BILBAO. “Si la música es el alimento del amor, ¡que siga sonando!”, se escucha en El último tango en París, la película de Bernardo Bertolucci que funciona como fetiche en el imaginario de Ernesto del Río, un cineasta apasionado por el séptimo arte. Para él tal vez el primero, si acepta la definición de arte. No en vano, lo compara con la construcción de un edificio, lleno de gremios y obreros. El cine le entró pronto por las venas; tanto que fue capaz de alejarse de la vida segura e imbuirse en el vértigo de los rodajes. En colaboración con Luis Eguiraun, comenzó dirigiendo para Lan Zinema en 1982 Octubre 12, su primer largometraje. En un guiño del destino, en ese mismo mes se anuncia su jubilación, estado que nada le afecta en una pasión a la que no renuncia. Quién sabe si ahora que tiene más tiempo libre no se le escucha de nuevo decir eso de “Silencio, cámara, acción”.

¿Qué era el cine para usted entonces?

-La pasión. Me gustaba desde joven y como crecí mucho y muy rápido, a los 13 años ya entraba en las películas para mayores de 18 años. Me parecía todo un aprendizaje del mundo y veía películas. Mi hermano compraba Fotogramas y yo lo leía todo, lo devoraba.

¿Qué lección cinematográfica guardó hasta hoy de aquellos días?

-Que el cine es un testimonio de la memoria de la ciudad.

Hoy, cuando entra en una sala, ¿siente la misma magia que entonces o ya sabe dónde esconde el conejo el mago?

-Mantiene la magia pero tengo que desdoblarme porque me fijo cómo está hecha, dónde está la cámara, cómo colocan a los actores... El hacer cine te quita algo de glamur. Te decepcionan algunas cosas y lo miras de otra manera. Es un trabajo de obreros.

¿Cómo dice?

-Es lo más parecido a una obra. Los planos son el guión, el director es el arquitecto, como si construyeses una casa. Es un trabajo gremial y el equipo se mueve a un ritmo militar. Si no se hace así empiezas a perder dinero.

Así que su misión es...

-Además de saber dónde colocar la cámara, ¿dice? Conseguir que todos remen a favor y se sientan acogidos. Luego cada día pasan cosas y hay que estar abierto a los cambios. No puedes ir con ideas comprometidas.

¿Recuerda qué fue lo primero que le dejó con la boca abierta?

-Cuando descubrí Valencia de niño. Vivía en un Bilbao siempre lluvioso y aquellos palmerales, las playas, el calor... ¡uf!

Se lo enseñó...

-Un tío de mi madre que no pudo jugar en el Athletic por haber nacido en Argentina: Guillermo Villagrás. Hoy hubiese jugado seguro porque llegó desde América con tres años pero entonces...

¡Ay, Athletic de mi vida!

-Me ha gustado, sí. Fui con mi padre a la final del 69 contra el Elche. Recuerdo vivamente cómo se preparaban los coches para ir a Chamartín. Imagino que entonces había más devoción porque se ganaba más.

Y ni me cuente los títulos de los ochenta...

-Vivía en el primer piso de mi vida adulta, en Sendeja. Parecía que tenía un palco. Y recuerdo una celebración en el Yoko Lennon que... ¡buf!

¡Qué años aquellos! ¡Cuánto desfase! El Yoko, el Citroën...

-La época fue tremenda. La gente no estaba preparada para conocer los efectos de la droga ni la administración tenía recursos. El franquismo había dejado las arcas pobres de recursos.

¡Todo un laberinto!

-La gente estaba perdida y no tenían dónde ir. He conocido bastante de cerca el pico y el sida porque muchos no sabían cómo moverse. Si no tenías dinero era una época más jodida que la de hoy, donde hay más colchón social. Se quedan menos tirados que entonces.

¿Flirteó con la droga?

-Algo sí, pero no me gustaba mucho. Un día me pegó un bajón que no me podía mover y me asusté. No podía con la marihuana aunque reconozco que en los rodajes había cocaína para soportar jornadas de doce, trece horas. Ahora no sé si tomarán otras cosas pero no lo veo como entonces.

¿Qué fue de aquella primera cinta que le sacó del universo Disney y del cine para jóvenes?

-Fue una película en el cine Banderas, donde me dejaron entrar porque era el día de la fémina. Gracias a Dios, el papel de la mujer ha cambiado mucho desde entonces aunque queden conquistas por hacer.

La película era...

-Cita en Hong Kong (creo que se titulaba así), donde salía Clark Gable. Percibí que aquello no era de niños y me sentí bien, todo un adulto.

¡Mejor que las de vaqueros!

-Prefería las de romanos. Me gustaba su estética y el vestuario de las tías: esos escotazos y esos vestiditos. Para qué le voy a engañar...

Pese a que las dificultades para ligar entre ambos sexos, supongo, serían similares a las de hoy...

-Creo que era más fácil. A finales de los setenta estaba todo descontrolado y había más sensación de libertad. Todo valía.

¡El paraíso!

-No crea. Admiro a las mujeres de aquella época porque lo tuvieron difícil para romper el corsé de la dictadura. Fueron muy valientes. Intuían que tenían que ocupar un sitio en relación a los hombres, los estudios y el sexo. No me daba cuenta entonces, pero el tiempo me lo enseñó años después.

¿Es adicto a la tecnología?

-En cierto modo. Veo películas en el móvil porque ofrecen una calidad que... Youtube me da acceso al cine antiguo. La memoria del mundo entero está metida en un móvil. Ahora bien...

Diga.

-No sé qué tipos de relaciones tienen los nativos digitales. Y creo que pronto aboliremos la memoria.

Imagina que irán poco al cine...

-Debiera de ser como lo pensaron los hermanos Lumiere: una atracción de feria que sirva de punto de encuentro.

¿Qué le quedó por hacer que ya no le da tiempo?

-Haber repartido mi vida en ciudades que me siguen gustando como La Habana, Montevideo o París. Si no ser inmortal, quizás me gustará poder alargar la vida para que me diese tiempo. Ahora me pasa algo extraño...

¿Qué?

-Paseo por Bilbao y cualquier esquina me trae recuerdos. Supongo que será la edad.

El Guggenheim no estaba en su juventud.

-Guardo con el museo una relación contradictoria. Me gusta su capacidad de tracción pero creo que ha tapado otras cosas que quizás nos quedamos sin ver.

¿Qué le ha sorprendido del museo?

-Que la cultura traiga dinero y fuera motor. Es verdad que bilbainos con dinero construyeron el museo de Bellas Artes pero esto...

Si le nombro ‘Octubre 12’...

-La primera. Con Cecilia Roth ganamos el Mikeldi de Plata y me hice popular. Tomábamos copas en el Casco Viejo y nos paraba la gente. Rodamos con Super 8 y todo nos parecía mágico.

¿A quién reza?

-No rezo. Salí de Lasalle muy rezado. No necesito intermediarios para creer en la Humanidad y en la buena gente.

Ahora que se jubila, ¿llega la hora de la rendición?

-Jubilarse no es rendirse. Es un hecho natural en la sociedad pero ganas tiempo y libertad. Es un regreso a la adolescencia, pero con más conocimientos. Haré números y procuraré pasarlo lo mejor posible.

¿Con qué se queda de lo vivido?

-Con algo extraño. Poco a poco, las cosas van encajando. Todo lo que has hecho en tu vida explica bien lo que eres, aunque no tengas muy claro por qué lo hiciste ese día.

Todo espolvoreado con...

-Con sonrisas y una mirada algo irónica, con humor. Si no fuese así la vida sería insoportable cuando te golpea. Y tarde o temprano, lo hace.

Juguemos en el adiós a clasificar la vida en un género...

-La vida me recuerda a una película italiana tragicómica. Ese es un buen colofón. Dejémoslo así.