CUANDO apenas tenía diez años, Kerman era la envidia del barrio. Montaba a caballo por las calles de Ametzola y disponía de un espacio para jugar él solo más grande que el patio del colegio donde estudiaba. Los sábados por la mañana solía invitar a los amigos. "Echábamos unos partidillos de fútbol estupendos", recuerda. Todos se quedaban impresionados con la cancha de juego, la arena negra de Vista Alegre, la plaza de toros de la capital vizcaina. Kerman vivía allí, en una de las dependencias de la plaza, porque su padre, Fernando, era el conserje, cargo que había heredado a su vez del abuelo José. Y allí siguen viviendo tanto Kerman como su padre.
El hijo, que ya tiene 38 años, esposa y un hijo de tres años, porque es el conserje titular de la plaza, y el padre porque es el conserje jubilado, que también tiene derecho a vivienda una vez retirado. Ambos viven puerta con puerta y pueden decir que en los días de feria tienen los toros en el patio de casa.
Kerman tiene unos recuerdos imborrables de su infancia. Sobre todo por el incomparable marco en el que se desarrolló. "Me he criado aquí", dice, "jugando por todos los rincones de la plaza". Algo que ahora hace su hijo Eneko y que en su día hizo su padre Fernando. La relación de los Etxebarria con la plaza se inició en 1929 cuando el abuelo José, un hombre nacido y criado en Bolibar, se trasladó a Bilbao para convertirse en conserje de la antigua Vista Alegre. Desde entonces han sido inquilinos del coso. Primero, de la construida en 1882, que fue arrasada por el fuego en 1961, y ahora en la actual, levantada en 1962. "Fue el único tiempo, mientras se construía la nueva plaza, que estuvimos viviendo en un piso, en Irala", recuerda.
26 ferias Aunque no hay nada escrito sobre la transmisión del cargo, Kerman siempre pensó que su futuro podía estar relacionado con la plaza. "Lo vi como una salida profesional", reconoce. Asi que desde muy joven comenzó a ayudar a su padre en las tareas de mantenimiento. Al principio en momentos puntuales, los días de feria, y luego, de forma regular hasta que le sustituyó hace diez años a través de un contrato relevo. A pesar de que esté jubilado, el padre siempre está allí, junto a su hijo, para echarle una mano en los días de festejo, sobre todo en la Semana Grande bilbaina. "Son nueve días en los que se concentra todo, se pasa de una tranquilidad absoluta a una vorágine total". Durante esas jornadas tiene poco tiempo para disfrutar de los toros, "porque hay que estar pendiente de muchas cosas".
Aun así, la experiencia de las 26 ferias que acumula en el cuerpo le han proporcionado la suficiente tranquilidad como para poder ver de reojo las faenas de los maestros del toreo que vienen a Bilbao. "Yo soy muy de Ponce", dice, "pero también me gustan mucho El Juli y Manzanares". Unas figuras a las que ha visto de cerca y con las que solo tiene un "trato profesional". "Algunos me suelen preguntar sobre el clima, si va a llover o no, pero lo normal es que estén en silencio, concentrados…es normal que así estén porque se juegan la vida"
Pasada Aste Nagusia, Kerman vuelve al sosiego que hay en la plaza el resto del año. "Antes había más festejos no taurinos como conciertos o algún circo, pero ahora, con la crisis, hay muy poca actividad". Por eso, reconoce que el invierno "se hace largo y aburrido". "A veces se agradece que haya más trabajo", dice. Así que durante los meses que la plaza está parada, Kerman, con la ayuda de otro operario se encarga de reparar todos los desperfectos y de que todas las dependencias estén en perfecto estado, "que son muchas", aclara. "Esto es un auténtico laberinto", dice. A él lo que más le gusta son los corrales porque "se ve de cerca al toro". Cuando le preguntamos sobre qué es lo que más le impresiona cuando tiene ante si un morlaco de más de seiscientos kilos, Kerman no duda: "Su fuerza". "Es impresionante la fuerza que tienen estos bichos". "Yo he visto -continúa relatando- a más de un toro romper puertas de madera que antes había en los corrales y que tenían un buen grosor". Otro de los aspectos que más mima y cuida de la plaza es la arena. "Es lo que nos distingue de las demás", señala con orgullo. Una arena negra que es el resultado de "mezclar arena de playa traída de Orio con otra de pizarra de una cantera de Orozko". Las proporciones aplicadas por Kerman hacen que "la arena no se convierta en barro, aunque cuando llueve mucho hay que estar más pendiente y controlar más".
Kerman vive "muy tranquilo" en la plaza porque "no hay ruidos ni molestias, salvo los días de concierto, que te lo tragas todo". Aunque aclara que "lo mismo que los que viven en las calles cercanas a la plaza". Pero lo que más le gusta de vivir en un lugar tan "original" es que "no hay vecinos". "Así no hay problemas", dice. Él sabe que tiene asegurada la vivienda de por vida, por lo que no le preocupa el futuro. Tampoco sabe si su hijo Eneko seguirá sus pasos. "Ahora lo único que hace es disfrutar como yo lo hice cuando era pequeño", concluye.