Basauri

Dicen los que le conocieron al comienzo de su carrera que Urru era igual con veinte años que con cincuenta: un periodista inquieto, impulsivo, trabajador y mordaz. Aunque quizá fue su fortaleza de carácter lo que le llevó a ingresar en la familia de DEIA cuando el periódico echó a andar. Por aquel entonces, Juan Carlos Urrutxurtu era solo un estudiante que hincaba sus codos en la residencia para chicos del cura Manuel de Unciti, en Madrid. En esa época, el destino quiso que sin acabar la carrera comenzara a escribir como colaborador en el diario. De allí pasó en el 79 a trabajar para el periódico en Gasteiz hasta que el destino le hizo volverse a la capital ya acompañado de su mujer, Rosi, junto a la que vivió el 23F, entre otros acontecimientos de una época vital. Por entonces no contaba ni con 25 años.

Esta entrega se convirtió más tarde en grandes exclusivas para DEIA. Entre ellas, la que anunció la existencia del GAL. No obstante, a pesar de que con los años se convirtió en una persona de valía reconocida, Urru nunca llegó a ser jefe de despacho y teléfono. Él estaba donde se cocía la noticia. "Si tenía que ir a colgar carteles, iba. Si había que mancharse, el era el primero en hacerlo", recuerda su hija Eneriz. Esta forma de ser le llevó a subir a su coche los ejemplares que no podían ser trasladados a los kioscos por problemas con el reparto o a pasarse noches fuera de casa en las inundaciones del 83.

Y así, siempre con un listado inacabable de sugerencias y anécdotas noticiables en la mano, le conocieron los que ahora trabajan en esta casa. Pues aunque él hacía años que se había marchado de DEIA, revisar el periódico y apuntar todo lo mejorable (y también lo inmejorable que luego usaba para piropear el trabajo de los compañeros) se había convertido en uno de sus pasatiempos preferidos que combinaba con su trabajo en la agencia de comunicación MBN. A fundar esta empresa llegó después de convertirse en responsable de comunicación de una Diputación al mando de Juan Alberto Pradera. En esa etapa por las manos de Juan Carlos pasaron los planos del Guggenheim o los pros y los contras de que Bilbao tuviera metro. Bilbainadas para algunos que este basauritarra supo ver con solo echar un vistazo.

Pero fue en su pueblo, su Basauri del alma, donde más se desgañitó explicando a diestro y siniestro lo que tenían que hacer para mejorar el municipio, pues él veía lo que a la mayoría ni se les pasaba por la mente. Suyas fueron las ideas, por nombrar algunas de las que tuvo en los últimos años, de construir un parking en la playa de vías. También olfateó el subsuelo del colegio Lope de Vega porque creía que Ariz necesitaba otro aparcamiento más.

Su proceder era simple y efectivo. Encendía el ordenador, abría un programa desde el que se puede ver Basauri a vista de pájaro y, donde los demás divisaban huertas o vías viejas, el imaginaba equipamientos beneficiosos para sus vecinos.

En esas andaba, sin parar ni un segundo, cuando en junio de 2009 le diagnosticaron cáncer de médula. Entonces nadie pensaba que alguien que parece tan fuerte iba a dejar de serlo por una enfermedad. Pero así fue. Un mes más tarde comenzó el tratamiento. Duro y frío. Con muchas sesiones de quimioterapia y dos intervenciones de transplante de médula que no tuvieron los resultados que todos esperaban. No obstante, y a pesar de la dificultad que le hizo pasar meses en el hospital de Usansolo y después en Santander, contó en todo momento con su familia y amigos. Especialmente cercana fue Rosi, quien le transmitía la serenidad que a veces le hacía falta. Ella fue testigo de cómo Juan Carlos no paró de sugerir noticias y de seguir la información de DEIA al pie de la letra hasta el último momento. "Es que si no me aburro aquí metido todo el día", decía él cuando alguien le pedía sin éxito que se relajara y dejara por unos días sus miles de quehaceres.

Tenía 54 años cuando se fue un triste lunes de marzo, dejando huérfano a todo un pueblo. Lo hizo sin llegar a montarse en el metro de Basauri ni ver las luminosas estaciones de este transporte que él ayudó a nacer. Su último viaje fue otro, pero sin ninguna duda, su tren no le ha llevado lejos porque se le puede ver en cada recodo de Basauri, en el batzoki, en los fosteritos. Eso sí, ahora lo hace convertido en el mejor ángel de la guarda que el pueblo podía tener.