Bilbao
IRUNE entró en contacto con el mundo de la danza del vientre gracias a una mezcla de casualidad, curiosidad y necesidad. Un día, paseando por la Gran Vía de Bilbao, vio un cartel en el que se ofertaban clases de danza oriental. E Irune, que por aquella época estaba un poco deprimida porque no acababa de recuperarse de un problema de ciática, se apuntó. "A ver si esto me sienta bien", dice que pensó. Y acertó. No solo le sentó estupendamente desde el punto de vista terapéutico, sino que le cambió la vida. En su primera clase, y tras una hora bailando, sintió una mejoría y un alivio tan grande de su dolencia que se dijo: "Esto es lo mío". Lo demás fue rodado. Clases y más clases de danza con profesores nativos, viajes a Egipto y muchas ganas de aprender. Catorce años después de su primera experiencia, Irune se ha convertido en una reputada profesora de la danza del vientre. Actualmente dirige una pequeña compañía y una escuela de danza en la capital vizcaina. Una de sus últimas actuaciones más meritorias tuvo lugar a finales del año pasado en el Palacio Euskalduna donde bailó al compás de la Banda Municipal de Bilbao. "Fue muy complicado pero muy bonito", señala esta joven bailarina galdakaoarra de 33 años.
Irune posee un amplio currículum relacionado con el baile y las danzas. Comenzó a bailar desde muy pequeña por recomendación médica. "El pediatra le dijo a mi padre que necesitaba hacer alguna actividad porque yo era muy rígida, como un palo seco" recuerda, "así que me apuntaron a ballet clásico y gimnasia rítmica". El remedio fue peor que la enfermedad porque Irune salía llorando todos los días de clase. Su madre acabó borrándole. "Aquello no me gustaba nada", dice, "porque me obligaban a hacer el spagat". En aquella época otra casualidad hizo que en el colegio donde estudiaba comenzaran a impartir clases de danzas vascas en lugar de gimnasia. "Aquello me gustó mucho; iba supercontenta a las clases", rememora. Así que poco a poco fue perdiendo la "rigidez" que había descubierto el pediatra. El patinaje artístico también contribuyó a que Irune fuese adquiriendo una mayor sensibilidad y elasticidad. Mientras tanto, ella seguía divirtiéndose con sus amigas bailando los fines de semanas en las discotecas o en casas particulares con sus ocurrentes coreografías.
Nombre artístico Así hasta que un accidente de coche le apartó durante algo más de un año de todas sus actividades físicas, incluido el balonmano, que también practicaba. Los dolores del nervio ciático le impedían retomar el baile. En esas estaba cuando vio el cartel. Y gracias a la danza del vientre y a los cuatro masajes que le dio su profesora de baile, Irune volvió a ser la de antes, pero ya con un objetivo claro: aprender a bailar bien. Se había quedado embrujada, tenía 19 años y una gran curiosidad por descubrir el mundo de la danza oriental. Así que se fue apuntando a todas las clases que podía para ir mejorando la técnica. Le daba igual que fueran en Donostia o en Gasteiz. Pero llegó un momento en el que sintió que debía dar un salto cualitativo para progresar.
Por eso, ya con 25 años, decidió viajar a Egipto, cuna de la danza oriental. Estuvo solo unos días, pero fue el tiempo necesario como para que quedara "impactada". "Me di cuenta", dice, "de que la danza iba a ser mi vida profesional". A la vuelta de El Cairo siguió dando clases en una academia y actuando en los bolos que le salían por las casas de cultura y fiestas de pueblos. En uno de ellos, en un festival en favor del pueblo saharaui, le dijeron, antes de salir al escenario, que el nombre de Irune Guerrero no pegaba nada para anunciar a una bailarina oriental. Así que entre todos salió uno: Nesma Sabat. "Me gustó", confiesa Irune, "porque tiene sonoridad". ¿Y qué significa? "Estrella del amanecer".
Con ese nombre artístico, propio de una estrella de la danza, siguió actuando y viajando. Todos los años acudía a los festivales de danza que se celebraban el mes de junio en Egipto. "Son diez días intensivos de danza con un montón de profesores en los que se aprende mucho y además te dejan grabar las coreografías para seguir trabajando con ellas una vez que vuelves a casa", señala Irune. Todo ese bagaje le dio la suficiente seguridad y experiencia como para montar en 2007 una escuela de danza en el centro de Bilbao. Una academia a la que acuden diariamente mujeres de todas las edades, desde jovencitas de 18 años a maduras que superan los 65. "Al principio vienen muy rígidas, pero poco a poco se van soltando y acaban por transformarse", reconoce. A ella también le ha transformado. "A mí me libera mucho", indica Irune, "porque me hace sacar el lado femenino".
Según Irune hay muchas formas de interpretar la danza oriental, dependiendo del país. Ella se ha especializado en el egipcio. Y dentro de la danza oriental hay dos estilos claramente diferenciados, el folclore y el tipo cabaret. "El de cabaret", apunta Irune, " es el más vistoso, el que se baila con un traje de dos piezas, con el velo o el sable". En el baile tipo cabaret es donde sale la "bailarina vaporosa y el otro es más folclórico, como nuestras danzas vascas".
A Irune le gusta el vaporoso. ¿Es un baile provocativo", le preguntamos. "Eso depende de cómo lo hagas y de los ojos con los que te miren", contesta. Y prosigue: "Si un tío está salido te va a ver provocativa aunque vayas con el carrito de la compra". Irune está enamorada de la cultura árabe, de su gastronomía, de su música, pero no de su religión. A ella lo que le gusta es bailar, mover el cuerpo de forma sensual y vaporosa como marca la danza del vientre.