A estadística de Jon Morcillo en su toma de contacto con la máxima categoría supera con holgura el registro tipo entre los jugadores salidos del filial. Sus números reflejan una participación estimable, lo prueba por ejemplo que la pasada temporada solo trece hombres superasen los 1.264 minutos de competición que ha amasado cuando hay aún pendientes cinco partidos de liga. Esa cifra se reparte en 32 actuaciones, en catorce de las cuales figuró en la alineación inicial. Así expuesto, Morcillo alberga motivos para sentirse afortunado y orgulloso, pues habría corroborado la progresión apuntada en el Bilbao Athletic, donde sobresalió por su regularidad y puntería, marcó una decena de goles. Pero no todo ha sido coser y cantar.

El capítulo concreto del gol sería quizás el que menos satisface al vizcaino, quien no pudo disimular la ansiedad que le producía no haberse estrenado hasta el cruce con el Valladolid del miércoles. "Llevaba mucho tiempo esperando a marcar mi primer gol, creo que me lo merecía", declaró, consciente de que el golpeo constituye uno de sus fuertes. De hecho, Morcillo se ha distinguido por rematar con bastante frecuencia. Que en varias ocasiones buscase la portería en lances que pedían otra clase de resolución confirmaría que ese déficit le estaba carcomiendo. Metido el primero, podrá tomárselo con más calma.

Lo nuclear de su trayectoria sería que a estas alturas nadie discute que Morcillo tiene porvenir en el Athletic. Aunque su campaña ha estado marcada por los altibajos, en presencia y en rendimiento, posee un perfil distinto al de otros compañeros con los que ha alternado en su demarcación: ningún otro es zurdo ni se siente cómodo pegado a la banda. Es el único que responde al prototipo clásico de extremo: potente en carrera, con habilidad para desbordar hacia fuera y buen centrador. Cualidades que ha complementado con aplicación en tareas defensivas, aunque a veces se despiste o acuse el trabajo oscuro.

La superior exigencia que entraña jugar en la elite lleva aparejado un período de adaptación, que en su caso le ha supuesto pasarlo mal, con tardes donde no ha podido meterse en el partido y ha pasado desapercibido. Nada que en su circunstancia no sea excusable. Les ocurre también a los futbolistas curtidos. Quizá haya llevado peor las vicisitudes del itinerario, el contraste que supone perder de repente el protagonismo para ejercer de secundario. Esto segundo era probablemente lo que él esperaba en pretemporada, pero cuesta más asumirlo cuando se ha catado el dulce privilegio de la titularidad.

El debut de Morcillo tuvo lugar en Los Cármenes, en el marco de la jornada inaugural de la liga, tres días antes de cumplir los 22 años. Córdoba, Williams e Ibai, competidores directos, estaban indispuestos. Gaizka Garitano le puso y acertó. Morcillo fue el mejor en la derrota con el Granada, lo que le valió para repetir en las dos citas siguientes. En la cuarta fecha, pasó al banquillo, en su lugar estuvo Córdoba y el recién fichado Berenguer dispuso de unos pocos minutos. En adelante, el ex del Torino, petición expresa del entrenador, se convirtió en fijo y él se tuvo que conformar con intervenir en ese cuarto de hora escaso reservado a los meritorios.

Su suerte no mejoró en exceso con Marcelino, que trajo la novedad de ubicar a Muniain en la izquierda y a De Marcos y más tarde a Berenguer en el costado opuesto. Morcillo gozó de la titularidad de manera esporádica, en los primeros cruces coperos y poco más. Una dinámica que cambió en el arranque del mes vigente, en plena digestión del fiasco de las finales: Marcelino se acordó de los chavales y les dio carrete en cuatro partidos seguidos de liga. Esto significa que la mitad de las titularidades de Morcillo han sido en septiembre y abril, es ahí donde acumuló casi 500 minutos, mientras que en la fase comprendida entre esos dos meses, que es medio año, tuvo 782 minutos a repartir en 25 partidos. Pese a que ahora no lo parezca, Morcillo ha abonado el peaje del novato que se adentra en el territorio de la máxima categoría.

Ningún compañero es zurdo ni se siente cómodo pegado a la banda; es el único que responde al prototipo clásico de extremo