El pasado 2 de diciembre la primera casa de vecinos que se construyó en el Ensache bilbaino hace casi 150 años regresó oficialmente a tener actividad. Con todo el boato para la ocasión los juristas y funcionarios de la Fiscalía de la Audiencia Provincial de Bizkaia desembarcaron en el edificio que se enseñorea entre las calles Henao y Ercilla después de siete años de obras complejas que tan solo han mantenido la parte original de la fachada del vetusto bloque. Un renacimiento arquitectónico que bien merece una recopilación de las vicisitudes de este edificio que ha pasado, a lo largo de su longeva historia, por diferentes usos públicos y privados.
Fue el capricho de un arquitecto de renombre entonces en Bilbao el que financió la construcción del primer edificio residencial en una de las parcelas que delimitaba el recién aprobado plan urbanístico del Ensanche. Un ordenamiento que buscaba en el último cuarto del siglo XIX expandir la capital cruzando la ría desde el Casco Viejo y asaltar los terrenos recién adquiridos de Abando.
El capricho de un arquitecto
El edificio fue proyectado en noviembre de 1878 por el arquitecto Julio Saracibar con la intención de convertirlo en su vivienda y estudio de trabajo. Las obras fueros rápidas y en julio de 1879, el bloque ya estaba concluido presentando el sobrio y elegante palacete, con un sótano bajo el nivel de calle, planta baja y un primer piso desde donde se veía un Ensanche prácticamente vacío.
La casa se remataba en una esquina formada por una especie de torre circular que mantenía la altura del conjunto. Su extensión no iba más allá de las dos primeras ventanas que dan a la calle Ercilla y del ventanal dividido en tres módulos que aparece en la calle Henao. El acceso a la casa y la finca de unos 3.500 metros cuadrados de superficie se practicaba por una puerta enrejada exenta que se situaba en el lateral derecho y daba acceso al jardín que abrazaba la parte trasera del bloque.
Los planos delatan una distribución del piso noble, que albergaba vestíbulo, despacho, comedor, sala y un espacio central, iluminado cenitalmente, el cual se usaba como salón.
Como se ve en la imagen de la izquierda, el alzado era muy sobrio, conteniendo algunos detalles clasicistas y un remate abalaustrado.
Autor de varios edificios más en el Bilbao en crecimiento de la época Julio Saracibar dejó en la villa una producción característica de un eclecticismo dominante en la época.
La compra de un indiano
Por circunstancias de la vida, decidió abandonar Bilbao y vender su residencia a Santos López de Letona, un personaje muy particular. Natural de Zeanuri, fue uno de aquellos emigrantes que a mitad del siglo XIX cruzó el charco para hacer las Américas y una vez hecho patrimonio y fortuna decidió tener Bilbao como residencia.
Era de espíritu vanguardista y arriesgado, ya que, por ejemplo, fue uno de los promotores del Puente Colgante de Portugalete e instaló una línea telefónica particular entre la fábrica de textiles La Josefina, que había fundado en Galdakao dos años antes, y su recién inaugurado domicilio de la calle Henao.
Su emprendimiento le llevó a adquirir varias parcelas en Ensanche para su posterior edificación con lo que aumentó su voluminosa hacienda aunque no levantó edificio propio, quería el primero erigido en la extensión de Bilbao, que a punto de entrar en el siglo XX se encontraba en plena ebullición.
López de Letona quería que su casa tuviera más empaque y se acercara a esa denominación de hotel por la que se conocían entonces a las nuevas residencias de la burguesía bilbaina recogiendo la acepción que existía en la arquitectura vizcaina de la época de clara influencia francesa.
Por ello encargó al propio arquitecto Saracibar que elaborara un proyecto de ampliación digno de su clase. En julio de 1888 elaboró los planos, que añadían tres pabellones sobre la cornisa con motivos meramente ornamentales y que constituiría la cubierta de la casa dándole más presencia al edificio. También la ensanchó por los laterales hasta conectar con los dos edificios que la flanqueban por Ercilla y Henao.
Así, se consiguió embellecer y modernizar la composición arquitectónica donde destacó la torreta circular de la esquina sobre la base de una cúpula cónica, un chapitel coronado por un pequeño remate decorado con guirnaldas. En el interior también adaptó el edificio a sus requerimientos en base a una reforma que ya había previsto su primer propietario pero que no llevó a cabo finalmente.
Consiguió adecentar una planta noble de la residencia con una sala de familia en el cuerpo de la rotonda además de un gabinete orientado hacia Ercilla, un comedor y otra sala que miraban a Henao, aparte de un despacho junto a la entrada desde el jardín que tenía por detrás del bloque. Además, en el espacio central, que contaba con luz desde arriba, se ubicó el salón. López de Letona también amplió el jardín, seguramente tras la compra de terrenos contiguos al primitivo inmueble.
En ellos Saracibar dispuso varios bancos y un trazado de formas sinuosas, en el que los caminos y las superficies de setos y parterres tenían formas curvilíneas y circulares, según explica Maite Paliza, autora de un estudio titulado Los indianos y la construcción del Ensanche de Bilbao.
Las reformas del indiano no acabaron con la inicial. Por ejemplo, en 1896, cambió el basamento de la cerca del jardín para sustituir el ladrillo, material original, por piedra de sillería de mucho más empaque. Hubo también una ampliación, que supuso la eliminación de los tramos laterales del jardín y que convirtió al antiguo hotel en un edificio adosado entre medianeras.
Un nuevo uso para el inmueble
Fue en 1929 cuando compra el remodelado edificio la Cámara de la Propiedad Urbana de Vizcaya para convertirla en su sede manteniendo su estructura durante casi dos décadas.
En 1945 fue cuando se produjo el definitivo levante que equiparaba, en alturas y aprovechamiento urbanístico la vieja mansión con la restante edificación de la zona que ya la había rodeado completamente.
Eliminando los módulos decorativos y la torre de la rotonda se construyeron cuatro plantas, hasta sumar un total de seis, que se convirtieron en viviendas para los empleados de este organismo. También se elimino buena parte de la distribución interior.
Sí se dejó la entrada, orientada hacia la calle Henao que se convirtió en portal para los inquilinos de las viviendas creando un nuevo acceso principal para los usuarios de los servicios de la Cámara en la parte baja del chaflán del edificio.
Un detalle curioso que desveló Francisco Aréchaga, uno de los último secretarios de la Cámara de la Propiedad Urbana, es que la columnata, que coronó durante décadas el chaflán de la construcción formaba parte de un cenador que existía en el antiguo jardín ideado por el propietario inicial Saracibar.
La actividad de la entidad inmobiliaria prosiguió en el bloque durante varias décadas hasta que un decreto del Gobierno vasco en 2006, del departamento de Vivienda que dirigía Javier Madrazo, intervenía la Cámara y todas sus propiedades pasaban a Lakua, incluida la sede principal de Henao.
Vacío casi dos décadas
Tras quedarse sin uso, el edificio pasó varios años en el limbo en los que, incluso, el Gobierno vasco quiso subastarlo en 2012 ya que no reunía las características adecuadas para ser utilizado como oficinas de la Administración.
Pero este proceso se detuvo después de solicitar al Ayuntamiento un cambio en el Plan General de Ordenación Urbana para el edificio. El consistorio aceptó y en 2014 aprobó el paso de uso mixto (recordar que albergaba viviendas y oficinas) a servicios únicamente y permitir generar más espacio bajo la superficie.
Con esta modificación el Gobierno vasco tenía luz verde para poder ubicar la nueva sede de la Fiscalía y en 2015 sacó a concurso la redacción del proyecto de actualización del inmueble. La idea era empezar las obras en 2016 y terminar en 2019 para habilitar cinco sótanos que albergaran los archivos de la Fiscalía, planta baja, entreplanta, cinco plantas por arriba, una bajocubierta y azotea, aprovechando todo el solar.
Pero no se pudo cumplir el calendario. Continuos problemas técnicos más la pandemia durante los trabajos demoraron los plazos hasta 30 meses y elevaron el coste económico del proyecto en 1,3 millones de euros sobre los diez millones iniciales.
Un proyecto que ha mantenido las fachadas originales del semisótano, su planta baja y la primera dado su gran valor histórico al ser las que quedaban del palacete inicial. El resto de la estructura se demolió para llevar a cabo en el interior una reestructuración moderna y funcional.
Finalmente tras casi seis años, en mayo de 2023, concluían de una vez los trabajos con un tratamiento arquitectónico de fachadas casi idéntico al precedente con algunas mejoras como el cenador que corona la esquina del bloque que en su última versión se ha completado en toda su circunferencia.
Así, tras 146 años desde su estreno como palacete residencial, el inmueble vuelve a tener vida tras infinidad de circunstancias, cambios y utilidades, como es lógico después de tan prolongada existencia.