La última clase de Magisterio
El centro universitario entre Arangoiti y Deusto espera su derribo para dar paso a la construcción de 180 viviendas La directora recorre con DEIA las aulas vacías y recuerda el trabajo efectuado
Bilbao. Curiosamente, este año iba a cumplir medio siglo, pero no podrá ser. La Escuela de Magisterio ubicada entre Arangoiti y Deusto, ese edificio que se enseñorea ufano en la subida hacia Enekuri, será derribado antes de finalizar este año una vez que la Universidad del País Vasco ya ha trasladado a alumnos y profesores a su nueva sede del campus de Leioa. En su lugar, nacerán 180 viviendas para los vecinos de Bilbao.
El pasado curso 2010-2011 fue el último que formó a casi medio centenar de promociones de estudiantes que aprendieron a enseñar a niños y adolescentes después de subir cada día los empinados accesos que desembocan en el edificio. Una labor de magisterio colegiada en cuyo equipo ha participado durante los últimos 28 años Guru-tze Ezkurdia, la actual directora de la escuela desde hace poco menos de tres años. "Es un gran edificio que vamos a echar de menos no solo nosotros, también los vecinos de la zona", explica mientras descorre uno de los grandes cortinones que tapan los ventanales de la Sala de Juntas ubicada en la primera planta del ala este del edificio.
Recuerda con cierta nostalgia cómo "en esta sala fue donde efectuamos la última reunión del equipo rectoral; había nevado y se veían todos los montes blancos, incluso el Gorbea, eran unas vistas impresionantes, nada envidiables a las de la Torre Iberdrola".
Con tan excelente cicerone, las historias cercanas del peculiar inmueble de cinco alturas se acumulan hasta sus orígenes. Inaugurado en 1962, el bloque es diseño de los arquitectos Germán Aguirre, Álvaro Libano y Fernando Navarro y el ministerio franquista de la época abonó para su construcción 30 millones de pesetas, "todo un dineral para aquellos años" apostilla la directora.
Un edificio 'ad hoc' Relata que "fue un edificio que se construyó ad hoc, para ser digno de la formación de maestros". Dividido en dos cuerpos con remates circulares en los extremos y el centro, el edificio cuenta con varias decenas de aulas de distinto tamaño y despachos para los profesores "que durante los últimos años estaban atestados" reconoce la directora.
En uno de ellos, las placas ubicadas a la derecha de la puerta de Mikel, Asier, Xabier, Maite y Gorane, y las mesas pegadas en su interior, atestiguan mudas la escasez de espacio con la que contaban los docentes de docentes.
La enseñanza a lo largo de las décadas pasó por sucesivas fases. Al principio, los pocos chicos que querían enseñar en la década de los sesenta estuvieron separados de las chicas. Después, esa fórmula segregacionista desapareció, fue la época en la que la cantina funcionaba a pleno rendimiento con cientos de alumnos recorriendo los largos pasillos del inmueble cada día. Incluso la capilla que se construyó originalmente para atender necesidades religiosas mantenía sus usos. Después, en los ochenta, el afán por enseñar era tal que tuvieron que construir un aulario contiguo al edificio para albergar a los estudiantes que llegaban en oleadas. Un bloque cutre y provisional que siempre se quedó con esa etiqueta y que la directora recuerda como "un lugar horrible para impartir clases".
Después hubo un bajón en las matriculaciones, para volver a remontar la asistencia de alumnos desde principios de este siglo. En el último curso que se impartió en Arangoiti, el año pasado, un total de 2.100 jóvenes recibían estudios tanto teóricos como prácticos, porque la Escuela de Magisterio tuvo incluso una escuela propia adonde los niños de Deusto, Ibarrekolanda y Arangoiti acudían para recibir clases de profesores en ciernes.
El recorrido por las plantas certifica la variedad de materias que se impartían. Varios atriles amontonados en una esquina, partituras esparcidas por el suelo, dos tambores con sus parches rotos... era el seminario de música. La nostalgia y también en cierto modo algo de pena se refleja en el rostro de Guru-tze. "¡Cuánto material hay aquí que todavía se puede aprovechar!" exclama, mientras recoge un vieja escala de notas musicales.
Mudanza apresurada Y es que el traslado de la labor docente a las modernas instalaciones de Leioa no se llevó todo. "Hemos aprovechado algunas cosas, pero con el nuevo edificio se han comprado todas las instalaciones y mobiliario nuevo", apunta Gurutze, mientras entra en otra sala que no puede negar su función docente. En perfectas mesas corridas, pipetas, antiguos libros de fórmulas indescifrables, probetas y algún que otro mechero bunsen se entremezclan con cajas tiradas, armarios desvencijados y desorden por doquier. La estancia evidencia con nitidez la actividad que se desarrolló en ella hasta el último día y la tristeza que destila su actual abandono en un día demasiado gris.
Todo lo contrario que ocurre en las tradicionales aulas con la mesa presidencial del profesor, la pizarra colgada de la pared y esos pupitres unipersonales que chocan en una actividad académica de grado superior. Garbiñe desvela que "este tipo de mesas unipersonales son muy prácticas ya que permiten una movilidad que facilita, por ejemplo, los trabajos en grupo entre los alumnos".
A la directora le puede su actual labor en el departamento de Teoría e Historia de la Educación. Junto a varios compañeros, trabaja en la creación de un museo sobre materia docente. La visita que efectúa con DEIA le hace recapacitar sobre cómo abandonaron las instalaciones en septiembre pasado. Confiesa que se efectuó una mudanza quizás algo precipitada, que les hizo dejar en el camino muchas cosas interesantes. Sobre la marcha decide que enviará a varios miembros de su equipo próximamente para que efectúen un repaso exhaustivo que permita aprovechar muchos de los elementos que ahora duermen en el rincón del olvido de la Escuela de Magisterio.
Amigos de lo ajeno El recorrido por los espacios delata que tras el cierre de las instalaciones se colaron amigos de lo ajeno y, por ejemplo, se llevaron las tuberías de cobre, destrozaron las mangueras para apagar incendios, incluso cuadros eléctricos completos. Por ello y para evitar problemas, la UPV tapió todos los accesos al centro. La directora lamenta que los viejos muros de la escuela vayan a ser pasto de la piqueta: "El edificio está bien construido y, excepto algunos detalles en materia de seguridad que se podrían solventar, es un inmueble que podría albergar un colegio mayor o apartamentos para personas que viven solas".
A pesar de esta reflexión, Guru-tze entiende que "en todo caso, si no fuera porque se va a derribar el edificio y después se van a construir viviendas no se podría haber financiado el nuevo centro donde ahora estamos".