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Sabino Arana: la avenida que yo conocí

Julio Velasco, Federico del Valle y Ana Pastor, tres vecinos de Basurto, rememoran cómo era aquella avenida antes de la construcción del viaducto

Sabino Arana: la avenida que yo conocíFoto: Pablo Viñas

Bilbao

JULIO Velasco se asoma todas las mañanas a su ventana y saca fotografías de las obras que se desarrollan frente a ella. Tiene tantas, dice, que podría llenar varios álbumes. No es para menos. El viaducto de Sabino Arana, por el que día a día durante 38 años miles de coches entraban y salían de Bilbao a apenas unos metros de su casa, es ya historia. Recién jubilado, a Julio le hace ilusión volver a pasear con sus nietos por la avenida en la que él, cuando era tan solo un niño, también disfrutó de largas tardes de juegos. "Una calle muy bonita, grande, espaciosa, con árboles y bancos; así era la avenida que yo conocí", rememora echando la vista atrás.

El acceso de Sabino Arana ha servido de entrada y salida a la villa durante casi cuatro décadas. Se construyó en 1975 como un paradigma del progreso, a imagen y semejanza de lo que se hacía en París o Madrid: se pensaba que una carretera llegase al corazón de la ciudad era la mejor solución. Ha sido, durante décadas, un acceso a la capital vizcaina, pero también un muro que ha tapiado las viviendas de cientos de vecinos, que prácticamente podían tocar los coches que pasaban a la altura de sus ventanas con solo extender el brazo. Muchos de ellos todavía recuerdan cómo era aquella Sabino Arana anterior al escalextric; una avenida amplia y soleada, con grandes jardines y paseos a la sombra de las hileras de árboles, sin coches ni viviendas a su alrededor. Julio Velasco, Ana Pastor y Federico del Valle han vivido durante décadas aquí; pasearon por sus jardines y jugaron en sus campas antes de que se construyera la mole de cemento, lo han sufrido en sus propias carnes durante muchos años y ahora les parece un sueño volver a recuperar aquella alameda. "Solo queremos que la dejen como era antes, no pedimos más", coinciden los tres.

A Ana Pastor se le han quedado grabados los bancos que jalonaban el paseo que conformaba la enorme avenida desde el Sagrado Corazón hasta su cruce con Autonomía. "Eran de mármol, preciosos", recuerda. Desde su domicilio en el número 55 de Sabino Arana, donde ha vivido toda su vida, Ana todavía guarda en la retina la imagen de una avenida en la que aún no se habían construido ni el viaducto ni la autopista A-8. Era una niña, pero recuerda los grandes jardines que se sucedían, los gigantescos árboles... "Era una calle preciosa; mejor que la Gran Vía", asegura.

En ella pasaba largas tardes con uno de sus pasatiempos favoritos: los patines. Era un paseo "totalmente diferente", en una década, la de los 60, en los que apenas se veía tráfico de vehículos por la zona. "Tenía unas calzadas laterales y otra central, con unos jardines impresionantes", relata. Las inmediaciones también era completamente diferentes: muy pocos edificios de los actuales estaban en pie y apenas unas pocas casas acogían a aquellos primeros vecinos de Sabino Arana. En realidad, avenida José Antonio, pues era esa la denominación que ostentaba en aquellos últimos años del franquismo. "Casi no había edificios, apenas unos chalets en la parte de abajo, enfrente de La Misericordia", dibuja esta vecina de Basurto.

Bailes en Los Campos Ana ha oído a sus padres contar cómo se celebraban ferias de ganado en el espacio que actualmente ocupan las escuelas y ella misma recuerda haber ido a jugar con su hermana a un chalet, en la esquina que forman las calles General Eguía, Zankoeta, Sabino Arana y la avenida del Ferrocarril, de nombre Los Campos, donde se celebraban bailes. "Había que pagar para entrar, pero mi hermana y yo íbamos a jugar cuando no había baile", narra. Y un restaurante "muy bueno", de nombre Saboy, que ocupaba la esquina que hoy forman Sabino Arana y General Eguía. Ana ya hizo la primera comunión en la iglesia de La Inmaculada, que ni siquiera estaba construida cuando la tomó su hermana, que es seis mayor que ella. "Antes de la iglesia había una pequeña capillita, donde hizo la comunión".

Federico del Valle celebró ese día en el convento de los Capuchinos, donde hoy se levanta el edificio Bami. Él se llevó un cordero a casa, uno de los premios que se repartían en el curioso sorteo que tenía lugar para la celebración. Siempre ha vivido en Basurto; primero, cerca de lo que hoy es la plaza Aita Donostia y, ya casado, en el número 55 de Sabino Arana. Siendo un chiquillo, pasaba largas tardes jugando junto a sus amigos en los solares que rodeaban la "gran avenida", como la llamaban entonces. "Había un montón de campas por todos los sitios y ahí nos metíamos a jugar. también en un frontón que había junto a la Cervecera del Norte. Estábamos todo el día en la calle", recuerda. Muy cerca de allí, en los entonces jardines Iparralde, se organizaban danzas y partidos de pelota en las fiestas del barrio, por Santa Ana y Santiago. La campa Perico, entre el Hospital de Basurto y Garellano, donde únicamente se alzaba un gran chalet, propiedad de la familia Urquijo, estaba repleta de árboles frutales. Y toda la avenida, desde Autonomía al Sagrado Corazón, se llenaba de barracas y tómbolas en las que entonces se llamaban las fiestas de agosto. "Recuerdo a un vecino, El Chino, que se ponía en una esquina a vender melones. Y los fuegos artificiales, que se tiraban desde el Sagrado Corazón y los veíamos desde casa, desde más allá de autonomía".

Su relato dibuja un barrio apenas urbanizado, con un ferial en los que todas las semanas vendían vacas, mulos o cerdos en la esquina que hoy ocupan las escuelas, y los mismos Los Campos que recuerda Ana. "Era una parcela enorme, con un ambigú, un quiosco, jardines... Yo fui poco, solo un par de veces, a bailar", admite con una sonrisa. Los tranvías cruzaban la calle Autonomía, rumbo a Santurtzi o a Hurtado de Amezaga, y más allá, en las laderas del monte, estaban las cuevas en las que se resguardaron de las bombas del 37, durante la guerra. "Tenía problemas para respirar y siempre tenía que estar junto a la entrada. Me cogía en brazos Pepita la Curandera, una vecina, mientras mi madre se quedaban con mi hermano un poco más dentro", cuenta.

Barracas en toda la vía Julio Velasco vive a unos pasos de Ana y Federico, en el número 53. Y también guarda unos recuerdos preciosos de aquella Sabino Arana sin viaducto, sin coches, ruido... "Era una calle bonita, amplia, espaciosa. Me acuerdo que de niño ponían barracas en la zona alta, la que llega a Autonomía", cuenta, muy emocionado. "Yo tuve que empezar a trabajar muy pronto, así que tenía poco tiempo para jugar, pero había mucho sitio, era una zona muy amplia con banquitos, árboles, zonas para pasear... Era una zona muy tranquila".

Julio empezó a vivir en Sabino Arana en el año 70, recién casado, cuando apenas había casa en ese entorno. "Etxezuri ni siquiera estaba construido", apunta el hombre. Le encantaba la vida en el barrio; la animación de sus comercios y sus calles, las amplias zonas de esparcimiento, la tranquilidad que se respiraba en el ambiente... Nada que ver con lo que han tenido que soportar durante casi cuarenta años. "Me gustaría mucho recuperar aquello, poder pasear por aquí con mis nietos, que ahora tienen cuatro años y ocho meses, y que ellos vivan también aquel Sabino Arana que yo conocí", confiesa Julio.

Con la construcción del escalextric, en 1975, la vida del barrio dio un giro de 180 grados. "Fue un cambio tremendo. Era como si, de repente, toda se hubiera quedado más pequeños", asegura Julio. Muchos de los vecinos, al ver el muro de cemento que se empezaba a levantar frente a sus ventanas, hicieron las maletas, vendieron sus pisos y se fueron a marchar a otros lugares. Julio ni se lo planteó. "Estábamos recién casados y habíamos comprado el piso. Además, a mí siempre me ha gustado vivir aquí", alega. Pero el cambio fue brutal; de tener vistas, desde el sexto piso en el que vive, a una amplia avenida, de la noche a la mañana se encontró con una autovía que discurría a pocos metros de su casa. "No se podía dejar la ventana abierta ni un segundo, las tuvimos que cambiar y poner dobles por el ruido... Era horroroso", asegura. Además del propio día a día de los vecinos, Julio Velasco asegura que la construcción de nuevo acceso por Sabino Arana también hizo mucho daño a los comercios de la zona. "En las calles colindantes apenas quedó vida. Un muro les tapó los negocios y en General Eguía no quedó prácticamente nada". Federico todavía se acuerda cuando la entonces alcaldesa de Bilbao, Pilar Careaga, anunció la construcción del viaducto. "Dijo que eso era la moda, lo que se hacía en Madrid y París, lo más moderno", reproduce. Pero, sobre todo, puso al escalextric una fecha de caducidad que finalmente no se cumplió. "Nos dijo que iba a ser solo para 10 años. Así que este derribo llega ya con 25 de retraso", advierte.

Les ha costado años de protestas, reclamaciones y quejas -"a mis padres les ha costado mucho poner ventanas nuevas, no dormir, contaminación, ruido...", lamenta Ana-, pero al fin estos vecinos han visto su sueño hecho realidad: el viaducto que veían desde sus ventanas está pasando a la historia. "Mi madre no quitó el cartel de la ventana hasta que no vio entrar las máquinas. Hasta el último momento, cuando hemos visto que de verdad empezaban las obras, no te lo acabas de creer", admite esta vecina. Ella tiene grabado en vídeo ese momento histórico. "Lo grabó mi cuñado y me lo pasó", narra. Julio también tomó imágenes del último coche que circuló por el viaducto la noche que lo cerraron definitivamente al tráfico y cada día se asoma a la ventana, cámara en mano, para seguir la evolución del derribo. "Me gusta ver cómo va cambiando, día a día", afirma.

Las consecuencias de este cambio, cuando el viaducto ni siquiera se ha derribado en su totalidad, ya se han hecho notar. A Julio le da la impresión todas las mañanas, cuando baja al portal, de que alguien se ha dejado la luz encendida; es la luz que antes quedaba oculta por los pilares de cemento que tenía enfrente. "Ahora oyes hasta los pájaros. Y las gaviotas; no sé lo que les pasa que están todo el día por aquí. El otro día nos dejamos una ventana abierta sin darnos cuenta; eso antes era impensable", asegura. Ahora, los tres desean que la avenida se convierta en aquella alameda que ellos conocieron. "No queremos ostentaciones; solo que la dejen como estaba", piden.