LOIU. Asegura carecer de motivos para aparecer en la prensa. "No sé qué interés puede tener la historia de mi vida", se justifica el veterano loiutarra Agustín Elorrieta, apoyado en su muleta debido a una reciente operación en la cadera. Pese a su modestia, lo cierto es que en Loiu son pocas las personas adultas que no haya transportado Agustín en su autobús de la compañía Lujua. Durante cerca de treinta años, Elorrieta ejerció de chófer de la línea que cubría el trayecto entre este municipio y la capital vizcaina, además de ser el conductor de escolares y de numerosos grupos que iban de excursión por varias localidades del territorio.
A sus 76 años y tras jubilarse a los 64, en la actualidad disfruta de una vida apacible en su caserío de Loiu, donde se dedica a cuidar del huerto junto a su esposa Teresa y sus tres hijos (dos mujeres y un varón). Los incesantes ladridos de varios perros reciben al visitante en su baserri. "Están locos como el dueño", indica jocoso Elorrieta. Por las tardes, cuenta que va a pasear por el centro del pueblo, donde aprovecha para charlar con sus amigos. "Suelo ir al bar a decir cuatro chorradas", bromea.
Atrás quedaron los madrugones para llevar los productos agrícolas de los caseríos locales hasta el mercado de La Ribera. Y es que Elorrieta comenzó en la compañía de Autobuses Lujua como transportista. Aunque no era verdura y leche todo lo que llevaba. "La cabina del camión tenía capacidad para siete personas, pero habitualmente llevaba hasta 16 mujeres, que querían llegar a Bilbao lo antes posible para coger el mejor puesto de venta en el mercado", explica. "A veces llevaba mujeres hasta encima de la cabeza -ironiza-, pero se lo pasaban bien conmigo porque les decía burradas, aunque de buena voluntad, eso sí", aclara. Empero, en una ocasión la Guardia Civil les dio el alto, y cuando el agente comprobó el exceso de equipaje, espetó al conductor loiutarra: "¡Es increíble! ¿Pero cómo se atreve a hacer esto?", a lo que Elorrieta contestó, rotundo: "O lo hago, o no como". Pese a su osadía, aquel día las mujeres no tuvieron otro remedio que recorrer a pie el camino que restaba hasta el mercado de La Ribera.
la voz cantante Una de esas pasajeras clandestinas era su esposa, Teresa. "La pesqué en Erandio, donde ella trabajaba, y la conquisté cantando", confiesa. Su mujer, que le acompaña durante la entrevista, sonríe cómplice y le da la razón. "Es que canta mejor que Antonio Molina", asevera. "Esta canción se la dedico a la morena de Erandio". Esa fue la frase que consolidó su noviazgo. Se la dedicó en público, durante una de las populares romerías que se celebraban en Loiu. En aquella ocasión, él tocaba la batería junto a una de las orquestas y comenzó a cantar. Su voz sorprendió tanto que los presentes dejaron de bailar para escucharle. "Me sé más de 200 canciones", asegura. "Me gusta todo tipo de música, aunque la moderna me queda un poco lejos", matiza.
Elorrieta se siente igualmente orgulloso de poseer en su caserío uno de los nueve molinos de maíz que aún existen en Loiu. "Me siento afortunado de poder decir que, en épocas de escasez, he comido más talos que nadie", apunta. Y es que su vida ha estado tan ligada al transporte como a la agricultura. De hecho, a su regreso del mercado de La Ribera, el loiutarra empleaba las tardes en trabajar el huerto. "No había invernaderos, así que en la época de frío no había mucha cosecha. En cambio, en verano era cuando más se madrugaba -a las 4 de la madrugada ya estaba en ruta-, porque en esta época abunda la vaina, el tomate y el pimiento, entre otros", señala.
En 1970, aparcó el camión y tomó el mandó del autobús de línea. Su principal recorrido partía del barrio loiutarra de Lauro y llegaba hasta el centro de Bilbao. El coste del viaje rondaba las 1,5 pesetas. Tampoco en este medio de transporte respetó el aforo. Entonces, los autobuses que conducía disponían de 60 plazas, pero una vez llegó a llevar hasta 150 personas. "Los sábados por la tarde había discoteca en el club Landatxueta, en Loiu, y aquello era una fiesta...", recuerda con cierto asombro. "El estado de los frenos, las carreteras maltrechas... La verdad es que tiene que haber un Dios, ¡porque vaya peligro!", admite.
Pese a todas las dificultades en forma de carreteras nevadas, frenos más chirriantes que eficaces o motores destartalados, en su historial de conductor solo figura algún que otro leve percance. Sin embargo, recuerda un amargo momento al volante del autobús de Lujua. "Una señora que viajaba habitualmente conmigo sufrió un infarto y quedó tendida sin vida en el pasillo del autobús", relata apenado.
Tanto él como su consorte convienen en que eran otros tiempos, en todos los sentidos. "Antes nos conocíamos todos por el nombre del caserío, ahora esa convivencia entre vecinos se ha perdido en gran medida", lamenta Teresa. "Nos necesitábamos los unos a los otros porque el mismo trabajo así lo requería", comenta Elorrieta. "Cuanto más pobres, más solidarios y voluntariosos nos mostrábamos. Tampoco teníamos más opciones, pues al vago y al que no hacía favores se le apartaba del grupo", concluye.