ALARGÓ un año el momento de su jubilación por si alguien se animaba a dar continuidad al negocio familiar de alimentación que regentaba, pero no. Aunque fueron muchos los que se interesaron por la tienda de barrio ubicada en la calle Belostikale no hubo forma de que nadie tomara finalmente las riendas de un comercio con clientela fija. “Nos dio pena, pero fue imposible. A la gente le gustaba, pero aquí hay que meter muchas horas y eso... Ni sé los años que estuvimos sin irnos de vacaciones”, comentaba Florencia Harza.

“Al final mi mujer me dijo que no podíamos seguir, que era el momento de cerrar y de disfrutar un poco de la vida”, explica con cierta melancolía. En diciembre se cumplirán tres años desde que Florencio y su mujer bajasen la persiana de una tienda que ha formado parte de sus vidas a lo largo de más de cuatro décadas y, de sus suegros, otros tantos años más. “Él abrió la tienda de alimentación en el año 35. Solo estuvo cerrado en la época de la Guerra, porque fue llamado a filas. Una vez que terminó la contienda volvió a abrir el comercio y hasta hace casi tres años ha estado siempre abierta”, cuenta.

Pero nada es eterno y ante la falta de relevo generacional a Florencio y su mujer, con “toda la pena del mundo”, les tocó despedirse de todos aquellos clientes que habían formado parte de su día a día. “La gente nos pedía que no nos fuéramos, pero todo llega. Y no podíamos seguir”, confiesa. Sin embargo, y aunque ya no atiende a sus parroquianos detrás del mostrador, no hay día que Florencio no se de una vuelta por el local que ha forjado su historia personal. Un cartel en el cristal informa que la lonja en Belostikale 7 se alquila o se vende. “Me da una pena muy grande, pero es lo que hay”, dice. Y añade: “Paseo por la calle Belostikale, por Tendería o por Carnicería Vieja... y los negocios se van cerrando, muchos de toda la vida, y con ellos se va parte de la historia, pero luego esos locales no se vuelven a alquilar”, lamenta Florencio.

En opinión de Harza en esas calles sin actividad comercial la inseguridad es siempre mucho mayor. “Lo de que el comercio da vida no es solo una frase, es mucho más. La imagen de ciudad se degrada cuando la persiana de los locales permanecen bajada. La sensación de dejadez, de abandono es mucho mayor”, puntualiza conocedor de la vida comercial de años pretéritos.

Pero este propietario no se resigna a ver su negocio cerrado, sin actividad. Los pimientos rojos que recoge de su huerta cuelgan en una esquina en la entrada como si el tiempo no hubiera pasado. “Es una manera de sentirme mejor”, confiesa con una sonrisa cómplice.

Tanto es así que su establecimiento es uno de los que será transformado en el proyecto piloto puesto en marcha por el Ayuntamiento de Bilbao con la colaboración del Colegio de Diseñadores y Decoradores de Bizkaia. “Estoy encantado con el proyecto”, explica el dueño de la lonja.

“De lo que se trata es de volver a activar la zona, la calle que, mal que nos pese, está muerta y eso es al final responsabilidad de todos”, indica.

En su opinión “la gente cuando abre un comercio no lo hace con vocación de continuidad. Ponen en marcha un negocio y no les duele cerrarlo en menos de un año. Eso no lo entiendo”, asegura. Florencio está expectante por conocer las ideas que habrán diseñado para ofrecerle una nueva vida a su local cerrado. “A mí me gustaría que fuera una tienda de alimentación, pero visto lo visto, mientras se ocupe con alguna actividad nos conformamos”, explica.

De momento seguirá visitando su local todos los días como si tuviera que atender a la clientela detrás del mostrador. “A ver si poco a poco podemos recuperar aquellos años dorados cuando las Siete Calles estaban repletas de negocios. Será difícil, pero podemos intentar entre todos que lo sea”, lanzó esperanzado al despedirse.