Bilbao

Durante la hora de gimnasia, a Paulino le suena repentinamente el móvil. Se asusta, intenta buscarlo y después de dar la vuelta a todos los bolsillos lo encuentra, con la ayuda de la enfermera que dirige la clase de gimnasia. Busca la manera de contestar, pero se ve que la tecnología no es lo suyo. Por fin adivina cuál es el botón para contestar la llamada, y con alguna que otra dificultad, consigue hablar, mientras sus compañeros prosiguen con los ejercicios que ayudan a mantener su reducida movilidad. Paulino es uno de los muchos hombres que han dedicado su vida entera a la oración, a la fe y a guiar el alma de sus feligreses por el camino de la paz. Han estado día a día ofreciendo consejo y viviendo de forma humilde a través de la palabra de Dios. Ahora, después de años de servicios a la comunidad, disfrutan de un merecido retiro para vivir tranquilamente el ocaso de sus vidas. Paulino, es uno de los veintisiete sacerdotes de la Residencia de los Venerables de Begoña.

"Ellos son curas siempre, pero hasta cierta edad pueden tener cargos diocesanos. Normalmente, a partir de los 75 años, pueden estar de colaboradores en las parroquias o en una unidad pastoral, pero llega cierta edad en la que ellos empiezan a tener dificultades, y es entonces cuando, por petición propia del sacerdote o de sus allegados, el cura se retira a este tipo de residencias diocesanas o vive con su familia", explica Begoña Kareaga, del departamento de comunicación de la diócesis de Bilbao. La diócesis, en labor conjunta con el obispado, se encarga de gestionar las residencias y de decidir en cuál de ellas estará el presbítero.

situación La Residencia de los Venerables de Begoña es la segunda con más ocupación de las tres (la más grande es la de San Vicente con más de cuarenta plazas). Tiene tres pisos y se encuentra en un entorno privilegiado, rodeada por la sede de la diócesis, el Hospital de la Virgen Blanca, y por supuesto, la Basílica de la amatxu. De los 27 residentes, hay quince con un grado de dependencia considerable, que son los que más cuidados requieren. Nada más levantarse, desayunan todos juntos. Luego las enfermeras les llevan a la capilla que tenemos en el primer piso, donde una de los sacerdotes autónomo celebra la misa, y después al jardín, donde les dan un vasito de zumo o un caldo en invierno y hacen ejercicios de movilidad. Pasean cerca de la residencia, comen, y echan la siesta. A la tarde meriendan y después juegan al parchís, a las cartas, o al bingo, hasta que llega la hora de cenar, y después a descansar. Esta es la rutina de los 15 dependientes, que siempre están acompañados por varias enfermeras. "El resto son bastante independientes y hacen la vida normal de un jubilado, no están recluidos aquí", explica Olga Calvo, la gobernanta de la residencia.

Alberto Pagonagarraga, de 94 años, es el residente más anciano de esta residencia, mientras que el más joven cuenta con 74 años. Alberto vive en la residencia con su hermana Claudia, también dependiente. "Se dan casos de sacerdotes que, durante toda su vida, viven con algún pariente, y en el momento en el que el sacerdote entra a la residencia, ese familiar le acompaña, siempre que no pueda valerse por sí mismo. Cuando el sacerdote fallece, el familiar continúa en la residencia", puntualiza Estibaliz Pértica, del servicio vicarial de la diócesis de Bilbao.

Antes eran las Hermanas Carmelitas las que se encargaban de esta residencia, pero ahora los residentes cuentan con la asistencia de 17 personas entre cocineras, enfermeras, auxiliares y personal de servicio. El orden es muy importante en la residencia. Incluso para lavar la ropa hay un orden. "Cada residente tiene sus días asignados para mandar la ropa a la lavandería", señala Calvo.

Cada cual tiene su espacio a lo largo de las tres plantas de este edificio. La Biblioteca es pequeña, pero repleta de libros sobre la fe, la religión y el existencialismo. "Se palpa la cultura en estas paredes. Cuando vienen enfermeras de otras residencias, lo primero que destacan es la diferencia en el trato y en la educación. Hay que tener en cuenta que estos hombres son cultos", comenta Calvo.

Los sacerdotes dependientes están acompañados las 24 horas del día, y por la noche, una enfermera se encarga de velar su sueño. Por la mañana, otras enfermeras se encargan de cambiarlos, ducharlos y de hacerles las curas pertinentes. Gracias a un ascensor interno, los curas con dificultad para andar pueden moverse por el edificio.

En un momento en el que la Iglesia se encuentra repleta de sacerdotes ancianos, esta es una de las residencias sacerdotales, junto a la de Nuestra Señora del Carmen y la de San Vicente, que ayuda a dar espacio a los curas que ya no pueden ejercer su función de manera adecuada. Según Pértica, "entre las tres residencias de este tipo localizadas en la capital vizcaina, suman 75 plazas, y en total hay una ocupación del 90%. Antes, cuando teníamos menos sacerdotes mayores, también podían residir los jóvenes curas. La Residencia de los Venerables es para todos los sacerdotes, pero debido a las circunstancias, hemos tenido que adecuarla como una residencia para los sacerdotes ancianos". La afluencia de juventud en la preparación a la vida religiosa se ha visto muy reducida en los últimos años. "De hecho, hace dos años tuvimos que cerrar el hogar sacerdotal pensado para jóvenes que se estaban preparando para ser curas, pero al no haber casi curas jóvenes, hemos tenido que adaptarnos a las circunstancias", señala Estibaliz Pértica.