bilbao
DESDE aquella serie de pinturas realizadas por Cassius Marcellus Coolidge titulada Perros jugando al póquer no se había visto nada igual: un cóctel para perros. Dicho así, tal y como se anunciaba en los tarjetones, el asunto destilaba frivolidad, por mucho que fuese el reclamo para una exposición fotográfica de Eugenio Hernández, basada en las instantáneas de galgos con las que ha ganado la Cámara de Oro que otorga la Federación de Fotógrafos Europeos. La muestra, colgada de los muros del Larruzz, el restaurante de Uribitarte, llevaba por título Galguitis aguda y hubo quien pensó, de antemano, que ese era el nombre de la enfermedad de los organizadores. "Han sufrido un ataque de galguitis aguda", pensó más de uno. Estaban confundidos.
Lo cierto es que los perros asistentes (en su mayoría galgos, es verdad...) si disfrutaron de un plato de arroz con pollo y un cuenco de agua. Eran bien merecidos. No en vano, los habían convocado desde la la asociación Galgo Leku, nacida hace tres años, que se dedican a rescatar de la horfandad a canes abandonados y apaleados por cazadores que ya no cuentan con las habilidades depredadoras de sus rastreadores.
Ladró a destajo un elegante galgo afgano -¿querría ración doble...?- y la suya fue la única voz discordante de la noche. Eran, aquellos, perros de buenos modales, pese al maltrato que llevaban a cuestas sus huesos. La gente de Galgo Leku los rescatan y socializan en familias de acogida: muchos de ellos rehúyen del ser humano como si viesen al viejo amo en cada uno de nosotros. En el momento en que ya están vacunados son dados en adopción. Lo han hecho ya con 375 animales y otros cuarenta aguardan en casas de acogida. ¿Será eso que llaman amores perros...?
Hankaluze, Frodo, Brodi, Lucy... y Bio, o Fabio, como fue bautizado el día en que llegó, hace menos de dos semanas, hasta ese balneario canino. Su historia duele. Fue abandonado en un zulo de dos por dos metros, junto a dos hembras en Aranjuez. Los hallaron al borde de la muerte, cuando ya habían empezado a atacarse entre ellos. Bio se ha reconciliado con el género humano y ayer conoció a sus nuevos compañeros, un matrimonio de Amorebieta que decidió adoptar un animal de estas características tras la muerte de su perro en diciembre pasado. Bio comienza a relacionarse con otros congéneres, aunque optó por comer en solitario. Intuye que ya no habrá quien le maltrate, aunque a buen seguro no esperaba el trato a cuerpo de rey que recibió ayer. Lo que sí supo, si es que los animales saben, es que llegó el adiós a su vida de perros.