Jose Mari Zamacona, toda una vida a la sombra de El Tilo
A Jose Mari Zamacona le llega la hora de jubilarse tras décadas en la barra del bar familiar en el Arenal de Bilbao
Ala sombra de un negocio histórico y familiar, tras la barra de El Tilo, bar ubicado en el Arenal bilbaino ha pasado José Mari Zamacona gran parte de su vida. A este hombre discreto, de pocas palabras, pero de gran corazón, le ha llegado la hora de jubilarse. Hace unas semanas cerró la puerta del establecimiento con la esperanza de que alguien quiera mantener la esencia de lo que todavía, pese al paso de los años, continua siendo el local. No existe en Bilbao un bar igual; se trata de una joya en la que los clientes podían tomar un café mientras escuchaban música clásica, una de las pasiones de José Mari, al que tras la barra los clientes escuchaban tararear las melodías. “Ya tocaba jubilarse”, repite con resignación Zamacona. “Este es un bar histórico, no hay otro igual”, dice Jose Mari, que comparte la propiedad del bar con su hermano.
Desde el cierre del establecimiento -hace un mes- son numerosas las personas que se han interesado por este local. Lo ideal, confiesa José Mari sería mantenerlo tal y como está, conservando de ese modo una parte importante de la historia de Bilbao y de El Arenal bilbaino. Sin embargo, también cree que a veces no queda otra que dejar el romanticismo y poner los pies en la realidad. “Ya veremos lo que pasa”, lanza, mientras Jose Mari saca de una carpeta folios y libros de la historia del bar que abrió su padre, Pedro Zamacona, allá por 1910. Un local centenario que fue bautizado con el nombre de El Tilo en recuerdo a un árbol que formó parte del paisaje de El Arenal y que murió a los 132 años. De hecho en la entrada del local una placa hace referencia a aquel árbol que dio cobijo a los bilbainos durante décadas. La cercanía con el Teatro Arriaga convirtió El Tilo en el perfecto escenario donde cantantes y actores hallaban su particular templo de paz. “Por aquí han pasado ni sé cuántos artistas”, lanza sin desvelar ningún nombre. Y allí, tras la barra de esa parte de la historia bilbaina estaba Jose Mari, discreto y tarareando las notas de sus canciones preferidas de música clásica.
Casa palacio En el particular archivo el dueño del bar aflora información sobre la historia del local que su padre transformó en un bar y que ocupaba los bajos de la Casa Palacio. Era allí donde el señor del palacio -Jacinto de Romarate Salamanca, marino vizcaino de la nobleza- guardaba sus carruajes. La casa, el número 1 de El Arenal bilbaino, es otra maravilla arquitectónica, un bunker construido como fortaleza y vivienda -en la segunda planta- en un Bilbao que nada tenía que ver con el actual, con un puerto en frente adonde llegaban los barcos. En la actualidad, en el primer piso, -zona noble del palacete tiene su sede en la villa la compañía de Seguros Bilbao. En la historia de este bar se esconde otro elemento que lo convierte aún más si cabe en una templo del arte. Caprichos de la vida la pintura plástica de El Tilo se terminó cayendo y dejó al descubierto unos frescos del pintor Juan de Arano, (Bilbao, 1901- Argentina 1973) que fueron recuperados por alumnos de Bellas Artes. “Son maravillosos”, comenta con orgullo Jose Mari, contemplando con admiración esa joya de la que ha disfrutado en sus largas jornadas tras la barra del bar. Sería una pena no conservar esas pinturas en las que el artista bilbaino plasmó escenas románticas con la iglesia de San Nicolás de fondo. Sobre la campana del bar, sobre la cafetera, aparece el tilo centenario abrazado por una orla donde pone su nombre; en otra de las pinturas, una joven aparece custodiada por dos corderos que pastan en un campo verde. La calidad de los materiales con los que está decorado el bar es otro de los elementos diferenciadores, ni si quiera las inundaciones lograron acabar con él. El 26 de agosto de 1983 las inundaciones anegaron casi al completo el establecimiento. “El agua llegó hasta allí arriba”, apunta con el dedo Jose Mari, indicando la magnitud de aquel suceso que cubrió de lodo el Casco Viejo de Bilbao. Sin embargo, El Tilo, al igual que el resto de la zona histórica de la villa resurgió y logró reflotar de las turbias aguas de la Ría que lo anegaron hace treinta años.
“Las vitrinas, -de madera- abren y cierran perfectamente después de tantos años”, cuenta Zamacona que recuerda como si fuera hoy aquel día en el que el bar quedó bajo el agua. Sin embargo, y pese a los destrozos que generó la riada, la madera con la que forraron las paredes se conserva intacta, incluso la barra en la que tantos cafés ha sacado Jose Mari sigue brillando.
El Tilo se resiste a desaparecer, quiere seguir dando la misma sombra en El Arenal del siglo XXI.
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