La prehistoria a un paso de la playa
Sopelana desarrolla una guía turística para promocionar los dólmenes de Munarrikolanda
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sOPELANA, el templo de sol y olas, guarda en su interior los enigmas de la humanidad. Nuestros ancestros dejaron su huella hace 5.500 años en el techo de la localidad en un intento de prolongar su presencia hasta nuestros días. El cordal de Munarrikolanda, en la trasera sopelaztarra, se muestra como una galería histórica a cielo descubierto donde reposan los restos mortuorios de nuestros antepasados en los cuatro dólmenes y túmulos neolíticos.
El Ayuntamiento de la localidad está dispuesto a aprovechar la mística de este pasado remoto para promocionar Sopelana más allá de su encasillamiento playero. Para ello, prepara el desarrollo de una guía turística específica de la zona que popularice el recorrido. "Queremos poner en valor la zona", destaca el alcalde de la localidad, Imanol Garai.
Seis años después de su restauración, Munarrikolanda se mantiene discreto en un segundo plano a pesar del alcance de su contenido y la existencia tanto de paneles informativos como de iconos de señalización de los monumentos. La senda es de uso interno y forma parte de las incursiones habituales de los excursionistas locales, quienes agradecen la inmediatez de la ruta que nace junto al polideportivo municipal Urko, a las mismas puertas del núcleo urbano de Larrabasterra.
Su accesibilidad, con rampas moderadas y una altura modesta de 250 metros, culmina su potencial lúdico a modo de parque natural abierto a todas las generaciones. Munarrikolanda remata su ejercicio de seducción con sus privilegiadas vistas, que le proyectan como un mirador desde el que se divisa hasta el cabo Billano en Gorliz.
El propio alcalde recalca "la singularidad" del entorno, "una senda forestal serpenteada por vegetación natural". En cualquier caso, la belleza del recorrido no exige ningún esfuerzo de convicción para sorprender al visitante primerizo.
El propio restaurador del patrimonio megalítico, Fernando Baceta, destaca el tirón potencial de la zona por su capacidad para transportarnos en un viaje inédito hacia el pasado. Munarrikolanda es junto a la Arboleda y el Gorbea el guardián de la prehistoria en la Bizkaia occidental donde apenas se conservan un centenar de construcciones funerarias por la incesante presión humana a lo largo de los siglos.
"Merece la pena este asentamiento porque registra la historia de los primeros habitantes de Bizkaia. El patrimonio que existe es muy limitado y cuanto más se dé a conocer más se va a respetar", señala. El propio Munarrikolanda era un conjunto desconocido en el panorama arqueológico vizcaino hasta su descubrimiento a partir de 1964.
Este especialista rescató del abandono al enclave hace 6 años, cuando permanecía atrapado por la naturaleza. Las especies invasivas, pinos, eucaliptos y toda suerte de maleza, campaban a sus anchas ocultando los tesoros de la historia. Ajenos al pasado, la población autóctona empleó la zona como campo de cultivo para abastecer sus necesidades.
"Es una zona muy humanizada en la que hace 100 años se plantaban patatas y cereales hasta que mejoró la economía. Después quedó abandonada y la vegetación cubrió los elementos", señala. Por si no fuera suficiente, a principios de los noventa un incendio provocó los últimos desperfectos por la intervención de maquinaria pesada.
Anteriormente, la sociedad interpretó Munarrikolanda con la implantación, en la Guerra Civil, de un ramal de la fallida línea defensiva del cinturón de hierro. El patrimonio funerario convive desde entonces con un rosario de vestigios militares, dos búnkeres, trincheras y diversos nidos de ametralladoras. La convivencia pudo desembocar en el mestizaje, tal y como especula el arqueólogo. Así, Muñako Landa II, el dolmen que corona la cumbre podría haberse utilizado como un bunker natural. A este respecto, se señala sus dimensiones de dos metros de altura, que permitía la permanencia en su interior de soldados de pie.
La rehabilitación del área incluyó la reconstrucción de las estructuras de piedra dañadas por la actividad rural. De igual modo, el equipo desbrozó los monumentos de árboles, arbustos y zarzas estableciendo un perímetro verde de seguridad. Para ello, empleó a la propia naturaleza con un tapiz vegetal de especies herbóreas resistentes a las invasivas. La actuación se completó con la colocación de iconos identificativos de los dólmenes por parte del Gobierno vasco, una vez que estos elementos fueron declarados bienes de valor cultural.
Los dólmenes supusieron un hito en el avance de la humanidad por modesta que resulte su apariencia a los ojos del siglo XXI. El diseño era sencillo e incluía cámaras mortuorias subterráneas con el uso de grandes losas. En el exterior, un túmulo de piedras y tierra protegía el descanso de los difuntos.
Estas construcciones, las primeras de carácter monumental en Bizkaia, se usaban para enterramientos colectivos y tenían un carácter simbólico en respuesta al misterio de la muerte presente ya en la prehistoria. Su ubicación en los altos constituía un símbolo de la comunidad de los muertos e incluso del territorio dominado por cada grupo.
Los moradores empezaban a adquirir hábitos sedentarios con el dominio de las artes de la agricultura y la ganadería. Los dólmenes se extinguieron a la llegada de la Edad de Bronce cuando se consolidaron definitivamente los poblados.
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