Bilbao
MIGUEL Calle ha pasado toda su vida trabajando en el magnífico edificio del Teatro Arriaga. Tiempo atrás lo hizo como jefe de barra de la cafetería que servía tanto a los asistentes al teatro como a los clientes de fuera. Ahora ejerce como encargado de sala del teatro. "He pasado buena parte de mi vida entre esta decena de paredes", dice con añoranza.
Es el único empleado del teatro que aún sigue trabajando y vivió en primera persona aquellas inundaciones que rodearon literalmente el emblemático edificio y lo dejaron como una isla acosada, primero por las furiosas aguas, y después, por el pesado lodo.
Un edificio que marca la historia cultural de la villa y que curiosamente tres años antes había sido clausurado para su restauración tras décadas de dejadez. Una reforma que permitió abrir en los bajos del edificio varios comercios entre ellos la cafetería Arriaga. De este establecimiento, que tanto éxito adquirió mientras se mantuvo abierto, era responsable de barra Miguel Calle.
Su memoria empieza a recordar como "vine andando a trabajar desde Basauri porque ya no había transportes para llegar a Bilbao". Además, para cuando "llegué rondaban las cuatro de la tarde y el agua ya nos cubría por los tobillos y más o menos preveíamos lo que podía pasar esa noche", recuerda vivamente.
Pasadas un par de horas el agua empezó a incrementar su nivel de forma desmesurada. "A las seis ya nos llegaba por las rodillas, pasados diez minutos ya casi alcanzaba mi cintura. Es una cosa que nunca podré olvidar". A pesar de la crecida tan repentina de la altura del cauce del Nervión la amplia cafetería, que ocupaba casi una tercera parte del espacio de la planta baja, estaba repleta de clientes que se resguardaban del intenso aguacero. Las fiestas bilbainas seguían su curso, y aunque el mal tiempo fuera uno de los protagonistas principales, las ganas de pasarlo bien y de estar con las comparsas y las cuadrillas de amigos no decayó hasta el último momento.
"Dónde vamos con este tiempo" "Cuando el agua ya adquirió mucha altura la policía nos ordenó desalojar el local por prevención", indica. A pesar de las continuas advertencias algunos de los clientes del café no querían abandonar el establecimiento. Miguel recuerda cómo decían que "a ver a dónde vamos a ir con este tiempo". Finalmente cerraron el local, no sin antes haber puesto todo "bajo buen resguardo", o eso creían Calle y los barmans que se mantenían al pie del cañón.
"Ingenuos de nosotros empezamos a subir todo lo que pudimos encima del mostrador", explica riendo al recordar el momento. "Al subir todo a la barra pensamos que las cosas estarían a salvo y fuera de peligro, que no se iban a mojar".
Una vez que pusieron todo en orden, los trabajadores y su jefe se fueron a sus casas como pudieron. "La vuelta fue demencial, estaba con un compañero y pasamos el puente de Bolueta y no pudimos avanzar más. Nos quedamos allí unas tres o cuatro horas que se hicieron larguísimas hasta que por fin pudimos pasar al otro lado", rememora.
Cuando el sol salió al día siguiente y trajo consigo la energía que el agua había quitado de prácticamente todos los locales, comercios y casas del Casco Viejo, se pudo ver el volumen del desastre. "El agua alcanzó el segundo piso, causo grandes daños ya que el nivel llegó hasta los seis metros de altura", asegura Calle. La riada llegó incluso hasta el Club Náutico que estaba en la planta superior y fue inaugurado tras la nueva reapertura.
Los alrededor de 40 trabajadores que desempeñaban su labor en el local hostelero cada jornada tuvieron un empleo muy diferente los siguientes días. "Tardamos algo más de una semana en vaciar la cafetería. Trabajamos mucho entre todos y todo lo rápido que pudimos pensando que luego volveríamos a abrir la cafetería", explica. Pero no fue así. Pasados unos días ya eran patentes los destrozos y las consecuencias que había dejado a su paso la riada y el posterior barro que impregno todo el local. Nada se podía salvar y además con la nueva restauración del Arriaga se decidió desalojar todos los bajos comerciales que habían quedado arrasados por el agua. "Aparte de la cafetería recuerdo que había también una pequeña floristería y una agencia de viajes". El edificio que tenía que resurgir de las inundaciones se dedicaría exclusivamente a las artes escénicas.
Las obras posteriores de reforma duraron tres largos años y alteraron buena parte del interior de las instalaciones. Un ejemplo son las escaleras imperiales a dos manos que forman el actual vestíbulo principal y dan paso al resto de plantas.
El 5 de diciembre de 1986 se reinauguró el edificio, en esta ocasión otra vez en calidad de teatro, como en tiempos pasados. "Fue entonces cuando me hicieron jefe de sala del teatro y desde entonces aquí sigo", señala Calle con orgullo mientras recuerda aquellos días con tristeza.