Barakaldo - Al final, asistir a un partido de Estados Unidos es como cuando emiten por televisión alguna de las versiones de Titanic. Uno se puede entretener con el argumento, puede centrarse en las intrigas o emocionarse con las historias de amor pero sabe que en un momento dado ese barco se va a ir a pique. Es irremediable porque así se escribió en su día la historia. Puede ser una versión en blanco y negro o en color, pueden cambiar los intérpretes, el director puede permitirse licencias y variaciones puntuales en el guion, pero la embarcación al final choca contra el iceberg y se hunde. Sí o sí. No hay margen para la sorpresa. Con los de Mike Krzyzewski viene sucediendo lo mismo desde 2006. Y ya ha llovido desde entonces. Pueden tardar más o menos, emplearse con mayor o menor intensidad, sestear o salir con el cuchillo entre los dientes, pero en un momento dado llega la tormenta perfecta, la estampida imposible de frenar, y su galope hacia la victoria se convierte en irrefrenable. Así las cosas, sin emoción alguna por lo que depare el desenlace final, no queda más que entretenerse con la belleza del argumento, admirar la sublime ambientación, recrearse con la calidad y talento de los actores en cancha y saborear la película. Ellos son el iceberg, la mole de hielo.
Eso es lo que convierte en algo tan goloso vivir en vivo y en directo partidos como el de ayer ante República Dominicana, que a pesar de que su triunfo inapelable estuviera cantado casi desde el salto inicial, si no antes, el camino deja siempre un buen puñado de momentos para archivar, de fogonazos de espectáculo que excitan los sentidos. Y claro, como juegan a toda mecha, cualquier despiste o amago de desviar la mirada de la cancha se paga con momentazo perdido. Porque lo mismo Faried surge de la nada para capturar un balón en el cielo del Bizkaia Arena y hundirlo en el aro que Davis coloca tres tapones en cinco minutos a alturas que parecen imposibles para un mortal, Irving deja sentados a dos rivales con un reverso sublime o DeRozan destroza la defensa por el carril central de la zona para volar por encima de dos rivales. Y nadie puede confiarse ni siquiera si los árbitros pitan una infracción, porque puede que a Gay le dé por seguir la jugada, aunque no valga para nada, y regalar al público un mate con molinillo digno de concurso. Es espectáculo en estado puro como espectacular es dedicar tres o cuatro minutos a seguir con la mirada las evoluciones en pista de James Harden, sobre todo su peculiar manera de defender y vigilar a su par. ¡Un fenómeno este Harden!
Tan claro tenía ayer República Dominicana que esta vez le tocaba encarnar el papel de embarcación en la nueva versión de Titanic que incluso reservó a su mejor jugador, el NBA Francisco García, para el decisivo partido de hoy ante Turquía. El alero de los Rockets se torció un tobillo el martes en los compases finales del duelo ante Finlandia y Orlando Antigua decidió darle 24 horas de descanso. ¡Para qué forzar si el iceberg iba a estar allí, esperando!
Puede que el de ayer fuera el partido en el que Estados Unidos más se gustó de los cuatro que lleva disputados en el Bizkaia Arena. Con un rival que propone también un juego alegre y desenfadado, los de Krzyzewski encontraron un ecosistema muy favorable para interpretar su partitura favorita: carrera al galope, verticalidad y vuelos por doquier. En esta ocasión el sesteo duró poco más de un cuarto, tiempo en el que los dominicanos aguantaron la mirada del rival gracias al acierto de Sosa y el ímpetu de Jack Michael Martínez, pero tras el 22-25 del final del primer cuarto llegó la estampida. Fue Cousins el que impuso primero su fortaleza en la zona para que posteriormente Faried, quién si no, hiciera saltar por los aires la resistencia del rival (29-44). Los de Antigua amagaron con alcanzar el ecuador a una distancia más o menos digna y llegaron a bajar su desventaja de los diez puntos, pero Gay entró en ebullición tras sufrir una antideportiva de Santana y el 41-56 al descanso dejó absolutamente todo visto para sentencia.
Desbocados La segunda parte fue puro espectáculo. Robos por doquier, tapones estratosféricos, contraataques vertiginosos, alley oops para dar y regalar... Estados Unidos jugó para gustar y para gustarse y el público lo agradeció con sonoras ovaciones. Incluso Plumlee, con gritos de “MVP, MVP” desde la grada, tuvo minutos y protagonismo para su lucimiento personal aunque fue el volcánico y hercúleo Cousins el que acaparó las acciones más explosivas. En una de ellas, un extraordinario alley oop lanzado precisamente por Plumlee, todo el banquillo estadounidense saltó al unísono y explotó en celebraciones más que ostensibles invadiendo parte de la cancha. Krzyzewski reaccionó como un resorte y ordenó a todos que se sentaran de inmediato en el banquillo. Coach K no está dispuesto a que la película se le vaya de las manos. Con el siguiente mate hubo aplausos y toallas al viento, pero nadie separó su cuerpo de las sillas. Y es que incluso con actores de primerísimo nivel el director es el que manda.