El balance de Aste Nagusia ha sido, a todas luces, positivo. Más diversión, más participación... De hecho, se trata de una edición que fuentes municipales han tildado de récord, después de haber sumado 1,8 millones de asistentes a lo largo de sus nueve jornadas. Sin embargo, ¿el sector privado que más beneficio suele obtener de los eventos de ciudad que mueven multitudes ha advertido las consecuencias de dichas cifras de forma tan satisfactoria? Los hosteleros del Casco Viejo concluyen que el beneficio de trabajar durante las fiestas no compensa en proporción al esfuerzo que les supone. “Si por mí fuera Aste Nagusia sería en octubre, porque agosto de por sí ya es buenísimo por el turismo y me lo frena”, asevera Maren Iturburu, propietario del Iturriza en la Plaza Nueva. Con todo, reconoce que no se pueden quejar porque les ha ido bien. “Hemos ido de menos a más”, apunta Félix Parte, gerente de una decena de restaurantes de la ciudad, donde estaba todo reservado con días de antelación.

Después de nueve intensas jornadas, los hosteleros de la Plaza Nueva volvían ayer a emprender la batalla del día a día. Porque la intensidad del trabajo no cesa en esta zona de la ciudad que durante el periodo estival vive su momento más esplendoroso del año. El hostelero Maren Iturburu saca un hueco, mientras pone su local a punto, para compartir su percepción. “Las fiestas han empezado flojas, con alrededor de un 10% menos de ganancias. El viernes, sábado y domingo finales han sido como el año pasado”, revela el hostelero, quien lo relaciona con el hecho de que en 2022 se pudo celebrar Aste Nagusia con normalidad, después de dos años de pandemia, por lo que es lógico pensar que la edición anterior fue especialmente exitosa.

En general, si te va bien, el día a día siempre es mejor. La paliza de Semana Santa, el marrón de Santo Tomás... todo eso es molesto cuando ya te da el negocio. Supone mucho esfuerzo para obtener un beneficio que en el balance del año no es nada”, considera Iturburu, quien, por otro lado, explica que se trata de fechas en las que no puede ofrecer el mismo servicio. “No tenemos el bar preparado para ser una txosna”, afirma el hostelero, quien manifiesta que durante esta última semana ha perdido “un montón” de copas de cristal. Tratándose, además, de una fiesta que está masificada, explica que este hecho ahuyenta al turista. “Cuando uno va de vacaciones no va a un tumulto, quiere tranquilidad”, opina Iturburu sobre los visitantes que el resto del verano son mayoría. Tanto es así, que este hostelero solo contrata personal que sepa manejarse en inglés y, preferiblemente, también en francés. “Y luego les enseño a manejarse en la barra. Es más fácil así”, revela el dueño del Iturriza, donde hay tardes en las que no se escucha el castellano.

A escasos metros, el Gure-Toki luce una inmensa barra de pintxos recién hechos que son escrutados con atención por varios guiris. “Hemos estado un mes de vacaciones y volvimos a abrir para Aste Nagusia. Antes de eso, ya estábamos trabajando como en fiestas, por la cantidad de turismo que hay, ¿pero no vas a cerrar en fiestas, no?”, reflexionaba Begoña Siles, una de las hermanas propietarias del negocio, donde, eso sí, han tomado la determinación de cerrar a las 23.00 horas, siendo conscientes de que a partir de esa hora la mayoría de los clientes ponen rumbo al recinto festivo de El Arenal. No obstante, no se han librado de algunos perjuicios que supone trabajar en fiestas: “En vajilla y cristalería hemos perdido un dineral. Y cuando pones vasos de plástico, muchos no los quieren”.

Con todo, Begoña Siles reconoce que están contentos. De hecho, en previsión de que iban a aumentar el volumen de trabajo –de la misma forma que ha ocurrido en momentos puntuales de este verano como con el Grand Départ del Tour o el Bilbao BBK Live–, han sumado un efectivo más tras la barra. “El único día que falló en Aste Nagusia fue aquel en el que el termómetro llegó a los 44 grados y no había gente por la calle”, explica una de las responsables de este bar “batallero” de la Plaza Nueva, donde estos últimos días han cambiado a los turistas por los clientes locales. “Hemos mantenido los precios. Si vas a estar todo el año trabajando no puedes hacer eso...”, asevera sobre la decisión que adoptan en otros locales.

Tampoco es el caso del bar Charly. Su encargado, Óscar Cuberta, afirma que no solo no han subido los precios, sino que los han bajado. “El barril de cerveza ha subido en tres ocasiones a lo largo de un año. Está un 15 o un 20% más caro que hace dos años”, concreta este hostelero, que secunda la opinión de otros compañeros de la Plaza Nueva. “Se ha trabajado bien, no ha sido una ruina ni nada por el estilo, pero a nosotros nos viene mejor trabajar el resto del verano que en fiestas. Sale más rentable vender una mesa de 60 u 80 euros en comidas que sacar 60 u 80 euros en cafés o vinos”, revela Cuberta, quien considera que este año, habiendo tanta afluencia como el año pasado, se ha facturado menos. “Seguramente porque la gente tiene menos dinero para mover”, argumenta.

Con antelación

Más allá del Casco Viejo, la onda de Aste Nagusia consigue expandirse al centro de la ciudad donde muchos restaurantes tenían el cartel de completo antes del inicio de las fiestas. “La gente se anticipa para no quedarse sin sitio”, revela Félix Parte, gerente de una decena de restaurantes de la villa como La Olla, Victor Montes, Zurekin, Amaren o El Globo, entre otros. “Si vienen grupos grandes hacemos menús e incluso en algún restaurante ha habido menú de fiestas”, explica el empresario, quien indica que les resulta más fácil para organizarse cuando se ofrecen menús cerrados. En ese sentido, asevera que apenas han tenido incidencias de cancelaciones de última hora, algo que era más frecuente hace unos años.

De hecho, en lo que respecta a los restaurantes que gestiona, ha ido mejor que incluso el año pasado. “Habremos facturado cerca de un 8% más”, reconoce Félix Parte. A juicio de este empresario, Aste Nagusia ha sido bastante irregular. “El primer fin de semana no empezó muy bien, pero en general nunca empieza bien. Lunes y martes no fueron buenos, pero el miércoles nos empezamos a defender y jueves, viernes, sábado y domingo han sido muy buenos”, concluye este gerente, quien relaciona este aumento in crescendo de la actividad con la meteorología: “Hemos arrancado más despacio por el calor. El miércoles las terrazas estaban vacías porque todo el mundo quería estar dentro por el aire acondicionado”.