UNA consigna clara estaba escrita en la pizarra del Palau Blaugrana antes de que el Bilbao Basket se enfrentara al Barcelona en ese estadio: "Partido duro, no caer en la frustración". Había muchas otras de contenido táctico, pero esta refleja lo que ha sido la primera vuelta de los hombres de negro hasta desembocar en la Copa de Málaga. Álex Mumbrú ha inoculado en sus jugadores un espíritu combativo y ganador que se ha manifestado en una trayectoria tan brillante como inesperada y en unos registros que llaman la atención para tratarse de un equipo que hace unos pocos meses estaba en la LEB Oro.

El Bilbao Basket ha sumado ya diez victorias, pero es que además lo ha hecho con un balance negativo de puntos, algo que resulta insólito. El técnico ha hecho de la necesidad virtud y, ante los augurios más pesimistas, ha trasladado ese carácter resistente hasta las últimas consecuencias a una plantilla que no tiene miedo a ganar o a perder, según se mire. Sabiendo que es complicado que supere holgadamente a casi nadie, ha convencido a sus jugadores para no perder la cara a los encuentros, hacerlos largos y llegar al final con opciones. Así, estando cerca en el marcador resulta más probable que las victorias puedan caer. Los vizcainos han disputado trece partidos que se han resuelto por menos de diez puntos y se han llevado ocho de ellos. En concreto, las cinco últimas victorias han sido por menos de siete puntos. Además, destacan los cuatro duelos ganados a los conjuntos de la Euroliga por márgenes no superiores a los cuatro puntos y dos de ellos tras prórroga, ese territorio en el que se supone que el peso de la calidad, la experiencia y el oficio debe imponerse.

Diez victorias no se consiguen solo por una buena dinámica ni porque algunos rivales se hayan podido confiar. La labor de Mumbrú y su cuerpo técnico ha conseguido que sus jugadores sean ahora mejores de lo que parecían cuando se juntaron en agosto. Esa es la tarea principal de un entrenador. Por ejemplo, que Lammers empiece a meter tiros de cuatro y cinco metros también resulta una consecuencia de esa labor diaria en Miribilla. Como en todos los equipos, hay piezas destacadas y en el Bilbao Basket tiene que ser Bouteille, que ha sido el máximo anotador del equipo en diez de los diecisiete partidos. Pero ese honor también ha correspondido a Brown, Rafa Martínez, Kulboka o Balvin.

En el apartado estadístico, hay dos cosas que llaman la atención. El equipo bilbaino es el que mejor protege su aro ya que solo permite un 46,1% de acierto a sus rivales en tiros de dos. La labor de intimidación de Lammers y Balvin, primero y tercero en tapones, tiene mucho que ver. En cambio, los hombres de negro conceden casi 16 rebotes ofensivos por partido, muchos de los cuales no caen en las inmediaciones del aro, y cometen también 16 pérdidas de balón, los que más. Ese buen hacer defensivo es el que permite al Bilbao Basket estar siempre en los partidos y las victorias han elevado la confianza en esos tramos finales. Pese a que sus porcentajes de tiro tampoco son especialmente brillantes, roza los 83 puntos a favor de media, el octavo mejor. En ocho de sus diez triunfos ha anotado por arriba de 79 puntos y cuando ha perdido, solo en una ocasión, en Málaga, le han anotado menos de 80 puntos.

Algunos jugadores han podido agotar ya el factor sorpresa, pero otros como Rousselle y Sulejmanovic van a más en roles importantes. Álex Mumbrú ha mantenido su filosofía de manejar una rotación amplia, la confianza en quienes venían de abajo ha dado frutos y de esta forma el equipo va ganando en solidez ya que el trabajo involucra a todos sin perder ese descaro que ha asomado en algunos jugadores. El Bilbao Basket se ha despojado de las etiquetas y las excusas y desde el primer día ha salido a competir en la Liga Endesa mirando a la cara a todos sus rivales. Entre mirar al presupuesto para compadecerse o hacerse fuerte con lo que tiene, decidió lo último y le ha llevado, de momento, hasta la Copa.