LA mayoría son jóvenes, no tienen adicciones y físicamente no se encuentran mal. La calle no es su opción de vida cuando todo lo demás les ha defraudado y el desánimo ha podido más que el miedo al frío. La mayoría viven en la calle, sobreviven, mientras buscan algo mejor. El perfil de las personas que viven en la calle ha cambiado los últimos años, según dicen los educadores, los voluntarios y las personas que tratan a diario con ellos.

Aunque hay tantos casos como singularidades tiene la persona y el hablar de porcentajes, más en estos casos, casi resulta absurdo, lo cierto es que las personas que viven en las calles de Bilbao, en una gran mayoría, son jóvenes y extranjeros. Su intención es dejar la calle en cuanto encuentren un trabajo o un medio que les permita pagarse una habitación. Muchos están estudiando algún curso, y los recién llegados intentan aprender el idioma lo más rápido posible conscientes de que puede ser la puerta a un futuro mejor, o eso creen.

Tampoco son violentos, ni mal educados. Su mayor peligro es precisamente que el tiempo en la calle se prolongue demasiado porque, lo dicen los servicios sociales, son las vivencias en la calle y el estar expuestos a las heladas y otras inclemencias de la noche lo que acaba por enturbiar su realidad y su raciocinio.

Entre los que son nativos que también están en la calle, la mayoría tampoco han llegado fruto de sus escarceos con la droga como ocurría en otros tiempos. La crisis , las relaciones personales complicadas y la falta de una red familiar que les acoja en los momentos difíciles hace que terminen viviendo bajo un puente, o en un cajero.

Acuden a los comedores sociales, van al médico, reciben ropa y kit de supervivencia. Sobre todo no se meten con nadie.