plentzia

pLENTZIA ha dejado su impronta en la mar durante siglos con una estirpe de marinos que se han fajado a lo largo y ancho del océano contra la bestia salina. Generaciones de plentziarras han participado a lo largo de la historia en esta lucha sin cuartel que forja un carácter de hierro indómito. Ángel Maruri y Ricardo Francés, capitanes mercantes en excedencia, han rescatado del olvido a 635 hijos de la villa que surcaron los mares desde el siglo XVI, relatando en un libro algunos brillantes y sorprendentes pasajes de la historia.

Plentzia se ha volcado a la mar ofreciendo genios de la marina que permanecen en el anonimato para el gran público. La villa nutrió los mares de almirantes, aventureros y comerciantes con los suficientes arrestos para sortear los bloqueos de las armadas de guerra para llegar a puerto en conflictos bélicos.

Los plentziarras protagonizaron acciones modélicas, como el traslado de los restos del santo Valentín de Berriotxoa desde Filipinas por Eulogio Onzain en 1886. Junto a las contribuciones más brillantes aparecen borrones con personajes siniestros como el de Antón de Garay, del que apenas se conoce nada salvo su triste final en 1510, en la horca por pirata.

A cambio, la mar devolvió a la villa una suerte de indiano que facilitó el auge de la localidad desde el altruismo de las donaciones a la construcción del municipio desde el puente de mando del Ayuntamiento. Entre los ilustres sobresalen Juan Félix Abrisqueta, hijo predilecto de la villa, que donó la actual Casa Consistorial a condición de que se ubicara en el edificio las escuelas primarias y de náutica. Asimismo, Juan Antonio Gardoqui jugó un papel fundamental en la urbanización del Arenal tras su trayectoria en la línea entre Filipinas y China.

Otros plentziarras lideraron la creación de instituciones cuya importancia perdura en nuestros días, como la Cámara de Comercio de Bilbao. Tal vez esta fue el acto de contricción de Aniceto de Dúo a sus cuestionables negocios en el tráfico de colonos chinos de Hong Kong, eufemismo utilizado en el siglo XIX para referirse a la esclavitud.

Entre los autores del libro, Ricardo Francés, Ricar, destaca el gran protagonismo de Plentzia en la actividad marítima. "No hay en el mundo un pueblo de 4.000 habitantes con una tradición marinera tan arraigada", asegura. Este marino destaca que el nombre de Plentzia generaba respeto y admiración en todos los mares.

"Se tenía un gran concepto de nosotros. Ser de Plentzia era una gran carta de presentación. Las compañías se nos rifaban", resalta. La villa era sinónimo de pueblo de navegantes en una cadena que se sucedía sin fin de padres a hijos. Sin embargo, aparte de la tradición había causas más prosaicas que empujaban a las generaciones al mar.

"Desde el cierre de los astilleros a principios del siglo XX sólo había dos alternativas: la huerta o la navegación. Y Plentzia no tenía campo...", recalca Imanol Camiruaga, jefe de máquinas durante décadas.

La villa era la puerta de embarque a la navegación con su escuela náutica, que permaneció durante buena parte del siglo pasado y formó una nutrida hornada de oficiales. El barco ofrecía prestaciones inalcanzables en los tiempos de penuria de la posguerra. "Veníamos de la época del hambre y en un barco se come como los ángeles", relata.

Esta recopilación de pilotos y marinos surge en un momento crucial, cuando la tradición marinera se hunde y apenas permanece un puñado contado de marinos de mediana edad. "Los jóvenes ya no quieren salir a la mar", confirman, realistas, los veteranos.

La iniciativa de rescatar todas estas historias surgió de Ricar en una ronda nocturna al mando de un petrolero en dirección al Golfo Pérsico. El entonces capitán repasaba mentalmente las calles de su pueblo. La investigación alcanzó velocidad de crucero cuando se incorporó Ángel Maruri, presidente del museo marítimo Plasentia de Butron. Este veterano capitán echó mano de los registros del museo y hasta la diáspora marina, algunos de cuyos miembros se exiliaron en la Guerra Civil. Así, se mantuvo en contacto con algunos de los descendientes a través de internet.

Sin embargo, Ángel no tuvo que ir muy lejos para conocer las andanzas de los plentziarras porque puede alardear de la participación de dos de sus tíos en una operación frustrada, pero histórica: el desembarco de bahía cochinos, urdida por Estados Unidos para derrocar a Fidel. Así, los hermanos Maruri Landa, Ángel y Fernando María Silvano, participaron al mando de hospitales marítimos.

Este capitán mantiene el carácter adusto de los lobos de mar que han padecido su furia. En su caso, ha pilotado desde los 19 años una veintena de barcos, incluyendo dos embarcaciones arrantzales en Terranova y Sudáfrica. A su memoria le viene el recuerdo del pasaje que hacía las Américas con billete o de polizón escondido en la bodega con la picaresca cómplice de algún tripulante.

En la retina mantiene el impacto de tempestades al sur del cabo de Buena Esperanza con olas de 20 metros de altura. El respeto por el mar, capaz de tornarse brutal en un instante, es unánime entre estos veteranos. Los tres vivieron momentos críticos. "Alguna vez he pensado que iba a pique. Entonces rezas todo lo que sabes, hasta en arameo", reconoce.

la dureza del mar

Sentimiento de soledad

Con todo, lo más duro era la soledad humana, lo que empañaba el encanto marino por la distancia del hogar durante años. Imanol relata la dureza de la partida con la mirada clavada de los hijos en el balcón. "Cuando llegabas eran un extraño y se escondían detrás de la madre. Estabas dos meses en casa, pero cuando volvías se perdía de nuevo el calor del hogar", recalca.

Su trayectoria les emparenta con los grandes nombres de la náutica encabezados en el siglo XVI por Gómez González, de la dinastía de los Butron, que consiguió en los océanos el protagonismo perdido por la familia con el fin de la lucha de banderizos. Este noble se situó al frente de la Armada como almirante y capitán general por su pericia demostrada en los trayectos a Flandes con la corte. Más recientemente, los plentziarras tomaron un papel activo en la Guerra Civil como Nicolás Antonio Elortegui que, exiliado en Inglaterra, rompió el bloqueo a Bilbao navegando a oscuras para traslada víveres.

Los sinsabores bélicos fueron frecuentes. Antonio Alonso embarrancó en Turquía torpedeado por un submarino italiano cuando transportaba mercancías de la URSS para la República. Antes, José María Gorordo sobresalió en la Guerra de Cuba sorteando el bloqueo. Antonio Marcelo sobrevivió a dos naufragios antes de ser gerente en empresas náuticas. Plentzia también saltó a la literatura con cameos de José María Ruperto Arana en La cruz de San Andrés de Cela y Bartolome Ojinaga en Los pilotos de altura de Pío Baroja.