El fecundo árbol genealógico de las tradiciones
Decenas de miles de personas disfrutaron de un Santo Tomás de aire primaveral en pleno invierno Crece el número de trajes clásicos en un mercado de intensos sabores
bilbao - Hubo una cerda de cartón piedra peinada con una melena propia de The Beatles, el revuelo de sus animales fantásticos, los capones, gallinas viejas y conejos de Juan Zabala -“dan caldo gordo y cena para una familia de diez”, voceaba el hombre, más de cuarenta años después de pisar la tierra sagrada de Santo Tomás por primera vez...- y un par de cerdos sacrificados en la parrilla por la Cofradía de la Makila y la entregada gente de Bilboko Konpartsak, con unas suculentas alubias de Larrauri (Peter en los huertos...) a su vera. Bajaron del sorprendente mundo del cabaré los estrafalarios protagonistas de The hole, entremezclándose con los artífices del Baile de la Era en la Plaza Nueva. Como pocas veces se ha visto a lo largo del siglo XXI, regresaron del ayer en abundancia trajes de casheros y etxekoandres (se vio alguna que otra mujer haciéndose curas en los pies por la falta de uso de las albarcas...),tradiciones como las de llamar al pueblo a la fiesta del mercado a través de un cuerno, tragos de sidra y txakoli alternándose con vino chino, un queso elaborado a la ribera del pantano de Maroño (Aguiñiga es su nombre...), que ganó certámenes recientes en Orozko, Trutzios e.... ¡Inglaterra!, merced al Consejo Regulador y un buen puñado de historias que dieron vida al mercado de Santo Tomás.
Decenas de miles de personas -cuentan, desde el recuento, que por encima de los 180.000 aunque la ampliación del recinto ferial hacia los laterales del Teatro Arriaga generó una sensación de desahogo y aún así la cifra parece una exageración...- pasearon por la avenida formada por 302 puestos de venta de hortalizas, quesos, frutas, txakoli, sidra, talo, pan de caserío, miel, animales, plantas, flores y otros extraños productos, mientras en la clandestinidad, los más audaces compraban ramitos de muérdago. Por una esquina apareció una pareja homosexual vestida uno de cashero y otro de pastor (fabuloso el bolso de este, forrado con lana de oveja virgen...) y gritan “¡Gracias, gracias a DEIA!”. Su amor incombustible fue premiado años atrás con una fotografía en la portada del periódico que ganó el premio Klin-Klon.
Los más tradicionales visitantes del mercado de Santo Tomás hablaban de los muchos cambios. “Jamás vimos concursos de talos ni tanta gente sentada en el suelo para beber”. Otras voces hablaban de la presencia de reses o de rebaños de pavos que desfilaban por las calles como si fuese “una legión romana”. ¿No me creen...? Busquen y pregúntenle a José Antonio Abasolo, de Balmaseda, y pregúntenle. No en vano, a sus 83 años era el más veterano de los asistentes al otro lado de la barra, desde donde sirven. Ayer, lo pidió con la voz entrecortada: “No sigan, que rompo a llorar”.
¿Por qué?, se preguntarán los más curiosos. Mientras Jorge Fernández, padrino del mercado de Santo Tomás de este año, se hacía selfis con un buen puñado de jóvenes asistentes, al puesto de talos donde hincaba el codo José Antonio se acercó Nuria Lebrato con la joven Emma Bielsa, apenas seis meses de edad y un traje de etxekoandre hecho a medida, en brazos. La niña le miraba con asombro y admiración y el hombre, emocionado, acabó dándole un beso de cariño con los ojos casi llorosos. Eran tres generaciones encontrándose en pleno corazón de Santo Tomás, como si floreciese el fecundo árbol genealógico de las tradiciones.
Visto el invierno vestido de primavera que acogió el mercado no resultó extraño que el árbol diese sus frutos. Los calendarios de la BBK volvían, como cada año, a convertirse en objetos de deseo. Si hablamos de otro tipo de oscuros objetos de deseo, habrá que hablar de los bailarines y bailarinas de The hole o unos decimitos de lotería de Azkarreta. Cada cual se recreaba en lo suyo.
¿De qué se hablaba entre descorche y descorche, entre compra y compra...? La gente veía con buenos ojos el punto morado que sirvió de faro que guía para quienes se sintiesen acosadas y no se sentía afectada por la huelga de autobuses. Llamaba la atención el talo con bacalao y verduras o aquella pareja de japoneses que fotografiaba el legendario alimento como si fuese una de las rarezas del mundo. Por supuesto, el Athletic , sus tribulaciones y las elecciones que le acechan, no faltaban en los dimes y diretes.
Desde los caracoles a las alubias rojas; de la cerveza Etxeandia, de Urduliz, al queso Idiazabal, los cientos de pimientos, las manzanas, panes y mieles, hortalizas, chorizos, morcillas y otros menajes de la matanza (allá por San Andrés, recuerdan...), piparras y un sinfín de suculencias más, bien regadas por sidra y txakoli, la cesta de la compra podía codearse con las grandes estrellas de la alfombra roja de este Hollywood del mundo agrario. Y en este recuento del almacén, todavía lo recuerdo, le oí al hombre. “Dios bendiga a la madre tierra”, decía. Que lo haga.
Entre la multitud se recortaba su silueta. De su garganta brotaba el aliento que daba aire al cuerno, ese tradicional instrumento vasco usado para llamar al pueblo a la celebración. Jabi Abaurrea, de Gordexola, se acercó a Santo Tomás, bien dispuesto a ejercer de heraldo, con un kaiku clásico y el corazón henchido lo tocaba una y otra vez. A su lado, en una esquina, una mujer amamantaba a su primera hija y la estampa, por entrañable, resultaba casi una postal de Navidad. Aquella niña volverá a Santo Tomás, claro que volverá. Nadie lo duda. No en vano, hablábamos antes de un árbol genealógico que no hay hacha que lo derribe. Santo Tomás corre por las venas de miles y miles como nosotros. Es imposible olvidarlo una vez lo ves.