En la concentración realizada en Suiza, Marcelino dijo que Iñaki Williams tenía que evitar cargarse con la “presión añadida” que le había lastrado durante la última campaña. A pocos días del inicio de la competición, se explayó sobre el asunto: “Esa obligación de ser el 9 del Athletic y que los demás piensen que es el goleador del equipo está jugando en su contra porque no es un goleador y no lo va a ser. Tiene otras cualidades importantes y es lo que tenemos que explotar”. El entrenador terminó pidiendo al aficionado apoyo para el jugador: “Con la ayuda de todos podemos ver una buena versión” de Williams.

Ayer, era el futbolista quien confirmaba que trabaja con Marcelino el aspecto mental a fin de esquivar una responsabilidad que no puede asumir, dado que sus características no se corresponden con las de un ariete clásico. Señaló que más que el remate es en la movilidad, los desmarques y las rupturas al espacio donde concentra sus mejores bazas y que el estilo de fútbol que propone Marcelino le beneficia. “Sería un error intentar hacerme un delantero que no soy ni voy a ser”.

Escuchadas las explicaciones de uno y otro, poco cabe añadir. En efecto, el poder resolutivo de Williams es limitado, sus números desde que subió al Athletic son elocuentes. No siempre ha actuado en la demarcación que ocupa en las últimas campañas, en sus comienzos solía ubicarse en una banda, preferentemente la derecha, pero desde que viera centrada su posición la relación que mantiene con el gol no ha experimentado una mejora. Es poco fructífera. Siendo un fijo, ronda la decena de goles por curso; la media docena en liga, torneo donde solo en la 2018-19 logró una cifra de dos dígitos, trece.

Ante esta realidad no cuesta entender que Williams se sienta incómodo. Es lógico suponer que el hecho de no cumplir las expectativas que se suelen depositar en la figura del delantero pueda afectar a su rendimiento. Cuando se resiste tanto, el gol se convierte en una obsesión y se sustancia en esa presión extra a la que aludía Marcelino. Pero entonces, lo que no cuadra es que se insista en que Williams sea el jugador más adelantado, el que con mayor frecuencia pisa área rival y por tanto, en teoría y en la práctica, el principal receptor del caudal ofensivo que genera el conjunto. Si entre sus habilidades no se halla la precisión en el golpeo, la soltura para desenvolverse en espacios reducidos o el instinto que distingue a los puntas, resulta difícil de justificar el empecinamiento de quien diseña las alineaciones.

Esta problemática de índole personal que protagoniza Williams hace tiempo que reclama una revisión y no solo por su bien. No cabe obviar que el Athletic arrastra un déficit rematador que se prolonga desde que la pujanza abandonase a Aduriz, el gran referente en esta faceta. Raúl García ha compensado en parte la escasa puntería de la plantilla, pero a sus 35 años se antoja complicado que siga asumiendo el papel de principal estilete.

Dándoles la razón a Williams y Marcelino, cuando coinciden en resaltar que el primero está capacitado para desplegar recursos muy aprovechables para el equipo, parece improcedente perseverar en la idea que actualmente rige en el Athletic. Está más que demostrado que el plan no funciona. Williams no es el culpable de que falte gol, en general sus compañeros, al menos los que gozan de continuidad en las alineaciones, tampoco ven portería, jueguen en la línea que jueguen. Se trata pues de una carencia que se manifiesta tercamente y su dimensión trasciende a tal o cual nombre. Tanto es así que si de repente Berenguer sorprende con nueve goles, que son goles pero no una barbaridad, se convierte por derecho en la pieza más valiosa y su brillo opaca aún más a los demás atacantes.

La trayectoria reciente del grupo invita a afirmar que va siendo hora de que se articulen nuevas fórmulas para elevar la pegada del Athletic y una de las más obvias consistiría en modificar la función encomendada a Williams. Utilizarle para aquello que vale y promocionar como avanzadilla en la delantera a alguien más dotado para la culminación, a alguien con alma de ariete. Seguro que solo con esto no bastaría para multiplicar el acierto colectivo en los metros decisivos, pero qué sentido tiene persistir en una decisión que año tras año se comprueba que a nada conduce, salvo al estancamiento de Williams y a unos resultados que obstaculizan un salto cualitativo del Athletic, además de alimentar la frustración.