Amorebieta-Etxano

En Amorebieta, a nadie le extraña ver tanto personal rubio y con ojos azules pasear por sus calles. A un foráneo, sí. ¿Y quiénes son esos?, pregunta cándidamente a un zornotzarra en el parque Zelaieta. "Rusos lipovenos que han venido de Rumanía", le contesta. ¿Cómo dice? "Son rumanos de nacionalidad, pero pertenecen a una etnia de origen ruso", le aclara. "Son muy religiosos y están muy integrados en el pueblo", subraya este vecino de Amorebieta. ¿Y por qué hay tantos aquí? "No hay ningún misterio, un día llegó uno, encontró trabajo, y fue llamando a familiares y amigos". Esta vez contesta Gurei Roman, más conocido por Romy, presidente de la Asociación de Rusos Lipovenos de Euskadi. Eso sucedió hace diez años. Desde entonces, la comunidad ruso lipovena se ha asentado en Amorebieta. Con más de medio millar de personas, es la mayor que existe en el País Vasco.

Mantienen sus costumbres, sus idiomas: ruso, rumano y eslavona (una lengua muy antigua parecida al ruso), y su profunda religiosidad. Lo demuestran todos los domingos acudiendo con sus mejores galas a la misa que el cura celebra en un local de la calle San Juan, la única iglesia ruso lipovena del Estado.

"Nosotros, allí en Rumanía, somos como los vascos en España", dice Romy, un ruso lipoveno de 29 años que llegó hace diez a Euskadi en busca de "una mejor vida". Y se explica: "Somos un pueblo que tenemos nuestra propia cultura y estamos desperdigados por todo el mundo, aunque mayoritariamente vivimos en Rumanía". Su origen se remonta a 1665, cuando una escisión de la iglesia ortodoxa en Rusia, en la que una minoría no aceptó el calendario impuesto por la jerarquía eclesiástica, provocó la persecución de los disidentes y su posterior huida. La mayor parte se asentaron en Rumanía, en la región de Dodrgea, a orillas del Mar Negro. ¿Y por qué lipovenos? "Pues porque nuestros antepasados", contesta Romy, "cuando se establecieron en Rumanía trabajaban con la madera de tilo, que en rumano se dice lipa, y de ahí, el nombre de lipavenos, que luego derivó en lipovenos".

La religión ortodoxa

Una seña de identidad propia

Entre ellos siguen manteniendo viva la lengua rusa "porque es una de nuestras señas de identidad, pero sin renegar del rumano, que también es nuestro idioma". Pero el rasgo que más puede definir a los rusos lipovenos, al margen de su tez blanquecina, es la religiosidad. "Es nuestro origen, nuestra razón de ser, y es la base de nuestra cultura", dice Romy. Por eso, los sábados y domingos viven con verdadero fervor los actos litúrgicos que celebran en un pequeño local transformado en iglesia. Romy reconoce que las misas son algo largas, "pero así es nuestra religión". Y deben ir con una indumentaria cuidada. Las mujeres deben acudir a la iglesia "tocadas con pañuelos y faldas largas, hasta abajo, y los hombres con camisa larga y barba de tres días, por lo menos". ¿Y si uno va recién afeitado? "No suele pasar nada, pero el cura le podría rechazar en el momento de la comunión". El cura, un barbudo rubio, como mandan los cánones, dirige una ceremonia los domingos por la mañana de casi tres horas de duración en ruso y eslavona, "una lengua muy antigua, parecida al ruso, muy difícil de entender, pero es en la que están escritos los textos bíblicos". Estos días, los rusos lipovenos viven intensamente su Cuaresma, en espera de la Pascua, el único día de celebración que coincide con el calendario cristiano ortodoxo. Durante cuarenta días tienen prohibido la carne, el pescado y… el sexo. "Lo de alimentarse a base de frutas y verduras durante un tiempo viene bien para la salud; en cuanto a la abstinencia sexual, eso ya depende de cada uno", aclara con una sonrisa picarona Romy.

La religiosidad alimenta el espíritu de los rusos lipovenos, pero no el estómago. Para ello trabajan, mayoritariamente en la construcción, aunque reconocen estar atravesando una pequeña crisis de empleo. Y por el trabajo también llegaron a Amorebieta. "Fue lo único que nos motivó", dice Romy, "buscar una vida mejor que en Rumanía".

Romy, nacido en la localidad rumana de Slava Rusa, a orillas del Danubio, emigró a los 19 años. Tuvo que mentir para salir del país "porque antes no era tan fácil como ahora, que está integrado en la UE". Dijo que era cantante de un grupo de música y que iba de gira por Alemania. Esa mentirijilla y los 1.000 dólares que pagó en la aduana le otorgaron el salvoconducto necesario para coger un autobús y llegar a Madrid después de un interminable viaje. En la capital de España aguantó poco, sólo seis meses, porque un amigo le comentó que en el País Vasco había trabajo. No se lo pensó dos veces. Cogió el petate y apareció en Igorre. Trabajó en el monte durante un año y medio hasta que pudo conseguir los anhelados papeles.

Una comunidad asentada

Queridos y respetados

"Los comienzos fueron muy duros", recuerda Romy. "Hay que tener la cabeza bastante dura para no desanimarse y no echar marcha atrás". Romy aguantó y consiguió entrar en el sector de la construcción. Se fue asentando. Pasaron cuatro años y decidió que era el momento de regresar a Rumanía para casarse con su novia de "toda la vida" que había dejado en su país de origen. En 2004 comenzó "una nueva vida desde cero" en Euskadi, pero con su esposa al lado. Hoy reconoce que se encuentra "feliz" con la pequeña Patricia Anastasia, fruto de su matrimonio. "Repetiría todo el sufrimiento que he padecido por llegar adonde he llegado", relata orgulloso. "Aquí, en el País Vasco, se vive muy bien. Las condiciones de vida son muy buenas. No sólo por el dinero que podamos ganar en los trabajos, sino por la seguridad que hay, la asistencia sanitaria... y sobre todo, por la gente. A nosotros nos han tratado muy bien, siempre nos han querido ayudar". Por eso, Romy y muchos de sus compatriotas se sienten en deuda con el País Vasco, en general, y con Amorebieta, en particular. De ahí que Romy se haya involucrado tanto en la Asociación de Rusos Lipovenos de Euskadi. "Queremos mantener nuestra forma de ser, pero eso no significa que nos cerremos. Queremos ser un grupo abierto", insiste. Y prueba de que no son una secta es que la asociación participa en las actividades deportivas y culturales del pueblo. Tienen un equipo de fútbol, el Lipa Amorebieta, en Tercera Regional y un coro. "No queremos actividades para nosotros solos", señala Romy, "queremos integrarnos en esta sociedad que nos ha acogido de forma tan positiva". El mismo agradecimiento muestra Estefan Gherasim, uno de los primeros rusos lipovenos que conquistó Euskadi. Estefan llegó a Irún en tren en 1995. De allí se dirigió a Lérida a trabajar en la recogida de la fruta. Posteriormente fue a Bermeo, porque él era marino, pero no pudo embarcarse porque no tenía la residencia legal. "Mis títulos estaban en regla, pero no tenía papeles", recuerda. Así que acabó en Areatza trabajando en el monte. "Me ayudaron mucho todos los vecinos del pueblo. Por eso estoy muy agradecido". Estefan vive actualmente en Igorre, pero son constantes sus viajes a Amorebieta, donde se haya la mayor parte de su comunidad. En Bizkaia habrá algo más de mil rusos lipovenos, la mitad de ellos en Amorebieta. La casualidad, el boca a boca y las mayores posibilidades de vivienda han hecho que la localidad zornotzarra se haya convertido en su "capital". Por eso, cabelleras rubias y ojos claros ya no extrañan.