Se puso en el camino donde suceden las cosas buenas... ¡y sucedieron! El día en que Vista Alegre abrió sus puertas de nuevo a la emoción de los toros apareció sobre el albero el diestro peruano Roca Rey demostró que sabe escuchar al pueblo del toro, a toda esa gente que pedía muletazos como se pide el pan: con hambre. Su coraje no fue tener la fuerza para seguir: estaba allí cuando el último toro de la tarde ni siquiera tenía esa fuerza. Acabó desarmado, arrojando el estoque a la arena y toreando en silencio, cuando la música ya había callado. Un ¡olé! bronco, entregado a los muletazos secos sobre un animal puro sarmiento ya, retumbaba en los nuevos tendidos de Vista Alegre, coloreados en blanco, rojo y azul. Para entonces el toro ya era una carga ligera pero ni aunque fuese de hormigón armado: son fuertes las espaldas de Roca Rey. La presidencia, que tenía en sus manos las llaves de la puerta grande, estimó que aquella no fue emoción suficiente. O que el arte, que también lo hubo cuando el torero se detuvo donde se paraban los papelitos y arrancó la faena agarrado al olivo y mirando al tendido o cuando se fue a la boca de riego hasta que el toro acabó rehuyéndole, no le alcanzó. Una oreja de ley pero un cerrojazo a la gloria.

Se hablará de ello como siempre sucede cuando el pueblo se queda con la miel en los labios. El mismo pueblo que volvió a Vista Alegre casi tres años después. Lo hizo como solía: con media entrada larga y pintona ante un buen cartel.

Roca Rey se había convertido en el favorito de la tarde con su primer toro al que recibió con la muleta a pies juntos, con lances por delante y por detrás, mirándole a los ojos. En la danza de la boca de riego Roca Rey fue quien marcó el arrebatado ritmo en el tango, con cambios de mano en mitad de la serie, dándole distancia al animal.

En una de esas se desató un viento de media tarde que quiso despeinarle la muleta pero ni siquiera las fuerzas de la naturaleza le doblegaron. Quizás allí, en la faena a su primer toro, estaba la segunda oreja que lleva consigo el oro pero Roca Rey falló en la primera entrada matar. Lo hizo bien a la segunda y todo se quedaba en una oreja. Era entonces cuando Vista Alegre le invocaba su segundo toro, el de la discordia.

Abrió la tarde Pablo Hermoso de Mendoza, tan clásico en Vista Alegre como Quevedo en la literatura. Lo hizo con un toro que se desanimaba de lo lindo a cada minuto. Solo la cuadra del caballero estellés, tan fabulosa que incluso cuando hay que pisar cristales se mueve como si fuesen de Bohemia, sostuvo el son.

Incrustador se llamaba le primero toro que le cupo en suerte a José Mari Manzanares.Incrustador Merece que se pronuncie su nombre porque fue un gran toro que embestía con aires de tempestad. La mano de Jose Mari fue alargándole el tranco y la imagen quedaba como uno de esos lienzos de batallas que cuelgan los museo. Manzanares le pasaportó con certeza de francotirador y la oreja cayó a peso. En su segunda hora el viento ya lo despeinaba todo y la faena, entre arrebatos, fue consumiéndose como una vela: a menos a cada minuto.

Alejandro Talavante regresaba después de tanto tiempo... La cupo en suerte un toro que no estaba católico y quizás por ello embestía con tranco protestante, afeándolo todo. Se diría que embestía cuesta arriba y todo se hizo cansino. En el sexto de la tarde Alejandro comenzó doblándose bien por bajo y tras dos series templadas todo se apagó. Cuando le pedía que bajase el pitón el animal bajaba el pistón. La mala muerte que le dio el diestro trajo consigo el silencio.

LA CORRIDA DE AYER

Pablo Hermoso de Mendoza. Medio rejonazo, Ovación.

José Mari Manzanares, de ceniza y oro. Estoconazo (1 oreja) Pinchazo y estocada desprendida (Ovación)

Alejandro Talavante, de verde botella y oro. Pinchazo y estocada atravesada (Silencio) Dos pinchazo y estocada baja (Silencio)

Roca Rey, de butano y azabache. Pinchazo y buena estocada (1 oreja) Estoconazo (1 oreja y fuerte petición de la segunda)