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De Deusto, pero con alma japonesa

Beti Andrés, 30 años cultivando bonsáis, se siente cada día más atrapada por la cultura nipona

De Deusto, pero con alma japonesaJ.M.M.

BETI proclama convencida: "Yo creo que en otra vida he sido japonesa". Y aunque nació en Deusto hace 52 años, algo de lo que se siente muy orgullosa, ella siente que tiene alma nipona. Lo cree así porque la primera vez que fue a Japón tuvo la sensación de que ya había estado allí anteriormente. "Nada me resultó desconocido, ni la manera de hablar de la gente", dice. Y eso que por aquella época, hace 14 años, no sabía ni una palabra de japonés. Desde entonces ha viajado regularmente a Japón para empaparse de una cultura que admira y a la que se acercó a través de los bonsáis. Pero Beti no solo domina el arte de las plantas ornamentales, del cual ha hecho su modus vivendi. También se ha convertido en una experta en el Suiseki (piedras en peanas), el Kusamono (plantas en maceta) o el Kakejiku (rollo de pintura vertical). Lo único que no le atrae de la cultura japonesa son las artes marciales, porque dice que tiene "muy mal genio", y con una katana en la mano podría ser un peligro público. Aun así, a Beti le encanta todo lo relacionado con Japón, empezando por la comida. "Me gusta la elegancia, la sutileza, la sobriedad, la belleza japonesa, pero sobre todo la honradez de los japoneses". Así los define.

Beti, bióloga de formación, pensaba dedicarse a los reptiles, a las lagartijas concretamente, cuando acabó la carrera, pero un regalo en forma de bonsái le cambió la vida. Esa circunstancia y que su primera oportunidad laboral le llegó por parte de un negocio de venta de bonsáis. "Como no había medios ni becas para estudiar fuera, me dediqué a mandar currículums a todas la empresas de flores y plantas de Bizkaia", recuerda. Así hasta que una, Bonsái Asua, le llamó para trabajar. De esa forma pudo unir su incipiente afición por los bonsáis con su profesión. Tras varios años allí, "el propietario cerró", lo que le impulsó a montar su propio negocio. "El dueño del Garden Center de Sopelana me alquiló este terreno y aquí estoy, vendiendo bonsáis desde hace 17 años", señala. Durante todo este tiempo ha ido acrecentando su idilio amoroso con Japón. Tanto es así que chapurrea el complicado idioma del país asiático gracias a las clases que recibe semanalmente de Yoko, su amiga y profesora. "Lástima que no hubiera empezado a los veinte años, porque ahora, a los 52, tengo las neuronas un poco dobladas", se lamenta. Aun así, pone todo su empeño en conocer una lengua que le abra las puertas, aún más, de las costumbres niponas.

Bonsái Beti sintió curiosidad por Japón a raíz del "arte del bonsái, que es algo más que jardinería o cuidar geranios". "Lleva implícito una manera de pensar, de existir", añade. Cuenta la leyenda, según dice Beti, que a los samuráis se les obligaba a hacer bonsáis "para que se agacharan y sacaran a flote su humildad". También dicen que era una forma de entrenamiento que los guerreros japoneses hicieran bonsáis con los ojos cerrados porque de esa forma "podían intuir en el combate de dónde les venían los golpes". Todo eso y mucho más ha ido aprendiendo Beti de las lecturas, de sus viajes a Tokio y de sus charlas con los miembros de la comunidad japonesa asentada en Bizkaia. También ha podido comprobar que los japoneses son "incapaces de engañar", algo que destaca sobremanera de su carácter. "Son superhonrados, en su vocabulario no existe las palabra picardía o engaño", resalta. Y lo demuestra con una anécdota que le ha ocurrido en varias ocasiones con su profesora de japonés. "Cuando no damos clase porque yo estoy de viaje, por ejemplo, nunca me quiere cobrar". ¿Y son tan tímidos como aparentan? "Sí, tienen una cultura muy hacia dentro, son cerrados, pero por humildad", contesta, "y además el contacto físico no está bien visto, pero en el fondo les encanta, se adaptan enseguida".

En Euskadi se han adaptado muy bien a algo que, según Beti, es lo que más une a vascos y japoneses: la comida, la gastronomía. "A ellos, como a nosotros, les encanta comer, son muy sibaritas", dice. Ella lo ha podido comprobar en las clases de sushi que recibe y en el restaurante japonés Shibui de la capital vizcaina, donde "el cocinero es un auténtico artista". "Son capaces de estar preparando un plato todo el tiempo que sea necesario para que les salga perfecto", dice. Beti siente predilección por el sashimi, el pescado crudo. "Cuando lo preparan ellos", comenta, "no tiene nada que ver con lo que yo hago en casa porque cuando pongo atún crudo, a mí me sabe a pescado y a ellos, no".

Viajes Su propia casa "parece japonesa", según ella misma desvela. "Está llena de rollos de pinturas, geishas en cuadros; lo único que no tengo son mesas para comer en cuclillas; prefiero hacerlo en silla". ¿Y no le dicen que está un poco loca por tener esa querencia tan acusada hacia lo japonés? "No, porque a todo el mundo le parece muy interesante", contesta. E insiste: "La verdad es que no me consideran rara". Es más, ha ido contagiando el virus japonés a más de un desconocido a través de su blog en bonsaicentersopelana.com. "En dos años ya he tenido más de 150.000 visitas; me parece una barbaridad", comenta asombrada. Un blog que alimenta con sus experiencias y viajes que realiza a Japón. "La verdad es que ir a Tokio, con esto de la crisis, es un lujo", se lamenta, "pero intento ir cada dos o tres años a ese país tan maravilloso donde se mezcla modernidad y silencio". Aunque ahora, su próximo proyecto es ir a Taiwán, "donde hay un maestro de bonsái muy bueno". Y cuando el tiempo y el dinero se lo permitan, irá a Medellín, donde montó hace años una escuela de artes orientales con otro "loco de la vida".