ventas, reconoce que en los últimos años han bajado mucho a pesar de que se encuentra en un lugar de paso como es la estación. De todas formas, aclara que "tampoco hay tanto tránsito como pudiera parecer". Por eso, dentro de sus planes de futuro entra la posibilidad de volver a Bilbao para establecerse de nuevo pero en un local "a pie de calle, para que se vea mejor la obra y poder estar más cerca de la gente".

Poemas

También ahora pueden verle cómo disfruta con los pinceles. "Soy feliz", dice, "y la pintura me ayuda a permanecer viva con cierta alegría, guardando la tristeza". Ese espíritu de ánimo le permite seguir pintando y escribiendo. Sí, porque Mónica también ha hecho sus pinitos en la literatura. Publicó un libro titulado Todo lo que me buscó me encuentra. "Es de poemas con ilustraciones mías y vendí todos los ejemplares que autoedité", recuerda. Sobre la pintura que sale de su ingenio dice que "evoca una nostalgia del paraíso, una nostalgia de lo que significa el universo, de lo que significa Dios para mí". Esa visión de la vida queda plasmada en los cientos de cuadros que estos días, hasta que se vaya, podrán ser adquiridos con una rebaja del 50%. "Quiero que mi obra llegue a las casas de todo el mundo", concluye. Por eso sus cuadros se venden a partir de 10 euros.