BILBAO - Acaba de escribir su quinto libro, Cosas de mayores, a los 86 años y dice que nunca ha sido tan feliz como ahora en pareja. Uno no sabe qué le sorprende más de Ricardo Echanove, si eso, su vitalidad o ese sentido del humor con el que se despide, en la puerta de su domicilio, en Bilbao: “Un día de estos te puedes encontrar mi esquela”.
Licenciado en Derecho, trabajó como secretario de ayuntamiento, en la empresa privada y como diputado. Y a los 80 se puso a escribir. ¿Era un sueño pendiente?
-Sí. Desde niño he destacado en redacción. Luego siempre hacía las reseñas de las comidas y excursiones y, una vez me jubilé, cuando me imaginaba que ya estaba absolutamente fuera del alcance de mis posibilidades, empecé a escribir libros.
A su edad muchos dan por finiquitada su actividad y usted empezó una nueva. ¿Cuestión de carácter?
-Mi madre murió a los 106 años, tenía la cabeza fenomenal, era una navarrica dura y yo creo que es una cuestión genética. A los 86 años hago todos los días 6 kilómetros andando.
Sus nietos alucinarán...
-Hasta tal punto de que mi nietica, de la que estoy profundamente enamorado, le dijo a la profesora: Tengo un lolo que escribe y tuve que ir a su clase. El peor momento de mi vida, los niños allí... Les conté cómo se forma el arco iris y fue un éxito.
En su primera obra habla de su experiencia como diputado de UCD.
-Estuve en la legislatura constituyente con Xabier Arzalluz y todos los compañeros, con quienes hice una amistad imperecedera. Entonces había una gran cohesión.
¿A diferencia de ahora?
-Un poco sí. No se ve la necesidad de que los políticos tengan que insultarse y, sobre todo, trasladar a la sociedad esos cabreos. La sociedad quiere soluciones y sus representantes tienen que ser ejemplares.
¿Cuál es el recuerdo más emocionante que guarda de esa época?
-Hubo momentos muy malos porque fueron los años de plomo, ETA mató mucho, los funerales... Lo más agradable fue el afecto que nació entre los diputados vascos de todos los colores. Incluso Azkuna, al que tuve la suerte de conocer, me recordaba aquel tiempo de concordia.
En otra de sus novelas un enfermo terminal cuenta sus vivencias. ¿Es cierto que en el último tramo uno se retrotrae al pasado?
-Cuando tienes poco futuro parece lógico refugiarse en los recuerdos. Esto suele tener un sentido peyorativo: ese ya está con sus batallas, pero al pasado se puede volver de forma muy enriquecedora. No hay que vivir obsesionados con que ya no valemos para nada. Tú tienes que construir tu propio proyecto. Sin un proyecto mínimo no se puede andar por la vida.
Hay personas mayores que solo hablan de su inminente final. ¿Qué les dice cuando se los topa?
-Hay mayores con enfermedades o el físico arruinado a los que por respeto no les puedes decir: Venga, que te gusta quejarte, haz algo. La vida se alarga para muchos sin sentido. Pero, hay unas generaciones de jubilados jóvenes que están llenos de vida y que tampoco se plantean hacer algo.
¿Sienten que no valen para nada?
-Al pobrecillo anciano que cree que ya no vale más que para acompañar a sus nietos al parque hay que decirle que está haciendo una función social de una importancia tremenda. Somos la columna del voluntariado, los que más contribuimos a la cohesión social admitiendo a nuestros hijos, cuidando de nuestros nietos. ¿No se reconoce su labor?
-Está a punto de producirse una involución porque no les queda más remedio, porque esto está poblándose de gente mayor y ya no nos van a engañar como a los chinos. En unos años vamos a ser el colectivo más numeroso para votar y van a tener que venir los políticos, que ahora nos hacen un caso marginal.
¿Es la propia muerte un pensamiento recurrente a esas edades?
-El día que te sientas mal pensarás que te ha llegado ya el final. El problema es quitarle ese dramatismo. La culpa de que pensemos con ese morbo de la muerte es esa obsesión que hay de no mencionarla como si eso supusiera que se va a retardar. La muerte es una realidad y hay que pensar en ella, incluso en familia. Hay que hacerse la idea de que te vas a morir y de que no pasa nada. Es que voy a dejar a los amigos. Los amigos irán detrás.
¿Cómo se vive eso de ir perdiendo a todas las amistades y conocidos?
-Mi madre decía: No tenéis ni idea de qué se siente cuando ya no hay nadie en la vida coetáneo tuyo.
En su última novela aborda “cosas de mayores”. ¿Cuáles son sus principales preocupaciones?
-La compañía, el sentirte integrado dentro de algún grupo. No dejar de tener algunas relaciones de afecto especial con algunos, tener con quién desahogar tus miedos, me parece fundamental. Otro gran problema es la baja autoestima.
¿Las pensiones les quitan el sueño?
-Sobre todo les quitan mucho poder adquisitivo, más que sueño. Hay que arrimarse a las instituciones que te protegen y hacerse a una vida de menor consumo, pero como también van descendiendo las apetencias... Los txikiteros antes se tomaban ocho vinos y ahora solo aguantan tres.
¿Qué le gustaría hacer y, por su edad, ya no puede?
-Un secreto de la vejez es la capacidad de adaptación. Hay que asumir lo que no se puede hacer y tratar de olvidarse. Yo he sido un montañero muy aficionado y ahora me cuesta subir Artxanda muchísimo. Si te encelas con que has perdido esas capacidades, te puedes pegar un tiro. Cada edad tiene sus ventajas.
¿Cuáles son las ventajas de los ochenta y tantos?
-Que los tumores van más lentos porque eres muy mayor o que puedes hablar con más libertad, aparte de que puedes permitirte el lujo de disfrutar contemplando obras de arte porque ya no tienes otro tipo de obligaciones.
¿Cómo son las relaciones de pareja? ¿No acaba uno hasta el gorro?
-La convivencia durante tanto tiempo es agotadora, pero, cuando ya las cosas familiares están encauzadas, nace un sentimiento nuevo de respeto y afecto. Yo no he sido tan feliz en pareja como ahora. Te dice tu mujer: ¿Salimos? o ¿Te apetecen unas vainas? Qué diálogo tan ilusionante y tan corriente. Nunca he tenido sensaciones tan placenteras.
¿Qué le da más rabia de los tópicos asociados a su colectivo?
-Ese tipo de amigos antiguos que siguen añorando aquellos años en que iban a trabajar y que te dicen: Somos unos carcamales, no nos hace caso nadie. Comprendo el negativismo de un tío muy enfermo, pero hay algunas gentes que no reaccionan, que se quedan en casa. Cuando ya uno no sale está suicidándose lentamente de alguna manera.