Bilbao. Javier Balledor, Roberto Zarrabeitia y Manu del Alba han retratado Bizkaia y han sido testigos de muchos de sus buenos momentos, pero también de los más duros que se han producido en el territorio. El 26 de agosto de 1983, fue unos de esos días negros. Estos tres periodistas se encontraban en diferentes puntos de la geografía vizcaina retratando el espanto que produjo la ferocidad de las aguas. Aquellos días en los que las imágenes deberían ser festivas y coloridas se llenaron de silencio, tristeza, oscuridad y desesperación.
"En esa época yo quería ser fotógrafo y, cada vez que oía alguna sirena, salía corriendo para inmortalizar lo que pasaba. Y es lo que hice aquel día. Cuando vi pasar las ambulancias y los bomberos, cogí mis rollos de blanco y negro, y me tiré a la calle" dice Manu de Alba, que retrató la catástrofe en el centro de Bilbao. En aquel momento, De Alba no era un profesional conocido, pero su mundo era la fotografía y no dudó en acercarse a las zonas más devastadas de la villa, como el Casco Viejo o La Peña. "A El Peñascal llegué un poco más tarde de la riada, cuando ya estaban recogiendo todo, pero en el resto de mis imágenes no hay casi nadie y los que estaban recogían en silencio", explica De Alba.
Javier Balledor era fotógrafo de DEIA y recuerda que le pilló en la zona de las txosnas. "Sobre las 4.00 de la tarde tuvimos que marchar porque el nivel del agua estaba muy alto", recuerda. Tras ello, Balledor se dirigió a la redacción del periódico. "Desde allí me mandaron a Etxebarri y Galdakao, y salí con el coche. No había nadie en la carretera y el limpiaparabrisas no daba para tanta lluvia, así que no veía nada". Sacó fotos de estas zonas y de Basauri, aunque luego tuvo problemas para volver. "Hubo una zona de la carretera que se había convertido en un lago con coches flotando, así que no podía pasar. Di la vuelta para ir por el túnel de Malmasín y aquello fue un peligro porque se empezaban a caer los forros interiores del túnel. Me cayó uno a dos metros del coche y aceleré mientras veía como se caían los forros por detrás". Después de llegar al periódico y revelar las fotos, antes de que cortaran la luz y el agua, se fue a casa. "Tenía miedo porque vivo en Bilbao La Vieja, pero tuve suerte", admite.
Reacciones tardías Roberto Zarrabeitia, que después se incorporó a la plantilla de DEIA, trabajaba entonces para Egin. Fue uno de los fotógrafos que montó en los helicópteros que despegaban de la base de Protección Civil, improvisadamente situada en el patio del colegio Jesuitas de Bilbao, para ir a otras zonas devastadas como Mungia o Bermeo. "Protección Civil y Gobernación estuvieron bastante alejados. El ejército apareció muy tarde, al de cuatro o cinco días, pero estuvieron de forma muy simbólica, porque los que realmente curraron fueron los vecinos", señala Zarrabeitia, que recuerda un episodio respecto a la respuesta del entonces gobernador civil. "Las palas y el material para ayudar a quitar los escombros escaseaban, así que la gente fue a pedir material a Gobernación, para sacar la ciudad adelante, porque fue incapaz de actuar. Cuando la gente fue a pedir el material, el gobernador civil de entonces dijo ¿Dónde van estos hijos de puta a pedirme palas? Eso me dejó alucinado. La gente reaccionó bien, excepto los que tenían la obligación de reaccionar".
Zarrabeitia recuerda que, al día siguiente de la riada, se levantó con los pies llenos de agua y salió a trabajar. "No era difícil sacar una foto, porque la imagen de la catástrofe estaba en cualquier sitio. En este caso no se trataba de transmitir algo artísticamente atractivo, simplemente era mostrar la realidad. Por eso, las fotografías de cada uno tienen un gran parecido", explica De Alba.
A pesar de que cada uno retrató diferentes partes de una Bizkaia casi devastada, los tres fotógrafos coinciden en la buena respuesta de los ciudadanos ante la catarsis. "Si hay que destacar algo es la buena reacción ciudadana", señalan los tres. "Recuerdo especialmente el silencio durante las primeras horas tras las inundaciones. Nadie hablaba, solo trabajaban y se ayudaban para volver todos juntos a la normalidad", explica De Alba.
Para Zarrabeitia, "la palabra para definir lo que pasó es responsabilidad colectiva. Yo no cogí la pala, pero lloré de rabia. Se perdió muchísimo".