Santa María, arriba de la antigua farmacia de Urkizu, en pleno casco histórico de Durango. Ese fue el lugar en el que Iñaki Azkuna nació, creció y pasó buena parte de su juventud junto a sus padres, Ángel y Vicenta, y su hermana, Marisol. Como cualquier otro chaval de la villa en aquella época, las excursiones y salidas a los montes de Durangaldea, los paseos en bicicleta, los partidos de fútbol, las quedadas con la cuadrilla en Ezkurdi y las escapadas a Berriz o Eibar eran algunas de las alternativas entre las que Azkuna disfrutaba junto a esos primeros amigos que deja la vida.
Entre ellos se encontraba Javier Sagastizabal, quien conoció al que luego fuera elegido como el mejor alcalde del mundo cuando ambos tenían tan sólo cuatro años. "Le conocí en el colegio Santa Rita, entonces regentado por las Madres Agustinas, y estuvimos allí hasta los ocho o nueve años. Después, Iñaki continuó sus estudios primero en Jesuitak, después en la academia Fray Juan de Zumarraga y de nuevo en Jesuitak, hasta que se fue a Tudela para realizar el curso Preuniversitario", recuerda Sagastizabal
Durante todo ese tiempo, ambos compartieron amigos y aventuras de juventud, ajenos a lo que el futuro les deparaba. Juan Antonio Garaigordobil, Pedro Alberdi, Javier Alberdi, José Ignacio Eguen, el propio Sagastizal y Azkuna formaban el núcleo duro de aquella cuadrilla de durangarras que aprovechaba al máximo el tiempo libre con las distracciones del momento. "Hacíamos muchos guateques con las chicas de Berriz y, de vez en cuando, cogíamos el tren y nos íbamos a Eibar a bailar al Jai Alai. Lo pasábamos muy bien. Iñaki era un buen compañero y un gran amigo", subraya Sagastizabal.
Su municipio natal también fue el escenario en el que Azkuna demostró sus habilidades deportivas, especialmente con la bicicleta, lo que hizo ganarse el sobrenombre de 'Anquetil', un conocido ciclista francés en los años 50 y 60. "Esprintaba muy bien. Cuando hacía buen tiempo, cogíamos la bicicleta e íbamos de Durango a Elorrio y de Elorrio a Berriz, donde parábamos a echar un Blanco antes de regresar a Durango", apunta su amigo de la infancia. También recuerda con especial cariño "aquella vez que nos fuimos los dos solos a pasar dos o tres días a Donostia. Teníamos en torno a 19 ó 20 años, y fue un regalo que nos hicieron nuestros padres por los bueno resultados en los estudios".
EN EL TERRENO DE JUEGO A finales de los años 50 y como cualquier joven a esa edad, Iñaki Azkuna disfrutaba del deporte en el colegio Jesuitak. Con unas condiciones físicas envidiables jugaba de central en el equipo Porvenir. "Tenía 16 años y era una bestia. Entonces no había fuera de bandas y no paraba de correr porque tenía mucha fuerza. Cada vez que había un córner subía a rematar y así lograba muchos goles", recuerda Serafín Gómez, centrocampista de aquel gran equipo.
El Porvenir era una escuadra formado por una cuadrilla de jóvenes que se juntaba en el bar Julián de la villa, ubicado junto al cine Zugaza. Convertido en el punto de encuentro oficial, sus integrantes disfrutaban de largas charlas antes y después de cada partido. "Recuerdo que cantábamos nuestro himno con Iñaki. El Porvenir, no hay equipo que te pueda competir? Menudas canturriadas y qué bien nos lo pasábamos", explicó Serafín Igartua, cancerbero del equipo, mientras cantaba al pie de la letra el himno que tantas veces entonaron.
En aquellos años el colegio Jesuitak contaba con el único campo de fútbol y los campeonatos generaban una gran expectación en la comarca, hasta el punto que acudían clubs llegados desde Bilbao. Los integrantes del Porvenir recordaron con orgullo los triunfos cosechados y el gran ambiente que reinaba en aquél grupo de amigos. "Cada partido que jugábamos era una maravilla. Toda esa gente viéndonos, la euforia que se respiraba en el campo y encima salimos campeones. Lo mejor de ese equipo era lo bien que nos llevábamos. Iñaki dentro del campo era muy bueno, pero fuera, mejor. Era dicharachero, salado, dinámico? Qué vamos a decir, pues como era como él", apuntaron emocionados sus ex compañeros.
El fútbol siempre estuvo muy presente en la casa de Iñaki. Muestra de ello, su padre presidió la Cultural de Durango durante varias temporadas. Pero el balón no fue su única pasión ya que en su infancia la bicicleta también se convirtió en su fiel compañera. Por motivos de estudios y formación, antes de cumplir los 20 años Iñaki dejó su Durango natal y la relación con sus amistades del colegio se distanció. A pesar de ello, el vínculo creado estuvo muy vivo y eran muchas las veces que sus amigos recordaban los grandes momentos vividos junto a él.