Un museo para quitarse la boina
La antigua fábrica de La Encartada de Balmaseda atrae a más de 42.000 visitantes en tres años
Han pasado tres años desde que la fábrica de boinas La Encartada se reinventó a sí misma como museo. El objetivo, dar a conocer el proceso de fabricación de un artículo que fue imprescindible, la boina, y mostrar de paso un pedazo de la historia de Balmaseda. Desde entonces, más de 42.000 personas han pasado por sus salas con vistas sobre el río Kadagua y el barrio de El Peñueco, ligado desde su nacimiento al destino de la industria.
"El balance es muy positivo. Haciendo un cálculo medio hemos recibido una media de 10.000 visitas al año, lo que supera nuestras previsiones. Pero si de algo estamos contentos es de haber conseguido preservar este patrimonio", señala Begoña de Ibarra, la directora del museo. La Fundación Boinas La Encartada Kultur Ingurunea, cuyos patronos son la Diputación Foral de Bizkaia y el Ayuntamiento de Balmaseda, gestiona una infraestructura que abrió sus puertas el 10 de enero de 2007.
Entonces se puso fin a la incertidumbre sobre el futuro de un edificio que, incluso, amenazaba ruina debido al largo periodo de inactividad comprendido entre el cierre de la fábrica y esa fecha.
Fue en 1992 cuando la última boina salió de las máquinas de La Encartada. A los trabajadores la clausura no les cogió por sorpresa. Es más, la intuían al comprobar cómo la producción caía lentamente: "Lo que se llama una muerte dulce", sintetiza María José González, una de las que vivió desde dentro el fin de la fábrica.
"Estaba cantado, porque no se puede funcionar eternamente con una maquinaria de 1892 y, además, veníamos de la crisis industrial de la década de los ochenta, las costumbres y las formas de vida estaban cambiando...", valora con la distancia que da el paso del tiempo.
Los inicios
Negocio innovador
Entonces formaban la plantilla varias decenas de empleados, el 80% mujeres. Una cifra que no llegaba ni muchísimo menos a las "130 personas" que tuvo en su época dorada, allá por los años treinta.
La primera línea de la historia de Boinas La Encartada se había escrito a finales del siglo XIX. "Marcos Arena Bermejillo, un empresario balmasedano que emigró a México, se asoció a su regreso con Martín Mendia, Santos López y Domingo de Otaola -estos dos últimos de Bilbao- para crear la fábrica", relata Begoña de Ibarra.
Para ello, constituyeron una Sociedad Anónima con 500.000 pesetas de la época. "Tanto la modalidad del negocio como el volumen de la inversión resultaron totalmente novedosos para la época", apunta la directora del museo. Decidieron que la fabricación de boinas podía ser un negocio rentable, ya que "entre los clientes civiles y los militares, que la usaban mucho, había posibilidades interesantes".
El siguiente paso fue escoger emplazamiento. Se establecieron en la orilla del Kadagua "para aprovecharse de las posibilidades que ofrecía el río. Así podían hacer funcionar las máquinas con la potencia hidráulica". No fueron los primeros en darse cuenta: "Esa zona, y Enkarterri en general, son de gran tradición en lo que a ferrerías se refiere".
De hecho, hace tres años se hallaron vestigios de una que podría remontarse al siglo XV en el jardín. Sin embargo, "hubo que dejar de excavar porque los restos estaban debajo de una de las casas en las que vivían los trabajadores".
el Peñueco
El barrio surgido de la nada
Precisamente, fueron los obreros de la Encartada los que crearon de la nada El Peñueco. "La mayoría de los empleados procedían de Balmaseda o de otros lugares próximos, como El Berrón, y el nuevo barrio se construyó por iniciativa empresarial. Las viviendas se levantaron entre 1892 y 1894 y, en una segunda fase, a principios del siglo XX", detalla.
Vivir al lado de la fábrica acarreaba ventajas e inconvenientes. Los vecinos fueron los primeros en Balmaseda en tener luz eléctrica, que cedía la empresa, los precios del alquiler eran bajos y disponían de una parcela para cultivar, pero "dependían de su trabajo las 24 horas". Al menos disfrutaban de momentos de ocio en las romerías en honor de la virgen de Guadalupe celebradas en la capilla que entre semana servía de escuela para los niños de la zona.
Por tanto, los vínculos sociales jugaban un papel importante en su día a día. Este aspecto lo comparten con la quintade María José. "Las compañeras hicimos mucha amistad y luego salíamos juntas por el pueblo", comenta.
Hoy, ella trabaja en el museo y las antiguas trabajadoras acuden de vez en cuando a ver las muestras que se organizan. La exposición permanente incluye una visita a la turbina hidráulica, la planta de fabricación, las antiguas oficinas y la casa de los propietarios, la proyección de un vídeo sobre la vida de la fábrica y un recorrido libre por la planta baja donde están la carpintería, el taller mecánico, la sección de cartonaje, los vehículos de la empresa y la exposición fotográfica. Un guía explica durante el paseo el artesanal proceso de elaboración de las boinas.
exposiciones temporales
Vestidos de papel
Además, en el museo se han organizado a lo largo de estos años diversas exposiciones que han atraído a miles de visitantes. La de vestidos de papel en 2008 tuvo que ser prorrogada ante la afluencia de público -la vieron casi 12.500 personas-, y el año pasado la muestra se dedicó a los tocados medievales. "Aquí sucedió una cosa curiosa. Examinando los datos, nos dimos cuenta de que había un porcentaje elevadísimo de valencianos... y era por la final de Copa. Parece que los vizcainos hicimos una buena campaña de promoción", ríe.
Después de escuchar a los guías, "todos salen encantados con lo que han visto y, sobre todo, preguntan por qué, con lo bonito que es, esto no se conoce más". La eterna cruz de Enkarterri.