Entre aquel joven que peinaba su cabello con aceite de rosas y vaselina y cantaba con alma y swing de negro y un espíritu salvaje y aquel otro hombre arrastrado y vencido por el oleaje de la fama, el consumo de drogas y un corazón quebradizo (él, que tantos había roto...) cabe una vida de leyenda. Su dueño es Elvis Presley, el icono musical más relevante de Estados Unidos en el siglo XX. Relatan sus biógrafos que vivió a lomos de una montaña rusa; un ritmo trepidante que lo mismo se posaba sobre las caderas descoyuntadas que en los psicodélicos trajes que le dieron, en ocasiones, aspecto de sota de oros de la baraja española.
El Rey. Con ese sobrenombre le recuerda la historia de la música y los cientos de miles de seguidores que aún peregrinan a Graceland y le imitan como tributo a una manera de ser irrepetible en escena. Entre todos ellos, Greg Miller, un californiano que se granjeó la amistad de Elvis Presley durante los últimos años de su vida. Cuentan que el Rey del Rock and Roll lo quería como a un hijo y que Greg ha honrado esa adoración convirtiéndose en un cantante tributo, el mejor de los miles que han seguido la estela del dios de Tupelo.
Es precisamente esa relación la que funciona como hilo conductor del espectáculo The King of the rock story, el musical estrenado ayer en el Palacio Euskalduna donde dio la sensación, por momento, que campaba a sus anchas el fantasma de Elvis. A lo largo y ancho de dos horas, se espolvorean en el escenario imágenes, recuerdos, conversaciones inéditas del pasado con Elvis como protagonista y, sobre todo, muchas de las mejores canciones del gran cantante, icono de la cultura rock del siglo XX. Testigos de todo ello fueron Javier Alonso, Mikel Beristain, José Antonio Nielfa, La Otxoaquien llegó a bordo de una chaqueta blanca, homenaje al monarca y acompañado por Marisa Herrero e Isabel Valle; María Ángeles Gordejuela, Jesús Ángel Iturbe, Lico, junto a Leandra Martín, Beñat Muguruza y Aitziber Madariaga que nació un 16 de agosto de 1977, fecha de infausto recuerdo para los elvisnómanos -ese día murió el Rey...-; José Luis Martínez, José Antonio Cayón, rey, también, de la música en la radio por aquella época, Luis Mari Zarrabeitia o Roberto Abad, quien no hacia más que preguntarse cuántos años tendrá este Greg, si fue amigo de Elvis, pareciéndole esa amistad y el vigor de Muller dos asuntos o incompatibles o extraordinarios.
No fueron los únicos presentes en una tarde evocadora. José Félix Gonzalo y Estibaliz Arana, junto a sus hijos Xabi e Irati Gonzalo; Gontzal Azkoitia, Begoña Iturriaga, Luisa Hernández, quien llevaba entre sus prendas, según presumía, un autógrafo cazado en Memphis para ella por su padre; José María Rodríguez, José María García, Ander Iturriaga, Maite Igartua, Elena García, Miren Aretxabaleta, Alicia Zugaza y un buen número de melómanos, mitómanos y simples admiradores de un hombre que cambió la historia de la música, un hombre que parecía haberse comido un negro cada vez que cantaba.
Como ocurre con los grandes ídolos caídos, hay quien sospecha que Elvis vive. Sino fuese porque han pasado treinta y cuatro años desde que se certificase su muerte, uno diría que ayer se hizo carne en Bilbao. Tal es la semejanza. Dan fe de lo que les cuento, además de los citados, Yolanda Martín, María Ángeles Bilbao; Javier Irureta, quien era león en aquella época dorada, Pilar Valle, María Gómez, Jaime Palenzuela, José Antonio Prada y Elisa Palenzuela entre otros cientos de asistentes. Se vieron más calvas que tupés pero eso, me temo, es algo irreparable. Como la pérdida del Rey.