El Athletic, a tiempo de recapacitar y, claro está, de espabilar
La presentación oficial del Athletic mostró deficiencias en la puesta a punto de demasiados jugadores, así como una nula capacidad de rectificación que también señala al entrenador
Ernesto Valverde agradeció que, tras el fiasco con el Getafe, se le recordase la expresión que había empleado la víspera del partido. Esa de “encantados de habernos conocido” con la que quiso poner en alerta a los futbolistas de cara a un compromiso donde quizás el Athletic asomaba demasiado como el favorito. Y aprovechó para reforzar ante la prensa su mensaje contra el exceso de confianza, contra la autocomplacencia: “[Creemos que] ya sabemos cómo funciona esto y no, para que funcione hay que ponerse las pilas”.
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El recado dirigido a los jugadores es potente, razonable también, está justificado y denota enojo. La versión que ofrecieron no se aproxima ni de lejos a lo que se debe esperar de ellos. Queda la duda de si en la frase que abre con “sabemos”, el entrenador señala exclusivamente a la plantilla o en el plural se incluye él mismo. Visto lo visto sobre la hierba de San Mamés, habría que apostar por la segunda opción.
Desde luego y tristemente, quedó muy claro que el Athletic se topó de bruces con un equipo decidido, muy físico, perseverante y práctico. En suma, un rival que inesperadamente le pagó con la moneda que acostumbra a utilizar gracias a que fue capaz de hacer virtud de la necesidad. Puede que no se asemejase en el estilo, en la ejecución del plan que preparó, pero dio la impresión de que el Getafe le tomó prestado el traje al Athletic. Parafraseando al técnico rojiblanco: la tropa de Bordalás se puso las pilas para gestionar un compromiso que se presumía muy delicado para sus intereses, tanto por las conocidas limitaciones que arrastraba en el capítulo del personal disponible como por la entidad del adversario y el perfecto encaje de este con el escenario.
Tiene su aquel que el Athletic se vea sorprendido por el Getafe más débil sobre el papel de los últimos tiempos, pero a eso se refería Valverde cuando dijo lo que dijo. Consciente de que el potencial futbolístico de nada vale si falla la mentalización, si la actitud no es la correcta, la que favorece las contrastadas cualidades del equipo. Para cuando los rojiblancos se dieron cuenta de que les estaban comiendo la tostada, ya fue tarde: el ritmo, el punto de agresividad, el grado de ambición y el alma, corrían a cargo del Getafe. En ninguno de estos conceptos logró el Athletic siquiera equipararse y, sin embargo, de repente todo se le puso a huevo para reorientar el encuentro: una genialidad (en esta faceta el Getafe lo tenía más crudo) le situó en ventaja en el marcador tras casi media hora de despiste. Pero ni así, la tontera observada en el arranque de la segunda mitad, más grave que la del inicio, terminó de certificar que el Athletic sencillamente no estaba, ni había que esperarle.
Mirado con un poco de perspectiva, no merece hacer una montaña de lo presenciado el jueves: es el primer partido de 38 y en el casillero ya consta un punto. Pero profundizar en las causas de lo ocurrido resulta conveniente. De hecho, es lo que les toca a los protagonistas de la historia. Antes de la siguiente jornada cuentan con días suficientes para recapacitar, pulir defectos y ajustar el punto de forma. Esto último no es broma y sí una cuestión que ya se había sugerido con una pizca de inquietud.
No fue casual que bastantes de los titulares pareciesen cortos de rodaje, sin seguridad, blandos, poco desenvueltos, con una reveladora tendencia a quitarse la pelota de encima. Paredes, Yuri, Vesga, Iñaki Williams, Sancet y Guruzeta, por distintas razones, en según quién de índole física, no han podido o no han conseguido rentabilizar la pretemporada. De ello cabe hallar pruebas irrefutables en los amistosos y, cómo no, este jueves. No se ha citado a Gorosabel, otro que anduvo al garete, dada su condición de nuevo y porque en las semanas previas había parecido entonado, bien acoplado. Es posible que le venciera la responsabilidad de debutar en La Catedral y, por supuesto, el efecto contagio que suele expandirse a toda velocidad en las filas de un colectivo que va con el pie cambiado.
En definitiva, la única solución para impedir que saliese a la luz la parte negativa de la preparación estival, estribaba en meterle caña al partido, decirle a la cara al Getafe que se olvidase, que ni a base de dureza y tesón iba a amedrentar a nadie; que como reza el eslogan del estadio del Liverpool: “Esto es San Mamés”. Cumplida la hora de partido y por pura impotencia, el Athletic doblaba en número de faltas al Getafe y terminó con cuatro amarillas más, dos pruebas de que ni imprimió las revoluciones precisas a su fútbol, ni activó mecanismo alguno que pudiese alterar el rumbo negativo que tomó la contienda. Ni los futbolistas ni Valverde dieron con la tecla. Nadie, descontado Alex Padilla, acreedor a mención especial, estuvo al nivel que exige la competición. La espesura eclipsó las expectativas de la grada y dominó de cabo a rabo el espectáculo, pero solo era el primer día de competición.
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