BILBAO - Calor es lo que reparten los voluntarios de la DYA a los que acompañamos la noche del jueves en la senda más triste y gélida de Bilbao. Cuando las temperaturas empiezan a bajar, el frío a meterse en los huesos y la soledad en el espíritu; los voluntarios empiezan el reparto de calor. Litros de café, caldo, tortilla de patatas, magdalenas y más alimentos que antes han recaudado de la solidaridad de otros vecinos de los bares de Santutxu. Así, inician un peregrinaje para dar calor con mayúsculas a las personas que viven y duermen en la calle. Tratan de calentar el cuerpo pero se esfuerzan también en templar el alma. Prueba de ello es que los sin techo les esperan cada martes y jueves. A los de la DYA, y a otros tantos voluntarios de la Cruz Roja y ciudadanos anónimos que también cada noche se preocupan de las personas que duermen al ras del cielo. Hay plazas en los albergues, pero han decidido combatir el frío sin abandonar su techo; al igual que combaten, a su manera, las adversidades que les ha tocado vivir. En una noche los voluntarios de la DYA llegan a hacer 41 atenciones.
A las 21.00 ya es de noche en Bilbao y los termómetros marcan 5 grados. La madrugada del jueves fue una de las más heladoras de la semana. Ángel, Joserra, Liz y Alazne, voluntarios de la DYA, preparan todo el dispositivo para recorrer la ciudad y atender a las personas que duermen en la calle. Ya tienen localizados los puntos donde se encuentran los sin techo más reacios a acudir a albergues y es a ellos a quienes van a ofrecer algo caliente a la vez que comprueban que ahí siguen retando a la mala noche.
La patrulla de la DYA se dirige primeramente a Santutxu. Gracias a Ángel, han conseguido que algunos bares se solidaricen con estos vecinos de la calle y les prepararen bebidas calientes para llevarles. “La primera vez fui a un bar a la calle Egaña y me prepararon un termo de café y otro de caldo. Me cobraron 30 euros. No he vuelto”. Fue cuando este pensionista voluntario desde hace años de la DYA decidió pedir sopitas en su barrio y poco a poco consiguió que los bares de Santutxu arrimaran el hombro a esta buena causa.
En el bar Jofer Berri Ana ya les está esperando con el caldo. Marta en la sidrería Galtzagorri tiene la tortilla de patata y el café a punto, y el bar Jai Alai suma otro termo de caldo. En total esta noche repartirán cerca de 12 litros de bebida caliente. Con todo el avituallamiento se dirigen hasta Rekalde donde desde hace 4 meses hay un grupo de alrededor de 25 inmigrantes de diferentes nacionalidades afincados en el frontón. La mayoría están protegidos por mantas para soportar la helada. Aunque los vecinos de la parroquia les han bajado algo para comer y algunos están con ellos no rechazan la bebida caliente. Rasih es el líder del grupo. Es quien mejor habla castellano y eso le da cierta autoridad entre los más jóvenes que están ocultos al abrigo de las mantas. José Luis, uno de los vecinos de Rekalde, aunque de procedencia argentina, dice que ha dedicado la noche “a repartir abrazos”. Y mira a Rayito, un dominicano que después de trabajar once años como transportista en Miranda de Ebro y quedarse en paro ahora busca futuro en Bilbao.
Abdul ha llegado de Barcelona. Estuvo trabajando diez años en la textil, según cuenta, pero “me dijeron que en Bilbao había más oportunidades, aunque de momento no me lo parece”. En el grupo hay de todas las edades, “hay chicos muy jóvenes”, dice José Luis. Y tienen un problema añadido que es el idioma. La mayoría solo hablan francés así que están aislados del mundo a la espera únicamente de que pase el tiempo. Los voluntarios de la DYA ya son conocidos y admitidos por estos emigrantes que han acampado en el frontón, pero se muestran recelosos de su intimidad por miedo a que siendo conocidos eso tenga consecuencias negativas para ellos.
La siguiente parada de los voluntarios de la DYA es la Gran Vía. Prácticamente todos los días hacen la misma ruta nocturna, ven a las mismas personas y tardan más o menos el mismo tiempo. Salen a las nueve de la noche y no logran atender a todos estos vecinos del Bilbao sin techo hasta cerca de las dos de la madrugada.
La noche del jueves se celebraba el Carnaval en Bilbao. Algunas cuadrillas de jóvenes disfrazados se cruzan por delante de José Amador sin reparar en su presencia tumbado en uno de los peldaños a cubierto del Corte Inglés. A los que sí les llama la atención es a Ángel, Joserra, Liz y Alazne. “Es un hombre muy hablador, es raro que esté tan tapado”, dicen con preocupación.
Se acercan y ante su presencia José asoma la cabeza entre las capas de mantas que se ha echado encima. “Estoy bien”, les dice. Tiene 65 años, más los que le ha añadido su estancia en la calle. Aunque es de Portugalete, desde hace casi 3 años vive en Bilbao. Durante el día, según cuenta, da vueltas de un lado a otro de la Gran Vía sin parar. Lo que la gente no sabe es que Amador o José, como se quiera, anda tanto “para estar en forma”. El frío es duro pero lo prefiere a dormir en los albergues. “Hay mucho extranjero y mucho ruido. Prefiero aquí en mi rincón. Ya me apaño”. Joserra dice que “él ya sabe dónde tiene que pedir y no molesta a nadie”.
El mal vivir no ha maleado la educación de Amador. Agradece mucho a los voluntarios que le dejan incluso algún purito. “Ten cuidado no te vayas a dormir con el cigarro y la lías”, le dice Ángel. Pero Amador controla más de lo que los paseantes que le ven a diario pueden pensar. “Tranquilos, en cuento vea que me voy a dormir apago el cigarrillo”, les tranquiliza, al tiempo que se despide con buenos deseos de sus ángeles de la guarda: “que paséis buena noche y gracias por interesaros por mí”.
Continúa la ronda nocturna de los voluntarios hasta la Plaza Nueva. Allí Ángel quiere llevar bebida caliente a Memek, un joven marroquí que duerme en estos soportales. Hay un concierto que adelanta el Carnaval así que esa noche Memek va a tener que trasnochar si quiere tener un poco de tranquilidad. Acepta de la DYA el café que el dan, las galletas, pero quiere preservar su intimidad. Más que el frío lo que le preocupa es la seguridad. “A veces me han robado por la noche, por lo demás prefiero dormir en mi rincón que ir a un albergue con tanta gente. Al final, hay tanto ruido que luego durante el día tengo que buscar un sitio donde dormir”. Isabel no duerme en la Plaza Nueva, pero le hace compañía mientras la noche se va cerrando y los voluntarios parten a otra estación de esta senda del calor. Ahora a Santutxu donde duerme un joven en San Francisquito y después Campo Volantín, Deusto, San Mamés, galerías Izalo... dando calor.