Bilbao - “Si a las 7 de la tarde no puedo gritar por las calles de Bilbao, ¿por qué a las 4 de la madrugada sí?”. Esta es una de las preguntas que cada jueves, viernes y sábado por la noche se hace Celina Pereda, vecina de la calle Ibáñez de Bilbao, mientras intenta conciliar el sueño. Como ella, cientos de vecinos de Abando sufren la contaminación acústica derivada de la práctica del botellón. Cansados de una situación que lejos de mitigarse va in crescendo, la asociación Uribitarte Anaitasuna -conformada por residentes del barrio de Abando- ha elaborado una hoja de ruta con diferentes iniciativas programadas hasta finales de año. La última de sus acciones ha sido la presentación de tres propuestas en los presupuestos participativos del Ayuntamiento de Bilbao.
“Todas están relacionadas con reducir el ruido”, afirma Marisa Fernández, una de las asociadas. De esa forma, uno de los proyectos que defienden es la elaboración de una encuesta “sobre la percepción ciudadana ante la contaminación acústica derivada del ocio nocturno en el barrio de Abando”. Con ello pretenden evaluar el “impacto psicosocial” del ruido nocturno relacionado con dicho ocio en la población residente en la zona. En esa misma línea, otra de sus propuestas se centra en la “monitorización del foco del ruido nocturno” mediante la “instalación de sonómetros en el barrio de Abando”. Después de que se hicieran las mediciones, la idea consistiría en compararlo con el objetivo de calidad acústica, para después diseñar un plan de acción que rebaje el nivel del ruido a dicho objetivo.
El último de sus proyectos se centra en la integración de los jóvenes en el desarrollo de la ciudad. Para ello, proponen “intervenir mediante grafitis seleccionados” utilizando como soportes de dichas acciones “los cerramientos de las lonjas”. La asociación, que ya se ha adelantado, asegura que cuenta con la autorización de algunos propietarios. El proyecto, exponen, podría realizarse en colaboración con la facultad de Bellas Artes de la UPV/EHU. Pero además de embellecer la zona, el objetivo final de la iniciativa consistiría en “desterrar la idea del divertimento a cualquier coste”, y como ejemplo indican: “Molestar al vecino y el deterioro urbanístico”.
En ninguna de las tres propuestas señalan el coste aproximado que tendrían los proyectos, aunque entienden que el importe sería “bastante inferior” al límite establecido en las bases de participación, que es de 500.000 euros. Estas propuestas, junto a otras más de 260, se analizarán en el Área de Participación antes de pasar a la fase de priorización.
Otras acciones Cualquiera que pasee un sábado por la madrugada por Jardines de Albia o por la calle Uribitarte sabe de lo que hablan estas vecinas. “Es semanal, no puntual. De siete noches no dormimos tres. Hay gente que se marcha fuera cada fin de semana para descansar, pero no todos tenemos esa alternativa”, advierte Marisa Fernández, quien indica que algunos residentes incluso están intentando vender sus viviendas por este problema. “Va en aumento: Si antes las ambulancias acudían de vez en cuando por un coma etílico ahora es cada semana”, asegura a su lado María Jesús Ugalde, otra de las vecinas.
Aunque Uribitarte Anaitasuna surgió en 2015 para afrontar problemas como la escasa iluminación de la zona de Uribitarte -que solucionaron solicitando más farolas al Consistorio- ahora su actividad está centrada en reducir las consecuencias negativas que trae consigo la aglomeración de jóvenes que cada fin de semana practican botellón o se reúnen en las puertas de las salas de fiestas en las inmediaciones de zonas como Alameda Mazarredo o San Vicente. En marzo, de hecho, se reunieron con el alcalde Juan Mari Aburto para hacerle entrega de 1.484 firmas en las que se solicitaba que se cumpliera con la ordenanza de Espacio Público, además de solicitar mediciones sonoras objetivas y la realización de un mapa del ruido provocado por el ocio.
“Se podrían poner unos sonómetros que estén comunicados a tiempo real con la Policía Municipal”, sugiere Marisa Fernández, quien explica que así los residentes podrían tener conocimiento de las mediciones a tiempo real. Esta vecina asegura que dentro de las viviendas el ruido no debería superar los 30 decibelios. “Alguna vez lo he medido con una aplicación, aunque no sea muy preciso, y rebasamos con creces”, indica Fernández. En ese sentido, considera que “no hacen falta más normas, sino medidas para cumplir las que están”.
Desde hace dos años, el Ayuntamiento de Bilbao cuenta con un programa con educadores sociales que recorren los focos en los que más gente se concentra con el objetivo de sensibilizar a los jóvenes para que respeten el descanso de los ciudadanos y eviten actitudes incívicas que, por otra parte, también pueden darse entre personas que consumen fuera de los bares. En la primera edición, su mensaje llegó a más de 4.500 jóvenes repartidos en 501 cuadrillas. “La iniciativa está bien, pero no resuelve el problema de descanso que tenemos”, lamenta Marisa Fernández.
Actos incívicos Los problemas que describen no solo se reducen a la contaminación acústica. “Les vemos mear y defecar en plena calle, es terrible. No son los valores que queremos en nuestra sociedad. Tenemos fotografías tremendas”, manifiestan desde la asociación que está documentando la situación para que quede constancia de su calvario. “Tocan los timbres a deshoras, los orines entran a los portarles, han roto puertas... Hay vecinos que se han encontrado con gente practicando sexo a la salida del portal”, narran. “Tiene que haber ocio, pero lo que describimos nosotros no es ocio nocturno, por mucho que lo llamen así. Son actos incívicos”, declara con contundencia Marisa Fernández.
Consideran que se trata de una toma del espacio público. “La calle y la noche son de ellos”, afirma María Jesús Ugalde en referencia a estos jóvenes “socialmente integrados. Podrían ser nuestros hijos”. ¿Y cuál es la respuesta policial? “Si llamas a las 12.30, llegan a la 1, y a la 1.30 dicen que ya han ido pero que no había ruido. ¡Pero si mi marido y yo no podemos dormir! Otras veces llegan y disuelven a los que están, pero si la calle está llena es imposible”, afirma Marisa Fernández. En esa línea, Celina Pereda añade que las concentraciones de jóvenes haciendo botellón pueden llegar a reunir a 300 personas. Aunque también evidencia otra realidad: “Cuando la discoteca cierra hay gente que se queda dos o tres horas cantando en la puerta”.
En ese sentido, desde Uribitarte Anaitasuna reflejan las dificultades para mediar: “Si hay un conflicto entre una comunidad de vecinos y una discoteca, las dos partes están identificadas. Ahí se puede mediar. Pero en este problema no ocurre así: son muchos vecinos, cada uno en su casa, y los jóvenes hoy son unos y mañana son otros”. Con todo, los residentes de la zona continuarán trabajando para solucionar el conflicto que les quita el sueño, aunque consideran que será complicado mientras el foco de la fiesta esté bajo sus viviendas. “Hasta ahora no hemos conocido gente borracha que a las 4 de la madrugada hable bajo o se comporte de una manera adecuada”, zanjan.