CHULI Zhen vino a Bilbao el año 2001 reclamada por su hijo, al que le iban bien las cosas en la capital vizcaina. Al día siguiente de aterrizar buscó un parque cercano a la casa donde vivía su hijo para poder practicar sus ejercicios diarios de tai-chi. Lo encontró enseguida en Ametzola. Allí se fue con su radiocasete y su kimono, y comenzó a ejercitarse en una de los artes marciales más antiguas de China. Un arte reconvertido con el paso de los años en una gimnasia de relajación muy popular en el gigante asiático. Chuli causó una mezcla de curiosidad y extrañeza entre el vecindario en un primer momento, pero ahora se ha convertido en un referente del barrio. A Chuli se le fueron acercando tímidamente compatriotas y vecinas de la zona atraídas por sus movimientos pausados y rítmicos. "Empecé sola, pero ahora ya somos un grupo de unas 15 ó 20 personas", dice orgullosa. Sin cobrar un euro, Chuli ha ido enseñando al alumnado, mayoritariamente compuesto por mujeres, los pasos necesarios para iniciarse en el tai-chi. Hoy es el día que conforman un bonito cuadro plástico en el parque de Ametzola. Y los vecinos ni se inmutan, ni les miran. Ya forman parte del paisaje urbano. Haga frío o calor, llueva o granice, Chuli acude diariamente a la cita "para empezar el día estupendamente".
A pesar de tener 62 años, Chuli no los aparenta. ¿Será gracias al tai-chi? "Yo creo que sí", responde mientras sonríe como exige el protocolo chino. "El tai-chi es bueno para todo, para el cuerpo y para la mente", dice. De hecho, Chuli tuvo un problema de lumbago que, gracias a los pausados movimientos del tai-chi, ha ido desapareciendo. Pero ella no se inició en este viejo arte marcial para curarse de sus dolencias. Lo hizo "porque en China todo el mundo lo practica", aunque reconoce que comenzó un poco tarde, a los 30 años. Hasta entonces el trabajo y las ocupaciones familiares le habían impedido sumarse a los grupos espontáneos callejeros. "Allí, en China," cuenta Chuli, "todos los días, los parques y plazas del país están llenos de gente haciendo tai-chi antes de ir a trabajar". Chuli era modista en su ciudad natal, Zhe Jiang, al sur del país. Y una vez que fue liberándose de las cargas familiares, con los hijos ya crecidos, se enganchó al tai-chi. Porque Chuli reconoce que "esto tiene algo que engancha desde el primer día", señala ante un grupo de alumnas que lo certifican.
Escuela
Chuli ha ido creando escuela en Ametzola. Hay días, sobre todo en verano, cuando hace buen tiempo, que se viste todo el grupo con el kimono y las zapatillas adecuadas para realizar la sesión. Una sesión que suele prolongarse por espacio de algo más de una hora. Las alumnas intentan seguir los pasos de la maestra mirándole por el rabillo del ojo. Ella las corrige y les enseña la "postura perfecta" en cada movimiento. "El tai-chi", explica, "está compuesto de pasos que se deben realizar de forma armonizada entre el cuerpo, la mente y la respiración; hay que relajarse y pensar sólo en el ejercicio, no en los problemas que podamos tener en el trabajo o la familia". Eso se consigue "con los años, mucha paciencia y constancia". Entonces, ¿es difícil aprender tai-chi?, le preguntamos ante la mirada atenta de sus alumnas. "En un principio no es fácil, pero eso depende de cada persona", contesta. "Hay gente", prosigue, "que en pocos días coge el ritmo de los movimientos, pero hay otros que, por mucho que lo practiquen, no consiguen relajarse, que es el objetivo".
Lo mejor, según ella, es comenzar desde muy joven, pero recalca que "para el tai-chi no hay límite de edad". También aconseja que el inicio se haga de forma paulatina "y sin querer hacer todo en un día". En este sentido, dice que "para ir poco a poco, lo mejor es fijarse mucho en lo que hace la profesora".
Relajación
Sus alumnas así lo hacen en Ametzola. Siguen sus pasos miméticamente hasta conseguir la relajación y "el bienestar del cuerpo". "Hay gente que va a los gimnasios a hacer pesas y a sudar", dice Chuli, "pues nosotras venimos aquí a disfrutar con estos ejercicios". Disfrutan, aunque algo menos, incluso en invierno, cuando llueve o la temperatura no supera los cero grados. "Cuando llueve", dice Chuli, "nos vamos debajo de esos soportales para protegernos". El grupo de Chuli espera que algún día el Ayuntamiento les ceda un local para poder ejercitarse los días más crudos del invierno. Lo han solicitado, pero no han obtenido respuesta. Con o sin local, Chuli seguirá fiel a su cita diaria porque es innegable que ella disfruta enseñando tai-chi. Después de cada sesión, le cuesta irse a casa. Se queda con las alumnas explicando los movimientos. Entre ellas se ha creado un buen ambiente, una gran complicidad. Han llegado a hacer excursiones y comidas de forma conjunta. Ahora, Chuli y todo el grupo se encuentran entusiasmados con una exhibición que realizarán el próximo 8 de noviembre en el atrio de La Alhóndiga, donde se juntarán todos los grupos que practican tai-chi en Bizkaia.
Chuli se siente feliz en Bilbao. A pesar de llevar nueve años en la capital vizcaina se expresa con dificultad en castellano. No le importa, el lenguaje del tai-chi es universal. Disfruta de la comida del País Vasco y la hospitalidad de la gente. Aun así, su mente siempre está puesta en China, donde algún día espera volver. Mientras tanto disfruta creando escuela de tai-chi en Bilbao.