BILBAO. Ha sido necesaria más de una década para que algunas de las piezas de la colección permanente de joyas de Francisco Durrio que posee el Museo de Bellas Artes de Bilbao hayan sido reproducidas y luzcan desde mediados de junio en la tienda del museo para su venta al público. Un largo camino en el que la artista bilbaina Matxalen Krug ha tenido que superar muchos obstáculos, ya que no se trata de una reproducción cualquiera sino de una colección seriada y única. Piezas de plata muy selectas, con perlas y esmaltes de alta calidad, que representan con gran fidelidad las joyas de este olvidado escultor y orfebre -hijo adoptivo de Bilbao-, que pasaron a la institución tras su muerte en París en 1940.

Cuatro son las piezas de Durrio replicadas para la venta, el colgante Aves, el broche Rostro de mujer, la hebilla Cleopatra besando a la serpiente -que ha sido reproducida como broche-, y el alfiler Cabeza con media luna. En total 75 piezas de plata con su correspondiente número grabado al dorso y, por tanto, exclusivas y limitadas a esta colección. "Ninguna pieza es exactamente igual a las otras", asegura Krug, artífice de las reproducciones. "Aunque todas han seguido el mismo proceso de mecanizado, el pulido y esmaltado a mano hace que cada una ellas sea diferente en su acabado final. Quien las adquiere sabe que tiene una pieza única".

La técnica para conseguir una reproducción de tan alta calidad y diseño ha sido, precisamente, la mayor dificultad con la se ha encontrado esta joyera bilbaina. "Cuando se pensó por primera vez en llevar a cabo este proyecto no se contaba con la tecnología adecuada para la manipulación de estas piezas de arte tan delicadas, pero ahora, gracias al esfuerzo y empeño de varias empresas vascas hemos logrado digitalizarlas y hacer un mecanizado excelente, sin poner en riesgo las piezas originales. Vivimos en el país de la máquina herramienta, y quién mejor que nosotros, los vascos, para hacerlo. Por eso, se puede decir que son genuinamente made in Euskadi".

Y es que dificultades ha habido de todo tipo. Que las piezas pudieran rallarse a la hora de trasladarlas a un formato tridimensional con los escáneres ópticos; que la incompatibilidad del láser con el brillo de la plata exigiera matear las piezas con un producto que pudiera resultar abrasivo para el metal; la imposibilidad de llevar las joyas a un taller especialista en escaneado, o de tocar las piezas debido al protocolo de restauración y custodia de la colección, han sido algunas de ellas.

Pero la experiencia de Matxalen Krug en mecanizado, diseño en 3D y nuevas técnicas le permitieron el pasado mes de enero retomar el proyecto. "Desde que me llamaron del museo me puse a investigar para ver qué empresas podían hacer las diferentes fases del trabajo, y es que no es tan sencillo. Hay una gran disociación entre el trabajo creativo y el industrial. Yo diseño piezas en 3D, pero luego las máquinas no hacen la lectura correcta y esto me ha creado problemas en más de una ocasión", explica la artista.

Se hizo un intento de trasladar al museo a una empresa especialista de Gasteiz con una tecnología puntera de escaneado pero, al no poderse tocar los originales, la resolución no era todo lo buena que se necesitaba. Fue este especialista quien sugirió recoger la información digital mediante un escáner dental, ya que es una tecnología muy avanzada y ad hoc para piezas de pequeño tamaño.

La solución final llegó gracias al trabajo de varias empresas vascas. En la primera fase, a través del taller del mecánico dentista Jon Escobal, en Astrabudua. "Cuando le dije que era un trabajo para el museo de Bellas Artes de Bilbao, todo el equipo se volcó de lleno en el reto", recuerda la artista. "Es que los bilbainos sentimos este museo como el nuestro y eso se nota", remarca.

Cumpliendo con todas las exigencias del rígido protocolo de seguridad del museo, las piezas se llevaron al taller para su digitalización. El siguiente paso fue el taller de mecanización de Herluce, en Erandio, donde gracias a su departamento de I+D, y con la digitalización hecha, se realizó el mecanizado (reproducción de la pieza en latón). "Es una pieza clave en el proceso, porque me ha permitido realizar la reproducción por el sistema de joyería tradicional a la cera perdida", explica Krug. Jesa, una empresa de Gasteiz ha sido la responsable del encauchado y fundido en plata, y la propia Matxalen Krug la que ha pulido, esmaltado y engarzado a mano las perlas en su acabado final. Estas selectas joyas se encuentran a la venta en la tienda del museo a un precio de entre 100 y 275 euros con muy buena salida. Se han vendido ya una veintena.

"Estoy muy satisfecha del trabajo, pero no habría sido posible sin los profesionales que han participado con tanto empeño en que esto saliera adelante", agradece Krug. "Ahora, me gustaría organizar un curso para enseñar a los artistas cómo superar esa disociación entre creación e industria, ayudar a acortar todo el proceso técnico y agilizar el intercambio de archivos", señala con ilusión.

Las joyas originales, y sus esculturas, orfebrerías y cerámicas, se pueden ver en la exposición Francisco Durrio (1868-1940). Sobre las huellas de Gauguin que el Museo de Bellas Artes de Bilbao acoge hasta el 19 de septiembre en un esfuerzo por de recuperar e investigar el arte vasco.