NUNCA llueve a gusto de todos. Particularmente de Agustín Hervella, que recibe los días soleados de otoño con poco menos que el ceño fruncido. “Para nosotros es horroroso. El cambio climático nos está haciendo polvo. Ya no llueve como antes, que empezaba el sirimiri en septiembre y duraba hasta marzo. De aquí salían paraguas como churros”, añora este socio de Paragüería Bilbaina, una de las pocas fábricas del sector que, según dice, sobreviven en el Estado. “Por el norte había muchísimas, pero la mayoría han ido cerrando”.

Fundada en 1950 en la Plaza Nueva, trasladada cinco años después a la calle Prim, donde sigue en pie, esta tradicional fábrica llegó a producir en los años 80 una media de 1.100 paraguas al día. Ahora confecciona 4.000 al año y aguanta como puede el chaparrón completando su oferta con una línea de puericultura. “Lo que más daño nos ha hecho ha sido la importación del producto asiático. Traen paraguas baratos de China, a 1 o 1,50 euros, y no podemos competir”, se resigna. Los suyos los venden a las tiendas a “veintipico euros” y estas a sus clientes, a partir de 50. “Las telas no tienen nada que ver con las asiáticas, ni las monturas. Hay empuñaduras de bambú que valen 25 o 30 euros”, explica y muestra un paraguas de polipiel para marcar la diferencia. “Nos hemos salvado porque estamos especializados en producto bueno, caro, y porque hemos metido las sombrillas y los sacos. Si no, tendríamos que cerrar”, reconoce.

Todo esto lo cuenta Agustín, custodiado por una hilera de máquinas de coser, con gesto preocupado y cierta nostalgia. No en vano lleva entre telas y varillas la friolera de 30 años. Apenas tenía 16 cuando empezó de pinche, planchando y poniendo puños. “Aquí había trabajando 22 personas. Ahora, con la importación y la sequía, se ha ido reduciendo el personal hasta que nos hemos quedado 7. Mira lo que ha cambiado”. Tanto que incluso él, que regenta a medias el negocio desde que en 1999 se jubiló el dueño, participa en el diseño de los paraguas. “Antes cada uno se dedicaba a una cosa. Ahora hacemos de todo”. Paraguas de fantasía, con transparencias, telas plastificadas... “Hay que buscarse la vida y hacer cosas diferentes para poder competir, aunque luego al final todo nos lo copian”, denuncia.

Los que venden paraguas a la salida del metro, los comercios que van a comprarlos “sin IVA a los almacenes que han montado los chinos en Fuenlabrada”, el “importante atasco” de género atrasado en las tiendas porque “el año pasado fue superseco”... A perro flaco, ya se sabe. “Por Internet se vende cantidad. Habría que meterles algún impuesto porque las tiendas no pueden competir y cierran, y si cierran las tiendas, cerramos nosotros”, asegura. Por si fuera poco también juega en su contra la falta de relevo generacional tras los mostradores. “Hace 15 años teníamos 14 clientes en el Casco Viejo y ahora quedan 2 o 3. La gente mayor se ha ido jubilando y los hijos no cogen el relevo. ¿A quién vamos a vender los paraguas al final?”.

Antes de dibujar este panorama tan desolador, Agustín improvisa una visita guiada por el taller. Aquí se corta la tela. En aquella máquina se cosen las ocho o diez hojas que tiene cada paraguas. Ahí se pone la corona para sujetar las piezas. Por fin el tejido toma cuerpo aferrándose a las varillas, se remata y se plancha. Por más que uno gire la cabeza no halla ni rastro del pequeño electrodoméstico para alisar arrugas, sino un artefacto metálico que escupe vapor como un viejo dragón. Al tiempo que se estira la tela se detectan posibles defectos y, si pasa la itv, se monta el puño. En total, “ocho minutos por paraguas”, calcula.

Aunque hay gente que “valora la calidad y que el producto sea nacional”, a otros no les queda otra que guiarse por el bolsillo. “Los mileuristas no tienen para comprarse un paraguas de 70 o 90 euros”, entiende. Así que los de usar y tirar tienen su público, a pesar de que le dejan a uno con la cabeza al aire a la mínima. “Cuando hace viento hay que cerrarlos a media asta, sean buenos o malos, porque si te pilla una racha fuerte, los rompe igual”, reconoce Agustín. Ahora, los de label, dice, son mucho más duraderos. “Cuidándolo y secándolo abierto, te dura diez años mínimo. Yo tengo uno que tiene 20 años y ahí sigue”, asegura.

Adquirir la materia prima para fabricar sus productos también les resulta harto complicado. “Han cerrado casi todos los fabricantes de tejidos y de empuñaduras en Europa. Solo queda uno en Italia, que ha subido los precios una locura. Como cierre, o te vas a China o se acabó”, aventura y recuerda aquellos tiempos “en los que llegaban los proveedores y nos tirábamos una semana viendo telas”. Ahora, dice, no hay surtido. “Hay que coger lo que te traen y romperte el coco para hacer todos los años cosas diferentes”. Con esos mimbres y buenas dosis de creatividad fabrican unos treinta modelos de señora y caballero, “acordes con los colores de la temporada y la tendencia de los bolsos”.

Rescatados de la basura Paragüería Bilbaina, que cuenta con representantes por todo el Estado y Portugal, vende sus artículos en un comercio del mismo nombre, ubicado en Deusto, donde, además, los reparan. Entre quienes acuden a arreglarlos, dice, ha visto de todo, incluso “gente que yo creo que se los encuentra en la basura”. A veces les intenta disuadir, pero en vano. “Digo: Señora, no arregle este paraguas. Si le vale uno nuevo solo dos o tres euros más. Que no, que le tengo mucho cariño. Es una pasada”, cuenta Agustín, que regenta desde hace cuatro años este local.

Por el precio de cambiar una varilla, cinco o seis euros, se puede comprar un paraguas nuevo en un bazar, pero si es de alta gama la inversión, afirma, merece la pena. “Viene gente que le ha cogido cariño, por ejemplo, a la empuñadura, y quiere que le cambies la tela. Aunque le cobres 20 euros, si es un paraguas que vale 100 euros, le compensa”, explica.

La mayoría repara sus paraguas por “valor sentimental”, pero también hay quien lo hace pensando que tiene una joya. “Una mujer trajo un paraguas muy malo con una imitación de unos angelitos. Le habían dicho que era de Miguel Ángel. Señora, este paraguas no es de Miguel Ángel, ¿no ve que está pintado? Que no, que es auténtico. Y se lo tuve que arreglar”. El cliente, ya se sabe, siempre tiene la razón.