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EL mundo se detuvo a su paso hasta que el rayo de una trágica y enigmática muerte le alcanzó de lleno y la envolvió en la estola de visón de la leyenda. Marilyn Monroe, la novia pin up de los cincuenta, pasó por los brazos del mítico jugador de béisbol Joe DiMaggio o del dramaturgo Arthur Miller -dejemos en las brumas de la sospecha su relación con J. F. Kennedy, a quien cantó un Happy Birthday Mr. President de infarto...- y apenas obtuvo de ellos lo que buscaba: el amor perdido en la infancia. Tal vez por ello, la frase más célebre de aquella actriz de instintos naturales, aquel bello animal salvaje del celuloide, encierra un rapto de triste soledad. "Diamonds are a girl's best friend", los diamantes son los mejores amigos de las chicas, dicho sea para quienes no hablan la lengua de Shakespeare.

Casi medio siglo después de su muerte -la actriz falleció el 5 de agosto de 1962 a causa de una sobredosis de barbitúricos en su casa de Brentwood, California...-, Miguel Soto, un joyero de Bilbao, amante de las piezas antiguas, acaba de regresar de Hong Kong donde se celebra el mercado de diamantes más importante del mundo. Ha traído consigo un codiciado tesoro: un brazalete Art Decó de oro blanco con incrustaciones de diamantes, rubíes y zafiros, rematado por una esmeralda verde de 30 quilates, y dos anillos: uno que combina oro blanco y amarillo con un reguero de brillantes y y otro de platino, oro amarillo y diamantes. Las tres delicias pertenecieron a la gran tentación rubia.

"Compré las joyas a un coleccionista estadounidense por un precio superior a su valor artístico", asegura el propietario de la joyería Soto de la plaza San José, donde hoy conviven las reliquias de Marilyn con piezas vintage. "Pagué más de lo que valen pero tengo todos los certificados que acreditan la autenticidad de las joyas y de su propietaria". El destino de esas maravillas -el brazalete es una obra casi del bajo barroco, recargada y refulgente de color..- será una sala de subastas. "Dudo que en España encuentre comprador", asegura Miguel Soto, quien admite que no tiene "espíritu de coleccionista. Yo soy un comerciante..."

¿Se imaginan las tres joyas estuchadas en terciopelo y entregadas a aquella mujer de la muerte triste por las manos de, qué se yo, John Fitzerald Kennedy...? "Ojalá pudiese contar algo así, ¿verdad? Pero no es posible saber quién se las regaló ni por qué." ¿Y su procedencia? "Por el tipo de joya que es, yo diría que se trata de un diseño francés, pero no puedo garantizarlo. La pudo comprar en Tiffany's, donde como usted sabe se desayuna con diamantes, o en cualquier otra joyería. Lo que sí salta a la vista es que es una pieza original".

¿Cuánto puede revalorizarse una pieza así, cuando se conoce el nombre de su legendaria propietaria? Es difícil saberlo. El joyero no suelta prenda por lo que ha pagado pero accede al juego de los porcentajes. "Supongamos que una pieza, desde el punto de vista de la alta joyería, vale 1.000. Bien, el hecho de que haya sido propiedad de Marilyn hace que valga 1.700 o 2.000". Miguel intuye que el destino de las alhajas será alguna de las grandes casas de subastas europeas. "En ellas se fijan unos precios ajustados pero como se crucen dos coleccionistas interesados nadie sabe lo que puede pasar...". Al decirlo los ojos le brillan a juego con los destellos de los dos fabulosos anillos. Hoy, cuando abra las puertas al público con las joyas presas en una urna, Marilyn volverá donde solía: a exhibirse.