REAL SOCIEDAD: Rulli; Zaldua, Navas, Llorente, Theo; Illarramendi (Min. 75, Zubeldia), Merino; Zurutuz, Willian José (Min. 88, Moreno), Oyarzabal, Januza (Min. 72, Sandro).

ATHLETIC: Herrerín; Capa, Yeray Álvarez, Iñigo Martínez, Berchiche; San José (Min. 46, Beñat), Dani García, Córdoba (Min. 46, Raúl García), Ibai Gómez; Muniain (Min. 70, Guruzeta) y Willians.

Goles: 1-0: Min. 16; Oyarzabal. 2-0: Min. 45; William José. 2-1: Min. 81; Raúl García.

Árbitro: Mateu Lahoz. Amonestó a Navas, por la Real; y Ander Capa, por el Athletic. El portaugalujo causará baja por sanción ante el Barcelona al recibir ayer la quinta tarjeta amarilla del ciclo.

Incidencias: Encuentro disputado en el derbi de Anoeta ante 27.703 aficionados, la mejor entrada del curso en el estadio realista.

El derbi interrumpió de forma abrupta el idilio que el Athletic había cultivado con el fútbol desde el aterrizaje de Gaizka Garitano. En Anoeta compareció un equipo distinto al esperado, una versión decepcionante que transformó la sonrisa que lucía el aficionado en una mueca de incredulidad. Se asistió a una actuación alejada de cualquier expectativa razonable, tanto que la Real no halló impedimento para establecer una nítida superioridad a lo largo de una primera mitad determinante. No hubo noticia del bloque corajudo y firme que encadenaba satisfacciones, tampoco cuando estuvo obligado a cambiar el paso para intentar la remontada. Tan pobre resultó el rendimiento que ni siquiera el gol obtenido de penalti a diez del final generó una reacción convincente, que hiciera soñar con la posibilidad del empate.

Derrota sin paliativos cuyas consecuencias están por verse. De momento, toca hacer autocrítica, detectar las causas de la inusitada bajada de tensión. No era el mejor día para rebajar el nivel de agresividad y pragmatismo de que se había valido para salir del pozo, pero por razones que se escapan al entendimiento ocurrió que los rojiblancos nunca se equipararon al rival en esos intangibles que han sido su sello hasta la fecha. Por ahí se gestó el fracaso, pese a que sea cierto que la acción que propició el gol de Oyarzabal fuese un monumento al despropósito que tuvo un enorme influjo en ambos bandos.

Antes del 1-0, ya se había percibido una Real bien metida en la pelea. Seria, dinámica, convencida de lo que hacía, interpretando el juego como requiere este tipo de cruces. En cambio, el Athletic transmitía desde el arranque síntomas inquietantes y, la verdad, desconocidos. Se cerraba mal, llegaba tarde a las disputas e incurría en múltiples pérdidas que el anfitrión explotaba para combinar con sentido y gracia. Hubo un par de avisos que no se atendieron, a los que siguió la jugada que afloró la distancia real que separaba a los contendientes. Quiso el Athletic probar una fórmula rara en una falta a favor con los centrales arriba, pero salió un churro y Willian José alejó con un voleón la pelota más allá de la divisoria. Reculó Dani García, que era el último hombre, pero se dejó comer la tostada como un juvenil en el salto con Oyarzabal, quien pudo encarar a Herrerín sin oposición, tirar una finta y empujar a puerta vacía.

Las posteriores intervenciones del centrocampista evidenciaron hasta qué punto le pesó semejante pifia, pero sus compañeros no contribuyeron a compensarlo. Dubitativos, fallones, blandos, solo cuatro faltas hasta el descanso, incapaces de evitar que la Real continuase mandando, con Januzaj de estilete y los interiores, Zurutuza y Merino, indetectables entre líneas, dando siempre una salida limpia al juego. Tuvo Córdoba la opción del empate, en un cabezazo flojo tras buen servicio de San José, en su única aparición en ataque, sin embargo la impresión era lamentable.

Se sucedían los apuros, un par de ellos resueltos al límite por Iñigo y Yeray. El derbi tenía dueño, era demasiado patente. Así que cuando Willian José agarró un derechazo impresionante que se coló por una escuadra, simplemente puso el broche que certificaba la autoridad de una Real que gracias a la flojera del Athletic se quitó de encima todos los complejos y temores con que se había presentado a la cita. Se suponía que ayer recibía a un equipo poderoso, pujante, intimidante, pero qué va, se midió a un grupo desorientado, plano, exageradamente frágil.

Falló todo el sistema de contención, lo que sacó a relucir una serie de limitaciones no intuidas en jornadas precedentes. Jugar en desventaja era una asignatura de la que no se había examinado el Athletic hasta ayer. Ahora, tras el rotundo suspenso, se entiende mejor el afán de Garitano por trabajar a fondo la contención. Los medios que ocupan el círculo central, incluido Beñat, que se incorporó para el segundo acto, dieron un recital de nulidad creativa. Ibai fue una sombra y tres cuartos de lo mismo es aplicable a Córdoba y Muniain, presas fáciles para una Real que no abonó factura alguna por replegarse para aguantar la renta.

IMPOTENCIA El balance ofensivo en la reanudación se redujo a sendos disparos de lejos a cargo de Muniain y Beñat, ambos dirigidos a la valla. Y el penalti, un forcejeo de Iñigo con Navas, donde este le golpeó con un brazo en la cabeza. Hasta Raúl García chutó mal el penalti, pero anduvo listo para aprovechar el rechace de Rulli. Las variaciones posicionales de los delanteros no importunaron a la zaga donostiarra. Tan escaso de imaginación y atrevimiento estuvo el Athletic que ni supo poner centros en el área para Raúl García y Guruzeta, que se fue a la ducha sin tocar la pelota.

La posesión acaparada resultó desesperante, baldía, sin un pase que rompiese una línea, un páramo futbolístico. La Real Sociedad no se dignó a visitar a Herrerín en el segundo tiempo, se conformó con estar en su sitio y tocar y retocar a ratos para gustarse y dar rienda suelta al jolgorio de la grada. Puede afirmarse que sacó adelante el compromiso con una facilidad impensable. Si el primer gol condensó la nulidad del Athletic, la falta que tuvo en el tiempo añadido no es menos ilustrativa. Con ocho hombres, incluido Herrerín, para buscar el remate, Beñat mandó la pelota directamente fuera. Fue el colofón a un partido que estrena el casillero de derrotas de Garitano, pero esto era asumible porque algún día tocaba perder, lo que no cabía imaginar era que el equipo se descompusiera de modo tan grosero.