Pupito se ha escapado de nuevo y vuelve a campar por las calles de Bilbao con la naturalidad que se le supone al hijo no reconocido del perro más importante de la capital vizcaina. La ciudad es suya y se mueve por ella sin barreras. Nacido, según su dueño, de un affair del guardián del Guggenheim en una noche de fiesta. Detrás de Pupito o junto a él, como se quiera ver, está Patxi Fiallo, que dio sus primeros pasos hace veinte años como artista callejero.

El payaso Patxo tomaba las calles de Bilbao con la magia de la globoflexia y más tarde, hizo de titiritero en diferentes puntos de la villa. Como en tantos casos que han tenido que reinventarse, todo cambió durante la pandemia, "cuando todo se paró". Era un terreno abonado para la innovación y Fiallo llevaba tiempo "con una novedad en la cabeza".

Pasión por Bilbao

Así vio la luz Pupito, una marioneta, que tardó tres meses en vez la luz y cuya estructura básica es una lona sobre la que están colocadas flores artificiales, tubos de PVC, que permiten que la cabeza articulada de Pupito se mantenga estable y se pueda quitar, además de unos hilos de pesca que están conectados a unas agarraderas que permiten que la cabeza se mueva de un lado a otro. También cuenta con un sistema de desplazamiento, que consiste en un simple carro cuyas ruedas van ancladas a la marioneta.

Todo ello le permite moverse por Bilbao y hoy, a punto de bajarse la persiana del horario de verano, ha pasado el día en la calle Zuberoa, en el barrio de Irala, muy cerca del Notting Hill vasco