UN buen día, hace ya unos cuantos años, Javier vio un reportaje en televisión "sobre una especie de yoguis" que le dejó impactado. "Yo tengo que ir a ver a esa gente a la India", dice que pensó en aquel momento. Pero nunca llegó a ir, porque "yo no soy muy dinámico, de mucha excursión". Y no le hizo falta. Meses después encontró en Bilbao un centro budista tibetano. Entonces tenía 28 años y estaba atravesando una mala época, tanto desde el punto de vista laboral como espiritual. "Se juntó todo", recuerda. Así que comenzó a adentrarse en el mundo de Buda. El resto vino rodado. Se fue a realizar unos cursos a Huesca y, posteriormente, decidió meterse en un monasterio en Francia. De allí salió con el título de lama, tras siete años de meditación, estudio y clausura. Esos conocimientos le han servido para impartir clases y cursos en el centro Dag Shang Rimé Chölling que hay en el barrio bilbaino de Santutxu. Javier, que ahora tiene 54 años, no se arrepiente de la decisión que tomó. "Soy feliz y es lo mejor que he hecho en mi vida", afirma orgulloso.
Javier tuvo una infancia normal, educado en colegios religiosos, Agustinos y Santiago Apóstol. De todas formas, ya desde pequeño sintió una especial "curiosidad por los misterios". "A partir de los 10 años", dice, "empecé a leer libros sobre masonería y filosofía, porque era yo muy curioso". También apunta que le llamaban la atención "las brujas y las adivinadoras". La curiosidad siguió acompañando su vida hasta que con una cierta edad, 28 años, cayeron en sus manos unos "libros hinduistas". Lo que allí se decía abrió las puertas de su mente hacia la filosofía oriental. Pero no fue hasta que vio un programa de televisión, "que hace poco lo volví a ver en La 2", señala, lo que le empujó a dar el primer paso para abrazar el budismo. "Aquellos yoguis me parecieron una gente muy interesante", comenta, "así que, como no podía ir a la India, decidí acercarme a un centro budista tibetano que había en Bilbao y en el que se reunían cuatro amiguetes". Tras esa primera toma de contacto, "me enteré de que iba a venir un lama a Pirineos". Se animó y lo que allí vio sí que le impacto de verdad. "Vi a un ancianito vestido de amarillo", recuerda", "que se llamaba Kalu Rinpoche. Me pareció un extraterrestre, pero desde el primer momento pensé: yo quiero ser como ese señor y pregunté: dónde hay que apuntarse para esta historia". Así que se apuntó a hacer unos cursos en el pueblo oscense de Panillo donde había conocido al maestro Kalu. Allí permaneció una temporada de residente.
Monasterio Sin embargo, el salto cualitativo de su vida lo dio cuando decidió irse a un monasterio. "Se me presentó la posibilidad de hacer un retiro en Francia sin los requisitos que exigían para ir a Bután o la India", recuerda. No la desaprovechó. Se fue con lo puesto al centro monástico que el linaje Dag Shang Kagyu tiene en el país galo. "Allí estuve encerrado, en absoluta clausura, un total de siete años, dividido en dos bloques de tres años y medio cada uno", relata. Durante ese tiempo tuvo que aprender francés, inglés y tibetano, "una lengua que nunca he llegado a dominar". El conocimiento de esos idiomas era necesario para "leer unos tochos de libros". En los siete años de vida monacal, solo salió un mes, que aprovechó para ir a París, Roma, Barcelona y Bilbao. En la capital vizcaina se reencontró con los familiares, que no estaban de acuerdo con el derrotero que había tomado su vida, aunque dice que "me daba igual lo que dijeran". Javier siguió adelante con su decisión de hacerse lama. "Es lo mejor que hecho en la vida", confiesa. "Cada día soy más feliz", prosigue diciendo, "y soy más capaz de afrontar las virreces de la vida". Además, para Javier, ser lama ha sido un reto, "lo mismo que para otros hacer los catorce ochomiles". Por eso está "encantadísimo de haber aprendido unas cosas que tienen utilidad para mí y para los demás".
Budismo Esos conocimientos y esa filosofía de vida que enseña en el centro Dag Shang Rimé Chölling de Santutxu se los debe al budismo, "que no es más que un camino de liberación de este mundo hacia la sabiduría y la compasión". Un camino que se llega a través de la meditación, eje vertebrador de su religión. "La meditación", explica Javier, "no es más que un tipo de yoga mental por la cual intentamos calmar la mente y estabilizarla". Una meditación que, según él, "debería enseñarse en las escuelas y colegios para que los niños sepan desde pequeños meditar, es decir, parar la mente". "La vida que llevamos no nos deja ver nuestro interior y lo que nos rodea porque los niños y los mayores vamos muy acelerados".
Javier predica con el ejemplo. Habla pausado, no tiene prisa. "Lo que veo ahí afuera (refiriéndose a la calle), coches, ruido, la forma de relacionarse de la gente no tiene ningún sentido", dice. Por eso él se refugia en el local que tienen en Santutxu desde hace más de tres años. Tampoco le da muchas vueltas al futuro ni a la reencarnación que predica el budismo. "Yo no creo en la reencarnación tal y como se explica", señala, "a mí no me importa lo que hay después de la vida, lo único que está claro es que van a desaparecer los elementos que conforman nuestro cuerpo, así que hay que buscar la mejor manera de morirse", concluye. Javier no descarta volver a un monasterio y encerrarse allí para el resto de sus días. Pero mientras tanto hace partícipe a la pequeña comunidad budisza de su felicidad interior y de "lo bien que sienta meditar".