La Copa, desde su creación y bajo las diversas denominaciones que ha recibido a lo largo de la historia (dependientes del régimen político vigente), ha conocido campeones que supieron encadenar títulos, tres o cuatro incluso. Athletic, hasta en tres ocasiones, Real Madrid y Barcelona son los clubes que protagonizaron a lo largo del siglo pasado este fenómeno poco común en una competición mucho más abierta que la liga, coto reservado de los clubes más poderosos. A partir del año 2000, únicamente el Barcelona ha sido capaz de repetir. La entidad catalana, que lidera destacada el ranking absoluto de la Copa, con 30 entorchados, seguida por el Athletic (24), se hizo con los títulos de las ediciones 2014-15, 15-16, 16-17 y 17-18. También alcanzó la final en la temporada 18-19, la última que se ha celebrado, donde fue superado por el Valencia.

La sorpresa tuvo lugar en el estadio Benito Villamarín de Sevilla. El Barcelona recibió dos goles en la primera mitad y pese a que con un acierto de Leo Messi a un cuarto de hora de la conclusión acarició la igualada que hubiese conducido a la prórroga, el marcador no volvió a moverse. Ernesto Valverde dirigía a los azulgranas, el otro banquillo lo ocupaba Marcelino García Toral. El aplazamiento de la final entre el Athletic y la Real Sociedad correspondiente al ejercicio 2019-20, que pudo jugarse en agosto y se suspendió de mutuo acuerdo ante la imposibilidad de que las aficiones asistieran al evento a causa de la pandemia, unido al fichaje en enero del técnico asturiano por el club de Ibaigane, propicia la formidable carambola que convierte a Marcelino en el defensor del título el próximo 3 de abril en La Cartuja de Sevilla.

Un honor exclusivo que cabe suponer que en su momento, en la génesis del acuerdo, pesaría tanto en el ánimo de Marcelino como en el de los dirigentes del propio Athletic. El club se hacía con los servicios de un profesional contrastado y avalado además por su sonado triunfo al timón del Valencia, mientras que a Marcelino se le abría la posibilidad de recalar en un destino muy sugerente que encima le servía en bandeja el aliciente extra de volver a proclamarse campeón disputando un solo partido.

No ha hecho falta esperar a abril para saborear el fruto de lo que en su día se gestó como una alianza de urgencia. Bastaron quince días para que el Athletic de Marcelino se proclamase campeón en una edición de la Supercopa a la que acudió como convidado de piedra. La organización reservaba la gloria para el Madrid o el Barcelona, pero los rojiblancos destrozaron los pronósticos con dos actuaciones memorables frente a los favoritos. Por si no fuera bastante, luego el equipo se ganó el acceso a la final de Copa 2020-21 exhibiendo idéntico espíritu competitivo al demostrado un año antes a las órdenes de Gaizka Garitano. Por el camino han quedado Ibiza, Alcoyano, Betis y Levante, eliminatoria esta disputada a doble partido.

Este cúmulo de circunstancias positivas sitúa a Marcelino en un escenario que ni soñado. Su regreso a la actividad no podía ser más sugerente. No cuesta pensar que lo debe estar viviendo como el premio a una trayectoria profesional muy dilatada y al mismo tiempo como la compensación a los sinsabores, unos cuantos, que han salpicado un cuarto de siglo saltando de banquillo en banquillo.

Al paro

De hecho, el año y medio previo a su aterrizaje en Bilbao lo consumió en el paro. En septiembre de 2019 fue destituido en el Valencia. Las desavenencias con el propietario de la entidad ché, Peter Lim, precipitaron el divorcio en un contexto que invitaba justo a lo contrario, a consolidar su relación. Marcelino iniciaba entonces su tercera campaña en Mestalla, había obtenido dos clasificaciones para la Champions, fue apeado en semifinales de la Europa League por el Arsenal y solo cuatro meses antes coronó su gestión con el título de Copa. Paradójicamente, este éxito fue la clave de su fulminante despido. Al menos, tal fue la lectura que realizó el técnico en la rueda de prensa que concedió a orillas del Turia con las maletas hechas.

“El detonante fue la Copa, quién me lo iba a decir”, deslizó un Marcelino muy afectado. “Durante la temporada recibimos mensajes directos de que teníamos que rechazar esta competición. Peter Lim decía que era menor, secundaria, y que podía poner en riesgo logros como la Champions”. Se barajaron asimismo otra clase de conflictos para mejor entender el traumático episodio, sobre todo relativos a la salida y entrada de jugadores, con insinuaciones que dejaban en mal lugar a Marcelino, que negó con rotundidad la mayor, esto es, que se hubiese aprovechado económicamente o favorecido a su agente en la contratación de futbolistas. Y añadió: “En el pacto, que se rompió, había una condición sin la cual no habría sido entrenador del Valencia. Tengo una parte decisiva en la confección de la plantilla”.

La cosa es que el técnico campeón de Copa tuvo que marcharse a su casa. Era el único título que figuraba en un palmarés donde lucen tres ascensos a Primera División con Recreativo de Huelva, Zaragoza y Villarreal, varias clasificaciones para torneos continentales con Racing de Santander, Villarreal y Valencia, la disputa de una semifinal de Europa League con el conjunto castellonense y los logros enumerados con el Valencia en liga, Europa y Copa. Curiosamente, antes de ser campeón, lo más lejos que había llegado en la Copa fue dirigiendo al Racing: semifinales en 2007.

Ahora, de golpe y porrazo, con el impulso de la reciente Supercopa y el bagaje de una Copa en el bolsillo, Marcelino García Toral aspira a ganar dos trofeos más en el Athletic. Casi nada para alguien que en su profesión las ha visto de todos los colores.