Iñaki Williams va a lograr algo increíble: jugar completas seis ligas de manera consecutiva. Nunca ha faltado a un partido del campeonato desde que arrancó la edición 2016-17 y seguro que mañana tampoco se pierde la visita al Sánchez Pizjuán, donde elevará a 233 su registro de partidos encadenados. Nada de esto sería posible sin la confianza de los entrenadores, un físico privilegiado y, en última instancia, haber evitado la amonestación en las tres últimas jornadas al hallarse a una tarjeta de la suspensión desde el cruce con el Atlético de Madrid celebrado en San Mamés. Pero si se consideran los riesgos de todo tipo que asume un jugador profesional a lo largo de un período tan extenso como el que nos ocupa, habrá que convenir que la fortuna es el ingrediente clave en la fórmula que ha guiado la hazaña del delantero bilbaino.El tiempo vuela, como sus piernas. Lejos queda ya la fecha en que Williams pasó a encabezar el listado de los futbolistas con más encuentros seguidos en la historia de la liga. El pasado 1 de octubre, en un derbi con el Alavés, superó a Juan Antonio Larrañaga, hasta entonces el referente con 202 encuentros. Posteriormente no ha dejado de engordar una estadística que con los actuales guarismos se antoja imposible de alcanzar. El asunto se inició el 20 de abril de 2016, era la tercera campaña de Williams en la élite y la segunda entera, pues debutó en el Athletic en diciembre de 2014. Reaparecía contra el Atlético de Madrid tras ausentarse en dos citas a causa de una sobrecarga. Hoy sabemos que aquel parte médico sin apenas relevancia consta como el último a contabilizar en la carrera de un joven que a un mes de cumplir los 28 años insiste en lucir un nivel de disponibilidad inigualable, abrumador. Porque desde el salto al primer equipo se ha metido entre pecho y espalda muchos más partidos de los que corresponden exclusivamente a la liga. En realidad, son excepcionales los compromisos oficiales del Athletic ya sean de Copa, continentales o de Supercopa, sin Iñaki Williams en el campo en estos seis años y un mes. Ha sido una pieza valiosa para la totalidad de los técnicos que le han dirigido, de Valverde a Marcelino pasando por Ziganda, Berizzo y Gaizka Garitano.

La ficha personal de Williams informa de que la temporada vigente hace su octava en el equipo, que ha intervenido en 339 ocasiones y es autor de 75 goles. Son datos que encierran una elocuencia formidable y, por ello, conducen a una única conclusión: hablamos de un atacante consolidado con una puntería notoriamente mejorable. No cabe otra interpretación puesto que una simple división descubre que necesita casi cinco partidos para marcar. Y si se toman los 202 partidos del récord liguero, la frecuencia goleadora de Williams sale casi clavada a la relativa a su estadística global: ve portería cada cuatro partidos y medio.

En los 43 partidos del presente curso, el punta del Athletic ha obtenido 8, justo los mismos que en el anterior. Y si se va hacia atrás, fueron: 10, 15, 10, 8, 13 y 3 el año en que subió del filial. A la vista de estos datos, sugerir que el mayor de los Williams experimenta un estancamiento en sus aptitudes rematadoras en absoluto sería improcedente. Al contrario. Conviene resaltar que desde el adiós de Aduriz ocupa la posición más avanzada y es el principal receptor en las maniobras ofensivas del equipo. Por tanto, podría apostarse tranquilamente a que es quien goza del porcentaje de oportunidades más elevado, en número más que suficiente para remontar varios peldaños en el Trofeo Pichichi. Hoy figura en el vigésimo séptimo puesto.

Son reflexiones que nada oculto descubren y aunque su efecto en la marcha del Athletic no pase desapercibido, se tiende a obviarlas. Se corre un tupido velo mientras Williams vive la incómoda tesitura de asumir una responsabilidad para la que no está dotado. Sin gol, ejerce de goleador, cuando sería bastante más interesante y razonable dedicar sus singulares cualidades a desarrollar funciones distintas (qué tal pasador, asistente, extremo, en vez de finalizador).

Pues no hay manera. Se prefiere (el club, el entrenador, la plantilla, la prensa, la calle) mirar al cielo y silbar o lamentarse o distraer la atención durante meses y meses dándole vueltas al dichoso récord; se opta por aparcar lo nuclear, el problema de Williams en los metros definitivos, resaltando su aplicación y generosidad, las palizas que se mete, cómo sus carreras importunan a los rivales y generan espacios para los compañeros. Poner el acento en aspectos secundarios equivale a enunciar medias verdades, práctica que perjudica al jugador y al colectivo. Entre la imagen de Williams peleado con el gol en tres remates contra el portero de Osasuna y Williams sirviendo para que Villalibre anote, no hay color. Detalles similares a los utilizados en esta comparativa podrían extraerse de decenas de sus partidos. l