Un banquete en la casa del bandido Granio o las burlas contra el senador Lupo, considerado el principal responsable de la corrupción de Roma son algunas de las narraciones de Lucilio, un protegido de la saga de los Escipiones romanos y padre, según la inmensa mayoría de las atribuciones , de la sátira. Ha pasado desde entonces, desde que su afilada y venenosa lengua hiciese fortuna en el imperio romano, mucho río bajo los puentes. Y, sin emgaro, el género sigue cultivándose en los invernaderos de la imaginación con más o menos gracia. No por nada, la carcajada es una flor de cultivo delicado. Requiere la dosis justa de agua, el hummus apropiado para enriquecer la tierra y la santa paciencia del jardinero de gags y escenas divertidas. La sátira no es una culaquiera...

Domina con elegancia esta especie de la botánica literaria el dramaturgo David Barbero, quien presenta estos días en el Teatro Campos su penúltimo trabajo (aquí, como en las copas, jamás se debe habar en definitivo...), Vuelve, bigotillo, vuelve. Con semejante título, ustedes comprenderán, David no escribe con pretensiones de Shakespeare. Más al contrario, se acerca al cabaret y al vodevil. La intención del creador es la de meter el dedo en el ojo a quienes ocupan el poder con el propósito de enriquecerse. David es un chancero, un escritor de pluma alegre que se lanza a degüello sobre un papel en blanco para no dejar títere con cabeza. Es, en resumidas cuentas, lo que debiera ser un escritor comprometido con una realidad que invita a la risa si se miran bien y a la escopeta recortada si se mira con malos ojos.

Siempre es preferible lo primero, por supuesto. El director Gabriel Reig ha sabido sacarle jugo a esa burla. Bueno él, y los actores Nazaret Moya, Eduardo Pombar, Aitor Pareja, Rafa Herce, Bego García, Vanesa Rodríguez y Ander Pardo, que recrean una sucesión de historias rocambolescas, un embrollo de personajes capaces de cualquier cosa por colocar unos centímetros más arriba su silla de mandar. Producida por Banarte Antzerki Taldea y con Aitor Coello en el papel de pianista de vodevil, la obra se enriqueció con el vestuario de Iolanda Iriondo, la iluminación de Eneko Sarriugarte y Julen Abascal y la técnica de escena de Erlantz Borges, al margen del maquillaje de Make up Camarena, la escenografía de Javier Obregón, Tarci, la música de Ales L. y la peluquería de Grace & Erika, todo un conjunto de habilidades sumadas para regocijo del espectador.

A un paso de comenzar la obra, apareció por el patio del Teatro Campos Kirmen Uribe, en plena labor de carpintería para darle forma al armazón de la presentación de un nuevo libro en ese mismo escenario. Mientras tanto, el goteo de asistentes era lento pero incesante. Ignacio Casado vigilaba el caudal de la afluencia como buen sgaeista (dicho sea en tomo de sátira, como la propia obra...) y en el patio de butacas se sentaban Lina y Juli García, Esther Gurrea, María Reig, Koldo Epelde, Aure Cabarcos, María Codesido, Marisa Molinos, Irene González, Daniel Vázquez, Olatz Urretxaga, Cristina Amezua, Julen Prado, Carlos Hernández, María Luisa Etxebarria Zalbidegoitia, compañera de viaje de David durante mucho tiempo, Begoña Díaz, Natalia Manso, Laura Fernández, Iratxe Iriondo, Javier Martínez, Ane Zugaza, Aitziber Ortuzar, Jon Ander Mendizabal, Maite Aranguren, Aitzol Urkijo, Ander Bengoetxea, José María Uria, amante del cabaret en estado puro -recordaba una escena de la mítica película interpretada por Liza Minelli en la que se pregunta "Si todos los judios son banqueros... ¿Cómo pueden ser tambien comunistas?" como ejemplo de buen hacer cabaretero...-, Marcos Urrutia, Susana Matínez, Olga Idigoras y un buen número de asistentes que cubrieron algo menos de medio aforo del teatro. No es fácil romper la barrera de la semana de Pascua, ese tiempo indefinido en el que no se sabe si la vida ha arrancado a velocidad de crucero o aún se desliza con la lenta cadencia del penitente. No es fácil despertar del dolce far niente de la Semana Santa laica. Se resiente la laboriosa vida y las taquillas.