MAITE Nieto se desenvuelve sin agobios ni apreturas en los escasos cuatro metros cuadrados que tiene su negocio. Está acostumbrada. Lleva toda su vida detrás del mostrador de la Joyería Relojería Manolo, un diminuto comercio ubicado en el portal número 3 de la calle Sombrerería del Caso Viejo. Maite se mantiene al frente de un negocio que montó su padre gracias a que "los ricos", los propietarios de las casas, alquilaban el cuchitril de la portería a condición de que vigilaran la entrada y salida de extraños en el inmueble. Hoy en día, solo quedan media docena de comercios de estas características en las Siete Calles. Las comunidades de vecinos los han ido eliminado. Sin embargo, el de Maite aguanta porque ella piensa seguir "al pie del cañón" hasta que se jubile. Disfruta con su trabajo, "por el contacto con la gente", aunque muchas veces llegue a casa "con los pies a reventar" después de estar tantas horas sin sentarse y en un habitáculo tan reducido.

Maite sigue fiel al espíritu comerciante de su padre. Lo mamó desde muy pequeñita. "Cuando tenía cinco años ya me mandaba por ahí a hacer recados, y ya me gustaba", dice. Su padre, Manolo, comenzó de pinche en la "famosa joyería" Alfredo Álvarez del Casco Viejo. Allí aprendió el oficio y acabó subiendo un peldaño en el escalafón. Se hizo dependiente. Pero él quería progresar más. Así que aprovechó una oportunidad que se le presentó sin buscarla. Corrían los años treinta. "Aquí, enfrente, según me contó mi padre", recuerda Maite, "había una mercería y el dueño no quería que le pusieran otra cerca que le pudiera hacer la competencia; así que le animó a mi padre a abrir la joyería". Si a eso se añade que los propietarios de los inmuebles en el Casco Viejo facilitaban el alquiler de las porterías para montar pequeños negocios, Manolo vio cumplido su sueño. Maite siguió la estela de su padre, le ayudaba en las labores de venta, "hasta que un buen día me puso unas llaves delante de mis narices y me dijo: o lo tomas o lo dejas". Y lo cogió. Tenía algo más de 18 años cuando se puso al frente del negocio. Hoy en día tiene 52 y todavía no se ha cansado de atender al público. "Si no me gustaría ya lo hubiese dejado, porque esto es muy esclavo", dice.

Horas Hasta hace pocos años, Maite levantaba la persiana de la joyería incluso los sábados por la tarde, pero decidió que antes estaba el cuidado de su madre que el negocio. "Son muchas horas las que hay que estar aquí para que esto marche", dice. Tantas que en muchas ocasiones se ha perdido actuaciones de sus hijos en el colegio. Por eso, de vez en cuando les decía a sus hijos que les recordaran a sus profesores que "también tenían amatxu". A pesar de todos esos sacrificios, Maite es feliz en su diminuta tienda. "A mí me encanta hablar con la gente, con los clientes", cuenta; una clientela que es "de toda la vida". "Salvo algún impresentable que te viene", señala Maite, "el 99% de la gente que se acerca es muy agradable y educada".

Con todos tiene unas palabras y nunca escatima explicaciones sobre los productos que vende: relojes modernos, relojes de los antiguos, de mano, despertadores, pulseras, colgantes, pendientes, medallas de las vírgenes y santos más insospechados. Todo lo tiene perfectamente ordenado en las estanterías ganadas a las paredes de la portería. "Lo que más me gusta es vender", dice, "pero lo que mejor hago es comprar". Esa es una de las claves del éxito del negocio. "Desde pequeña me decía mi padre: vete donde fulatino y dile que te haga descuento. Entonces me daba vergüenza, pero luego aprendí a ajustar los precios", señala riéndose.

Atalaya Aunque el mostrador se encuentre algo retranqueado, Maite tiene una privilegiada atalaya desde donde toma el pulso al Casco Viejo. "Por aquí veo pasar de todo", cuenta. Por ejemplo, a los extranjeros que quieren inmortalizar con sus cámaras un comercio que les llama la atención. "Estoy harta de que se pongan a sacar fotos", dice. Será porque los guiris le hacen muchas fotos y pocas compras. Por lo demás, no tiene quejas. Las Siete Calles, donde nació y se ha criado, no tienen secretos para ella. "Está muy bien porque hay de todo, pero para vivir, muy mal". ¿Por qué?, le preguntamos. "Por el ruido, hay demasiado ruido por las noches", contesta. Por eso, ella vive en Santutxu a pesar de que podría hacerlo en el mismo edificio en el que tiene el negocio ya que es propietaria de un piso. Maite desconecta del Casco Viejo cuando, todo los días apaga las luces de la joyería-portería, un lugar con solera como puede observarse en las paredes exteriores, recubiertas con piedra pulida y barnizada en Sevilla. Por alguna razón, este portal tiene un vínculo con Andalucía. En la fachada del edificio luce una imagen de la Virgen de la Macarena y hace años asomaba un escaparate del colmado la Giralda.