Cabe más tragedia en una vida que la que cupo en la de Miguel Hernández...? Se diría que no, que el poeta comprometido, el hombre que lloró a un amigo, Ramón Sijé, como jamás otro lo hizo; el hombre que cantó a un hijo, Nanas de la cebolla, desde la cárcel con más dolor y ternura que nadie; el hombre que gritó al pueblo a los cuatro vientos, alentándolo en la guerra, firma una biografía desgarradora. Fue la suya una vida llena de riesgos y quebrantos, sesgada por una tuberculosis contraída en prisión cuando había esquivado la pena de muerte. ¿Cabe más tragedia, insisto...?
Sí, algo más sí. Ayer el destino trajo de nuevo su mala sombra. El programa de mano, editado por la Asociación Artística Vizcaina que preside Fernando Zamora, anunciaba un homenaje a Miguel Hernández con un recital poético musical titulado Llegó con tres heridas. La guitarra de Beatriz Gómez Fernandini era la encargada de ponerle acordes a los versos del poeta, recitados en Bilborock por la rapsoda María Ángeles Pérez y el artista polifacético Roberto Zalbiodea. Hasta aquí, nada fuera del guión clásico: los poetas recordando a uno de los suyos.
La tragedia, sin embargo, ya estaba escrita. El festival contaba con las ilustraciones de las voces en off de dos recitadores: Txemi del Olmo y Sergio Oiarzabal. Quiso el infortunio, en un guiño trágico, que Sergio falleciese en la noche del pasado domingo. Falleciese, sí. No se levantó del sueño reparador, como si hubiese caído fulminado por un rayo, por ese rayo que no cesa al que escribió Miguel. Su voz sonó bajo la bóveda de Bilborock, la vieja iglesia reconvertida en sala, que se anegó con las lágrimas de los allegados del joven poeta. Sergio tenía 37 años, sólo seis más que Miguel el día en que rindió sus versos en una celda de Alicante.
Ocurre a veces -y es algo humano, por mucho que nos duela...- que ciertas casualidades convierten un acontecimiento clásico en una cuestión de belleza desgarradora. Así sucedió con la propia vida de Miguel. En otoño de 1938 murió su hijo y ello provocó una serie de poemas de dolorosa belleza, anunciados en su libro Cancionero y romancero de ausencias. El poeta escribió también el drama Pastor de la muerte y ese mismo año actuó como soldado, y como poeta, en diversos frentes, siempre con éxito. No en vano era militante del Ejército Popular de la República y una voz reconocida en el frente. También lo era la de Sergio, la misma que ayer retumbó como si llegase de ultratumba.
Testigos de todo ello fueron la concejal de Cultura del Ayuntamiento de Bilbao, Ibone Bengoetxea, José Ramón Pérez, a quien la literatura reconoce más como Misere Josephe, Begoña Arriaga, Carmen Gállego; la poetisa nonagenaria Eloisa González, Marina Pérez, Pablo Jiménez, Manoli Pérez, la poetisa Lola Lobato, Verónica de la Varga, Charo Sanz, Mikel Lloret, encargado de que la tecnología no arruinase un acto dominado por el espíritu; Javier Camacho, Andrés Gutiérrez, Juan Santamaría, Ángela Renedo, Beatriz Palacios, Jaime Álvarez y un buen número de invitados que se movieron entre las honras fúnebres a Sergio y las honras literarias a su memoria.
No fueron los únicos presentes. A la cita también acudieron Virginia Gutiérrez, Jorge Agirre, Belén Martínez, Maite Zarate, Carmen Martínez, Idoia Iglesias, María Jesús Garate y un puñado de invitados que, en el centenario de la muerte del poeta de Orihuela, fueron llegando a la cita, algunos para enterarse allí mismo, que el cuerpo de otro poeta muerto estaba a un caliente, como si una maldición hubiese encadenado, con los eslabones invisibles del azar, las dos historias para siempre.
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