Bilbao
Eran LeBron James, El Elegido, el abrumador crío cuyo futuro dominio en la NBA se daba por seguro desde los 15 años; Willie McGee, el tímido y prometedor niño que abandonó Chicago y una infancia mediatizada por los problemas de alcohol y drogas de sus padres para vivir con su hermano mayor en Akron; Sian Cotton, el grandullón poco dotado técnicamente pero alma del grupo; Romeo Travis, el autodenominado hombre cabreado, el díscolo al que le costó hacer piña con el resto, con el Fab 4, porque le parecían "unas niñitas"; y cerraba el círculo Dru Joyce III, el hijo del entrenador, el pequeñín del que se reían rivales y aficionados por su escasísimo andamiaje y que mañana visitará el Bilbao Arena convertido en el timón del EWE Baskets Oldenburg. Salvo Travis, que se incorporó ya en el instituto, los otros cuatro trabaron una amistad inquebrantable a los 11 años, empezaron a jugar a baloncesto juntos, crecieron y evolucionaron unidos y su historia de éxito, humano y deportivo, en el instituto St. Vincent-St. Mary quedó retratada en el documental More than a Game, estrenado en 2009. La vida de estos cinco jóvenes ha cambiado mucho desde que jugaron su último partido juntos en 2003. LeBron saltó directamente a la NBA y confirmó todo el hype que le acompañó en aquellos años escolares, Travis y Joyce jugaron hasta 2007 en la Universidad de Akron y ambos han hecho carrera en el baloncesto europeo (el ala-pívot disputa también la Eurocup con el Khimik y ambos compartieron estancia en el Ratiopharm en el curso 2008-09); Cotton cambió el baloncesto por el fútbol americano en la universidad, primero en Ohio State y luego en Walsh, pero no logró hacer carrera deportiva, aunque sí en el ámbito musical, con varios discos de rap a sus espaldas; y lo último que se sabe de McGee es que en 2012 trabajaba en un correccional con internos con problemas de alcohol y drogas y que pretendía hacerse entrenador. Dru Joyce II, por su parte, sigue siendo el técnico de St. Vincent-St. Mary. La vida les ha separado físicamente, pero sus reencuentros en verano han sido habituales todos estos años, más en la época en la que LeBron jugó en los Cleveland Cavaliers por motivos de cercanía.
Tal y como relata el documental, King James acabó siendo el gran triunfador de una de esas historias de superación que tanto gustan en EE. UU., pero el base del Oldenburg, su irrefrenable pasión por el baloncesto, fue el motor de inyección de toda la historia. "Con cinco años teníamos que jugar sin parar hasta que le dejaba ganar, era muy testarudo", recuerda su padre y futuro entrenador, al que sus compañeros en las pachangas de los domingos acabaron convenciendo para que entrenara a un grupo de chavales del barrio. Así se conocieron Joyce III, Cotton, McGee y James, hijo de una madre soltera adolescente al que la ausencia de una figura paterna en casa y sus constantes cambios de domicilio por las apreturas económicas crearon la necesidad de "tener hermanos dignos de confianza a los que ser leal; todos compartíamos esa necesidad". Entre los cuatro chavales surgió un vínculo especial en lo personal, pasando a ser inseparables, mientras que en lo deportivo progresaban a pasos agigantados hasta llegar a disputar en 1999 la final del circuito amateur AAU en Orlando.
Llegado el momento de pasar al instituto, los cuatro decidieron hacerlo juntos. Se esperaba que recalaran en Buchtel, high school con mayoría de alumnos negros, pero Joyce III temía no tener sitio en el equipo por su baja estatura y acabaron en St. Vincent-St. Mary, que, además, dio un puesto de técnico ayudante a su padre. El equipo comenzó rápidamente a arrasar, pero los aficionados rivales se mofaban constantemente del enclenque Dru, que, sin embargo, jamás se vino abajo. Basta recordar que en la final estatal de ese mismo año salió a cancha con su equipo por debajo en el marcador, escuchando gritos de "juega la mascota" desde la grada, para revolucionar el duelo con seis triples sin fallo en otros tantos minutos que decantaron el choque a favor de los Fighting Irish. "No era el más alto ni el más rápido, ni siquiera el más guapo, pero Dios... ¡Era de hierro!", recuerda LeBron.
A partir de ahí, llegó la fama. En su segundo año, con Travis ya en el equipo, alcanzaron otro título estatal y como juniors, con Dru Joyce II ya como técnico principal, se produjo la explosión nacional de LeBron, principalmente tras aquella portada de Sports Illustrated con el titular "The Chosen One". "Éramos como una banda de rock y él era el cantante; irradiaba más luz que el resto", rememora Dru de aquella época. La fama sobrepasó a unos chicos de 17 años. Empezaron las juergas, las broncas con el entrenador, las distracciones... y todo cristalizó en la pérdida del título estatal, recuperado en 2003, su último año juntos, en el que los cinco hicieron propósito de enmienda para poner la perfecta guinda a su fantástica singladura con el título nacional de high school. Sus caminos se separaron aquel verano. La NBA le quedó muy lejos -llegó a probar con los Cavaliers de su amigo LeBron-, pero al menos Dru Joyce III ha podido convertir su pasión en profesión. Casi toda su carrera ha transcurrido en Alemania y Polonia y mañana será uno de los hombres a vigilar en Miribilla.