En aquellos días tan lejanos que parecen de otro mundo -hablamos de 1952...-, se rodó una película legendaria: Candilejas. El film bien pudiera considerarse la despedida de dos grandes genios del cine mudo, Charles Chaplin (o su alter ego, Charlot, como prefieran...) y Buster Keaton, dioses del pasado que cedían, resignados, el relevo a las nuevas generaciones. La película tiene un deje autobiográfico, reflejado con maestría cuando la protagonista, Thereza, es contratada y Calvero (el papel que interpreta el propio Charlot...) queda solo en un escenario en el que se apagan, una a una, todas las luces.
Ayer, el Teatro Campos presentó un espectáculo con el mismo nombre, Candilejas, y la misma sensación de desamparo que la vivida por los dos reyes del cine sin palabras. La función, un remedo del viejo vodevil, estaba cargada de imágenes poderosas: el tanguista argentino, Fernando Valsega; el dúo de guitarristas, Andoni Basabe y Sócrates; El Mentón de Fogarty (Urko García, Ibai Bertol, Carlos Uribe, Gabi Uribe y la voz de Gorka Álvarez al aparato...) y el coro Biotz Alai, con Txema Batarrita al frente, acompañado por los txistularis de la Banda Butrón (Jesús Mari Mayor, Ander Madariaga, Xabier Aburto y Perderika Azkorra con el instrumento en la mano...) y los dantzaris del Aratz Dantza Taldea, con Aritz Rojo, Josu Santos, Iera Bilbao y Leire Gutiérrez entre otros como aves de vuelo sobre el escenario del Teatro Campos. Solo faltaba la mujer barbuda y un mago que sacase conejos de la chistera...
José Antonio Cayón ejerció de hilo conductor, intercalándose en cada aparición. Con todo, insisto, la visión del patio de butacas resultaba dantesca. No más de treinta espectadores que se acercaron a presenciar un espectáculo organizado por la Fundación Athletic a favor del proyecto social Annantapur, una iniciativa solidaria que promueve la Fundación Vicente Ferrer, la construcción de la Ikastola Fundación Athletic y un San Mamés Txiki en la depauperada región de la India. Corren malos tiempos, para la solidaridad...
Aún con todo, hay que dejar constancia de la presencia de Jon Zapirain, máximo responsable de captación y eventos de la Fundación; de la directora de la Fundación Vicente Ferrer en el País Vasco, Irune Pascual, acompañada por Eva de Miguel y Ana Belén Picaza o del letrado Carlos Uribe, K-Toño Frade, María Picaza, José Luis Martínez, Guillermo Torrontegi, Begoña Azanza; el embajador plenipotenciario de Café Baqué, Pelaio Serrano, quien acudió acompañado por Lidia de Francisco y Juan Carlos Benito, Iñaki Astigarraga, José Luis Arrola, Cristina Bengoetxea, Isabel Martínez, Joseba Muguruza y poca gente más.
La noche, insisto, estuvo velada por las cortinas grises de la melancolía. Duele, duele como un puñal clavado en el esternón (que digo yo que tiene que doler un huev...), ver un teatro en ruina de espectadores pero es lo que corresponde a estos tiempos que corren. Quién sabe si fueron los precios -entre 25 y 40 euros por barba en tiempos de bolsillos prietos...- o la galbana de los días grises. Quién sabe...
Me pía un pájaro misericorde que el proyecto necesita más aliento que el de ayer; que habrá que hacer un esfuerzo y acercarse, el próximo 27 de octubre, hasta la sala de subastas Brancas donde se ofrecerán al mejor postor viajes de ensueño, joyas de lujo y un sinfín de maravillas más. Es ahí donde espera engordar la escuálida cuenta de resultados de ayer, el día en que Bilbao olvidó que tenía una cita con la gente de buen corazón.