Marcelino García Toral da por extinguido su vínculo profesional con el Athletic. Una vez concluido el calendario de competición, con la plantilla que ha dirigido en el último año y medio disfrutando de sus vacaciones y sin una perspectiva nítida de continuidad en Bilbao, el técnico no demorará la comunicación de su adiós. Aunque a efectos legales su contrato vence el 30 de junio, se prevé que escenifique su salida en cuestión de horas, lo cual cuadraría con lo que deslizó antes de viajar a Sevilla.

La verdad es que el sábado, un rato antes de tomar el avión hacia la capital andaluza, no fue tan explícito. Optó por reservarse el contenido de su decisión, se limitó a comentar que consultaría con sus ayudantes a la vuelta del desplazamiento que cerraba la temporada y que transmitiría lo consensuado en el transcurso de esta semana. Todo apunta a que Marcelino no tiene ganas de dilatar más la resolución de un asunto que ha ocupado ingentes espacios en los medios y en las redes, y anunciará en breve lo que cabía presuponer, que se va.

Si no convocó a lo largo de la jornada de ayer la pertinente rueda de prensa fue para evitar la saturación de la agenda rojiblanca. Lógicamente, el entrenador asturiano debía procurarse el marco adecuado para despedirse y por la tarde tuvo lugar la celebración de la asamblea monográfica sobre los Estatutos.

Aunque siempre se debe conceder un margen a la sorpresa y atender los indicios que alientan lo inesperado, en este caso concreto se antojaba muy difícil que Marcelino se decantase por la postura opuesta a la que va a hacer pública. Se ha elucubrado mucho al respecto, pero no cuesta imaginar que hace tiempo que Marcelino se hizo su composición de lugar y comprendió que la opción de firmar un nuevo contrato en el Athletic era poco probable. Sin duda era lo que quería, prolongar su estancia en un destino donde se sentía cómodo, con un nivel de reconocimiento estimable y bien remunerado.

Es evidente que Marcelino se ha esforzado en mantenerse al margen de rumores y posicionamientos de terceras personas, primero del propio Aitor Elizegi y su perseverante interés en renovarle porque yo lo digo, cuando ya le tocaba entregar el bastón de mando. Luego, la aparición de dos de los tres aspirantes a suceder al mentado tampoco se atuvo a lo que al técnico le hubiera gustado. Fue tanteado y punto. Así que, pese a que la tardía convocatoria de las elecciones parecía favorecer los deseos de Elizegi y, huelga decirlo, de Marcelino, la sucesión de acontecimientos fue poco a poco enfriando dicha expectativa.

EL EQUIPO

Aseverar que la marcha del equipo no le ha hecho ningún favor parece fundamentado. Es obvio que en la fase crítica del campeonato de liga y siendo relativamente asequible el objetivo de amarrar una plaza europea, la respuesta de su Athletic se ha asemejado en exceso a la ofrecida en el mismo período de la campaña anterior. Entonces, tras los fiascos de las finales coperas, fue incapaz de mantener el pulso de la competición y ahora la cosa ha seguido por derroteros similares, sumando cuatro de los últimos doce puntos en juego.

De haber desbancado al Villarreal de la séptima posición, algo que el Athletic tuvo a mano y no solo este fin de semana en que concurría la circunstancia más desfavorable, hoy Marcelino estaría en posesión de una baza importante. Sencillamente, estaría en condiciones de reivindicar la bondad de su trabajo delante de una afición que acumula un lustro sin ver a su equipo en el bombo de un torneo continental y delante, asimismo, del siguiente inquilino del Palacio de Ibaigane.

Sometido desde antes de navidades a un constante interrogatorio en torno a su futuro, prácticamente en cada comparecencia en la sala de prensa de Lezama, de San Mamés o del estadio correspondiente, Marcelino trató de ser extremadamente correcto y dedicó una porción de sus intervenciones a despejar balones con suavidad, con buen toque. Lo consiguió en la mayoría de las ocasiones alguien que se ha preocupado de cultivar una relación fluida con los medios, pero el incesante goteo le acabó pasando factura.

Contestar diez o quince veces lo mismo, cansa; puede llegar a irritar. De ahí que no extrañase alguna subida de tono, aunque fuese muy esporádica y leve, por ejemplo para desactivar todo atisbo de viabilidad de la operación que pretendía consumar Elizegi. Los contactos con los precandidatos tampoco le dejaron satisfecho, es lo que se dedujo cuando de repente le cambió el semblante, borró su habitual sonrisa y protestó por no haber sido el primer entrenador contactado a pesar de ser él quien ocupaba el banquillo de San Mamés. Las manifestaciones de los futbolistas sí que le han insuflado ánimo e incluso le han hecho dudar, pero en su fuero interno Marcelino se iba viendo cada vez más fuera que dentro.