Antón Arieta era de los que no se daba importancia por su condición de exjugador del Athletic. Una pista sobre su personalidad la daría que desde que colgó las botas apenas se detectase su presencia en los medios de comunicación, en eventos del tipo que sea asociados al mundillo del balón. “Hay gente a la que le gustará salir y yo no soy así”, explicaba. Vivía tranquilo en su Durango natal y hacía escapadas a Rioja. Aseguraba que no le interesó continuar vinculado a la que fuera su profesión durante doce años. Ni siquiera estaba pendiente de ver partidos. No disimulaba su escepticismo cuando analizaba su etapa vestido de corto, donde hubo margen para alegrías, enfados y desilusiones. Eso sí, pese a que incluso dejó de ir a San Mamés relativamente pronto y le cedió el carnet a un hijo, pues le incomodaban los horarios modernos, se confesaba “del Athletic a muerte”. Haber compartido caseta con su hermano Eneko constituía, sin duda, su mejor recuerdo. Fueron un par de temporadas, su bautismo en Primera coincidió con el adiós de quien fue su referente en todos los sentidos. Antón alargó la vigencia de la saga en el club hasta el cuarto de siglo gracias a las diez campañas que añadió a las quince de Eneko.Arieta II formó parte de una alineación que todo el mundo se sabía de carrerilla.

Iribar, Sáez, Etxeberria, Aranguren, Larrauri, Igartua, Argoitia, Uriarte, Arieta II, Clemente y Rojo, marcaron una época de claroscuros. Es lo que reflejarían las cuatro finales de Copa que constan en su palmarés, que no son pocas, aunque solo en las dos últimas se alzaron con el título. Asimismo, rozaron un campeonato de liga, que se les escurrió inesperadamente a última hora. En una entrevista concedida a DEIA hace ahora una década, al describir a su Athletic, Antón quiso hacer un aparte con Iribar, Uriarte y Txetxu Rojo, un trío de calidad suprema, pero otorgó el máximo valor al auténtico secreto del club en todas las épocas: “Estábamos muy compenetrados, jugamos muchos años juntos. Me quedo con el grupo, tanto en lo personal como en lo futbolístico, si bien una cosa lleva a la otra. En esto no hay vuelta de hoja, esa era la ventaja nuestra, al ser todos de aquí la relación era muy estrecha entre todos, te relacionabas más, y eso luego se notaba en el campo”.

De sí mismo realizó esta definición: “Era bonito jugador, no era ningún fenómeno, pero sí creo que era bueno para el equipo”. Creía estar mejor dotado técnicamente que Eneko, un portento físico: “Él era más fuerte y más rápido, un gran chutador, la rompía”. Antón marcó 83 goles y Eneko se fue hasta los 170. “Llegamos a jugar bastantes partidos juntos, lógicamente yo en otro puesto, sobre todo el primer año. Eneko jugó menos en el segundo. Era la ilusión que yo tenía, que jugáramos juntos y lo pudimos hacer aunque había doce años de diferencia entre los dos”.

El veterano se retiró recién cumplida la treintena e idéntico camino siguió Antón, pero su final en absoluto fue de su gusto. A la edad de 28 años se vio abocado a cambiar de aires y fichó por el Hércules, donde terminó, también a los 30. ¿Qué ocurrió para que saliese de Bilbao? “Pues no tenía mucha explicación porque el año anterior había jugado prácticamente todos los partidos. Hubo cambio de entrenador y nos dieron el pasaporte a algunos de los más veteranos. No me esperaba aquello, la verdad”. Tras dos campañas en Alicante decidió regresar a casa. “Tenía ya tres hijos y la idea de moverme a otro sitio no la veía. Lo dejé. Me vinieron un par de equipos, pero no merecía la pena, había que empezar a pensar en venir a Durango”.

De todos modos, decía estar muy conforme con su trayectoria. Concedía especial valor a las relaciones personales de entonces, que la plantilla nunca dejó de cultivar, y a la fortuna que supuso marcar en las finales ganadas en 1969 al Elche y en 1973 al Castellón: “Son los goles que quedan ahí, son en una final de Copa, que es algo que es tradición en el Athletic”.

“Jugué dos años con Eneko, era mi ilusión y pudo ser aunque había doce años de diferencia; yo empezaba y él acababa su carrera”